Juan Carlos Jara. Mientras se acerque la noche entre la rojiza luz de un horizonte acostumbrado a sorprendernos, mientras pase la vida dejando tras de mí un ayer idílico adornado por la selectiva memoria, y mientras mantenga la mirada en el sol que se pierde en el ocaso sobre La Antilla, las tardes más hermosas de nuestros días continuarán brillando sobre la arena.
Mientras Punta Umbría nos brinde crepúsculos llenos de maravillosas experiencias y nos llene el verano de sentido, mientras su playa otorgue a nuestra existencia un valor incalculable y demasiadas veces olvidado, y mientras la sosegada paz del oleaje nos ofrezca segundos eternos que acaban, deteriorados, en el cajón de la memoria, la luz de este estío seguirá colmando con ilusiones nuestras vidas.
Los atardeceres de mi tierra llenan de estampas hermosas y sencillas un camino incierto y a menudo sin horizontes. Y la existencia, sincera y afable pero marcada por nuestro empeño en complicar lo fácil, toma entonces un valor supremo que en raras ocasiones sabemos contemplar, durante el resto del año, a solo pocos kilómetros de esta añorada orilla.