Adolfo Morales. Al menos en el Sur, la exaltación de la primavera, es esa mezcla del carácter andaluz que concilia con plena armonía, lo divino con lo pagano. Singularmente tienen en la localidad de Berrocal uno de sus exponentes más originales.
Cuándo la primera semana de Mayo enfila, se consuma la larga espera del año que transitó desde la anterior celebración y todo el pueblo vive con intensidad estas celebraciones. Por un lado las mulas o en el lenguaje festivo «las bestias» son sus actores principales, a las que se engalana y pinta y se las hace ser las estrellas de la fiesta o diosas por un día.
Un homenaje de agradecimiento a su labor en el campo, a su colaboración impagable con el hombre. El pueblo se divide en dos capillas que contienen sendas cruces engalanadas, cada cual a su estilo. Las Cruces de Arriba y las de Abajo, se disputan las calles del pueblo y así en un horario bien gestionado, evitan cruzarse. Una pique del que ya en los siglos XV-XVI se tienen referencias.
Por otro lado «los mozos» y «las mozas», una suerte de cortejo virtual, que viene a hablar de esos jóvenes como continuadores de la estirpe, de sus potenciales aleteos, de la reivindicación de la atracción natural de la especie, del cortejo y finalmente de la consumación de la atracción, concluyendo en «clavar» un estandarte sintetizando de modo simbólico el final de esa comunión.
Todo este escenario no podría llevarse a cabo, sin el esfuerzo de los más veteranos por contagiar en los más jóvenes la pasión por sus costumbres ni sin la participación decisiva de las mujeres de cada cruz, que en la procesión por las calles del pueblo, sea con «las bestias» sea con «los mozos», jalean, increpan, ensalzan y dan constantes «vivas» a cada uno de los protagonistas, al tiempo que extienden sus brazos al cielo con las manos extendidas, creando un rumor ensordecedor que tanto emociona a los lugareños.
Berrocal es sin lugar a dudas, además de amable y generoso con el visitante, sencillamente sorprendente.
Fotografías: Adolfo Morales.