Los casinos no son otra cosa: Solamente casinos (Parte II. Lo que si son)

Almonte pasillo. / Foto: Imagen de Fotoespacios.

(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)

Miguel Mojarro.



El capítulo anterior lo terminamos con …

... Las crisis no se solucionan reparando el patrimonio para que se convierta en … «otra cosa».


Puerto de Huelva

Es importante tener esto presente a lo largo de nuestra comparecencia hoy ante «los que leen», porque en ello se basa el argumento que se propone.

Beas salon. / Foto. Imagen de Fotoespacios.
Beas salon. / Foto. Imagen de Fotoespacios.

Tengo un amigo en un casino de La Sierra, amante del entorno y esclavo de sus vicios casineros (como yo), que me comentaba un día, delante de una lieva, sus preocupaciones por la marcha del casino, de su casino, algo perdido el rumbo en los últimos años. Me decía …

«A veces pienso que habría que hacer algo, porque el casino ya no tiene interés para la gente joven. No se hace socio nadie. Al final quedaremos los de siempre .. pero cada vez menos.»

Es una situación peligrosa ésta reflexión, porque puede conducir a la pérdida del patrimonio casinero, por un afán bienintencionado de actuar. Y difícil de solventar socialmente, porque las opiniones son muchas y diversas. A veces contradictorias y complejas. Pero hay algo que debe tenerse en cuenta: Un casino es algo que tiene unas características propia que lo definen y lo convierten en algo real, perceptible e identificable. Como un tren, un cerdo y un búcaro. Si les cambiamos sus peculiaridades, puede que dejen de ser tren, cerdo y búcaro. Aunque sigan siendo bonitos o útiles. Pero «otra cosa».

Almonte pasillo. / Foto: Imagen de Fotoespacios.
Almonte pasillo. / Foto: Imagen de Fotoespacios.

Salvar un tren, un cerdo o un búcaro, es lograr que vayan más deprisa, que tengan dehesas para sobrevivir y que enfríen el agua, lo suficiente para competir con los frigoríficos esos. Pero que sigan siendo tren, cerdo y búcaro, que es lo que son. A menos que no nos importe mucho que desaparezcan. En ese caso, amén y a  otra cosa.

Pero, de momento, creemos conveniente aportar lo que podamos para que los casinos permanezcan siendo casinos. En el libro «Casinos de Huelva», hay un estudio sociológico en el que se navega entre análisis y propuestas, descripciones y causas. Hoy salimos un poco de lo ortodoxo y entramos en un atajo que simplifique lo complejo.

Un casino es una entidad privada, en la que se bebe, se juega, se lee y se charla. Y a la gente les gusta esto. Por eso se han hecho socios. Y por alguna otra cuestión no confesada, que no es mal logro eso de salir del exterior y entrar en el salón, que es como otro mundo, en el que uno se siente liberado de esas cosas que siempre llevamos en el meningero. Una vez dentro del Casino, fuera queda todo lo demás. Esto no lo confiesa nadie. Pero es así.

Remontándonos un poco en ese tiempo efímero que es nuestra presencia en el Universo (Siguiendo a D. Benito de la Morena), podemos dar una vuelta por el ágora de Atenas, las plazuelas romanas, el «saloon» del oeste americano, las eras en el verano sureño y las ventas manchegas con su amplio patio. Hasta que en los tiempos de la nobleza italiana del XVII y XVIII, los pudientes sintieron la necesidad de irse a uno de sus «casinos» (casa pequeña en las afueras), y crear así un espacio propio y discreto, para sus juegos, sus charlas, sus copas de anisados y sus negocios. Esto no se puede llamar Casino, porque carecía de una de las características esenciales: Grupo social heterogéneo y que reproduzca la estructura social de su entorno. Pero era un buen comienzo.

Corrales salon. / Foto: Imagen de Fotoespacios.
Corrales salon. / Foto: Imagen de Fotoespacios.

Poco a poco, el carácter elitista de estas sociedades, se transformó en el arca de Noé de los casinos actuales, centro de recursos humanos para el ocio de «todos», sin el elemento clasificador y excluyente. Lugar en el que la entrada y pertenencia al grupo solamente está limitada por el pago de una cuota para mantener los gastos de la sede, pero todos los demás aspectos, se diluyen en la riqueza cromática de los pensamientos más diversos. De ahí nace el respeto por otros pensamientos, otros intereses, otras niveles económicos y culturales, otras amistades, …

Hay muchos ejemplos de la transformación histórica, pero valga como muestra el Casino de Gibraleón, que tiene dos tapices, dos mesas de billar, dos pianos, dos relojes de pared, … porque es el resultado de la fusión de dos Casinos, el de los Ricos y el de los Pobres. Tras esta fusión, desde su hermosa plaza se puede disfrutar de una fachada que es la imagen más interesante de una fusión social, que dio al Casino ese valor fundamental: Ser muestra sociológica de la estructura de la localidad en la que se encuentra.

