Juan Carlos Jara. En Nuovo Cinema Paradiso, la sensacional historia cinematográfica que el italiano Giuseppe Tornatore estrenó para la gran pantalla en 1988, Alfredo –interpretado por Philippe Noiret– cuenta a Totó –Marco Leonardi- la fábula de un soldado que quedó prendido por el amor hacia una hermosa princesa, a quien prometió esperar durante 100 días y 100 noches bajo su ventana para intentar que ella también se enamorase. El joven, deseoso por conquistar a su amada, permaneció impasible, sufriendo las inclemencias del tiempo y la dureza de la calle hasta que “al llegar la noche 99 se incorporó, cogió la silla y se largó de allí”.
Huelva, como el soldado de Tornatore, acumula días y sufrimientos bajo la ventana, mostrando esos encantos que enamoran pero esperando mientras tanto, no correspondida, que alguien la saque del olvido ofreciéndole por fin lo prometido. Nuestra tierra, como el paciente soldado, resiste sin encontrar premio pero vive ilusionada por un futuro brillante que siempre parece estar cerca.
Pero la paciencia onubense, al contrario que en la película, dura más de 100 días. Huelva, que en la noche 99 no coge su silla para marcharse, prefiere la espera en cientos de días que se convierten en años de dejadez, añorando sueños jamás alcanzados aunque siempre fuesen prometidos. Olvidada y abandonada en un rincón de España pero aderezada con su hermosa luz y su infinita belleza, Huelva espera a su princesa mientras proyectos ideales duermen en el cajón –o en el almacén de las viejas maquetas- buscando un tiempo mejor que, cuando pudo ser, tampoco nos llegó.
Miles de onubenses luchan pese a todo, con el alma inquieta y el espíritu de viejas batallas no lejanas y ganadas en pro de una universidad para todos, por un tiempo cada vez más cercano en el que la ciudad aparte su vieja silla de enea y deje de esperar, a los unos y a los otros, para decidir a partir de entonces su propio futuro mejor. La Huelva del no progreso debe dejar paso a una Huelva de soldados que, pese a estar enamorados, no pueden esperar por siempre a la bella princesa caprichosa y altiva que, impasible, nos mira desde su ventana.