Mina de Concepción. / Foto: Imagen de Fotoespacios.
Mina Concepción. / Foto: Imagen de Fotoespacios.

Queramos o no, los hombres «tenían» (En otro tiempo, claro) una necesidad específica, propia de su género, de un ocio diferente, en un lugar propio, en el que todo lo que fuera obligación, dependencia, carácter o filiación, quedaran fuera del casino, en el exterior, en ese mundo que se abandona cuando se entra en los salones. Esa es la principal característica y peculiaridad de los casinos. Aunque ahora su proceso de adaptación pase por la apertura a otro sector de la población, que es distinto, pero que enriquece el medio y abre un futuro prometedor. Pero en sus orígenes, el casino era peculiarmente masculino, con el sabor del pensamiento masculino y con sus carencias.

El caso es que el Casino es lugar que gusta o gustaba, a quienes les atrae o atraía esta oferta de ocio. Cada uno organiza su asueto como le apetece o puede, pero, mira por donde, en el Sur los casinos fueron y son una oferta con un catálogo que captaba el interés de muchos. Porque jugar, beber, leer prensa o charlar, siempre han sido preferencia de la mayoría. Y estar dentro, sin las taras (O el lastre) del medio habitual. O fuera del exterior, que viene a ser lo mismo.

Yo jugaba al dominó con gente que me ganaba casi siempre, sobre todo aquel cura, D. Jesús, que tenía la rara habilidad de deducir donde estaba la «mula» para bloquearla. Alguna influencia sobrenatural tendría. Y con mi amigo Marcelo, que trabajaba con su padre en el tema ese del estraperlo. Y con D. Juan, el maestro, que no se perdía una los sábados. Y con Hilario, ese minero que se las apañaba para no usar nunca el malacate. Y con Pepe, que tenía tienda con aquel jamón que no sabía cortar, pero que vendía muy bien. Y con Curro, que trabajaba en el ferrocarril y nos traía piedras de mechero. Y con Custodio, que tenía un terrenillo y una higuera que debió ser elegida por los dioses. Y con Don Manuel, que era bético antes que persona. Y con el sargento Ramos, que se sentaba al tapete nada más quitarse el uniforme. Y …

Todos ellos eran socios del Casino, claro. Y yo, que por entonces no era nada, porque me acababa de sacar el DNI y me ponía los domingo pantalón largo.

En el Casino aquel, habría varios cientos de socios. Todos de allí. Y de fuera algunos, como uno de Madrid, que llegó de jefe minero y hablaba diferente. Pero se hizo socio del Casino.

Un casino es así, babel y miscelánea, maqueta social y resumen de vicios, escaparate de un pueblo y esencia de sus valores sociales, mezcla y diferenciación, prestigioso y denigrante, arca de Noé y rincón de intimidades, … . Un casino es un lugar en el que no hay ofertas propias y definidas. Solamente los cuatro vicios dichos, que no son propios, sino de los hombres: Beber, jugar, leer y charlar.

Trigueros. / Foto: Imagen Fotoespacios.
Trigueros. / Foto: Imagen Fotoespacios.

Por eso los casinos no los inventaron los toreros, ni los militares, ni los médicos, ni los empresarios, ni … . los inventaron los hombres, con toda su compleja parafernalia de necesidades, deseos, ambiciones, … compartidas. Aquí se perdona todo, sin tener en cuenta partidismos, ideologías ni facciones. El pueblo está fuera, pero dentro está su esencia, sin que haya un filtro a la entrada que evite que entren los que piensan de otra forma a la nuestra o militan en otras cofradía, partidos, religiones o profesiones. Incluso en Almonaster, en Bonares o en El Madroño, los hay de distintas «Cruces», pero todos ellos van al mismo Casino y juegan en el mismo tapete verde.

En un casino está la maqueta de un pueblo, como muestra riquísima para un estudio sociológico de la localidad. Con sus diferencias y sus cantidades, sus aspectos medibles y los cualitativos, sus colores y sus tibiezas, sus riquezas y sus miserias. Y, sobre todo, con esa virtud que no se aprecia, a menos que uno sea físico y tenga a bien aplicarlo a masas humanas: Entropía.

Como no es obligatorio que seamos físicos, una pequeña explicación para facilitar la comprensión a los que, como yo, no son esclavos de esa magnífica materia, aunque sí amantes. Para la Real Academia de la Lengua, «entropía» es la «medida del desorden de un sistema». La más hermosa de la dimensiones que la física regula con sus mediciones. La más atractiva de las tentaciones que la ciencia ofrece. El reto más sugerente para los que amamos la heterogeneidad, los colores y la diversidad natural.

Un casino es un logro natural (¿Social?) que reta a la Física a que mida la entropía de su masa social, porque así se entenderá con más facilidad por qué un casino es algo irrepetible en cuantos intentos se hagan hacia la creación de sociedades para el asueto.

Y la otra cualidad, irrenunciable y discreta, es esa imposibilidad de que los hijos del casino sean hijos de padres y madres estandarizados. Cada uno tiene su orígenes, sus raíces, su familia, sus economías, sus bellezas y sus taras. Nada más lejos de la endogamia, que una sociedad casinera (Bravo). Por eso los casinos no son una parcela al margen, un coto definido por sus características o unos genes sociales que se mecen entre ellos al son de una música propia. La endogamia social aquí, no tiene derecho de pernada.

Por eso, Casino «SÍ» es lo dicho en estas líneas: Una sociedad privada, con socios que pagan una cuota (Lo privado estimula la conservación), sin criterio excluyente, con posibilidad de jugar, beber, leer y charlar. La casa «propia» de un colectivo que no se define por sus características diferenciadoras. El lugar que provoca una frase del que sale de casa por la tarde, terminada la jornada y las tareas, acabadas las obligaciones: «Adiós, me voy al Casino». Y se deja atrás todo lo que huela a corsé del alma o de la mente, como cada cual prefiera.

Todo esto constituye un Patrimonio social, una riqueza histórica, un recurso humano, que atraviesa una importante crisis de identidad y supervivencia, aunque mal repartida entre los distintos lugares.

Pero sí es problemática la situación de algunos casinos y sí es importante tomar medidas en beneficio de la conservación de una parte importante de nuestro patrimonio popular. Sin olvidar algo que ya indicamos más arriba: Proteger un patrimonio, no es convertirlo en otra cosa, sino mantener sus valores esenciales, al tiempo que se adapta a un medio que ha cambiado.

Y defender esa magnífica entropía social y la ausencia de endogamia, que garantiza el deseable desorden de intereses en los salones.

Queda solamente definir, en un corolario asequible, lo que es un casino, respecto a su funcionalidad. Pero eso será la próxima semana, en un tercer y último capítulo de esta miniserie, sobre la identidad de los casinos.

Con un título ciertamente inquietante: «¿Para qué sirven los Casinos?».

Equipo Azoteas
www.fotoespacios.com
www.azoteas.es

3 comentarios en «Los casinos no son otra cosa: Solamente casinos (Parte II. Lo que si son)»

  1. Como dice D. Miguel, “en un casino está la maqueta de un pueblo, con sus diferencias, sus colores y sus tibiezas, sus riquezas y sus miserias…” y yo te recuerdo que la belleza de algo hay que saberla encontrar y, a modo de ejemplo, me atrevo a indicar que, las mariposas son de mil colores, que la luz se difracta a través de las gotas de agua en arcoíris multicolor también, que la biodiversidad no es solo aplicable al medio natural, pues es algo innato en nuestra especie y quizás por ello los casinos fueron esa forma «entrópica» en la que se aglutinaba ese “desorden aparente” del sistema social del momento y que tuvo su éxito, gran éxito, porque estaba en armonía con la esencia de nuestra propia naturaleza animal. Pero todo sucedió en un momento concreto de nuestra historia reciente.
    Puede que todo empezara a cambiar cuando la gente emigró a las grandes urbes y luego importaron a sus pueblos lo que vieron o vivieron en la gran ciudad, donde ya la armonía se había perdido, y trajeron múltiples y diversas experiencias y conceptos que cuajaron en el pueblo, y se crearon agrupaciones a medida para cada caso concreto que era menester. La mujer entro también en el orden social de los derechos y el hombre perdió primacía. El Casino dejo de ser su refugio natural donde se hablaba de todo y estabas en armonía con tu “tribu”. Nacieron agrupaciones diversas, sociales, sindicales, políticas, económicas, industriales, culturales, deportivas, etc. y había espacio para todos, pero a costa de despoblar al Casino, donde quedaron los “fieles” y aquellos que no tenían cabida en otro lugar. Románticos del sistema que como tú y como yo añoran su recuperación porque, al día de hoy, pueden volver a ser al aglutinante sobre el que se circunscriba esa política social no interesada, que tanta falta hace para devolver al armonía y la confianza al ciudadano y sea la base de la recuperación económica del lugar.

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