Redacción. El obispo de Huelva, Mons. José Vilaplana, ha presidido esta mañana de Martes Santo, en la Catedral de la Merced, la Misa Crismal de consagración del Santo Crisma y bendición de los Óleos de los Catecúmenos y de los Enfermos.
En su homilía, nuestro Pastor ha pedido a los sacerdotes que acojan “con renovado entusiasmo el envío al que nos empuja el amor de Cristo” para ser “evangelizadores con espíritu” y les ha alentado a seguir las palabras del Papa Francisco en relación a que, consciente de la dificultad del momento presente, ha dicho: “estáis sufriendo la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer frente a una cultura mundana que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público…”.
Además, ha recordado a los sacerdotes de la diócesis reunidos en la Catedral el perfil del Obispo esgrimido por el Santo Padre en un discurso, que nuestro Pastor diocesano ha hecho extensible también al presbítero, de manera que un Obispo o sacerdote actual debería ser “testigo del Resucitado”, que “junto con la Iglesia, a través de su vida y de su ministerio haga creíble la Resurrección”.
La segunda característica hace referencia a la supremacía de Dios, que es quien elige, para lo que “la tribuna de la propia conciencia ante Dios y la colegialidad” son fundamentales. Otro rasgo a destacar es el ser “kerigmáticos”, hombres que no pueden descuidar la Palabra de Dios y custodios de la doctrina, para “fascinar, cautivar y seducir al mundo”.
Nuestro Obispo también ha subrayado en su homilía, haciendo referencia a las directrices del Papa, que el Obispo, y por tanto los sacerdotes, deben “hombres de oración y sacerdotes pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, que sean mansos y misericordiosos, que amen la pobreza interior como libertad para el Señor y la exterior como sencillez y austeridad de vida”.
En definitiva, hombres auténticos cuyo legado sea la santidad, de forma que “un obispo no podría jamás renunciar al anhelo de que el óleo del Espíritu de santidad llegue hasta el último borde de la vestidura de su Iglesia”, ha indicado.
El Santo Crisma es una mezcla de aceite y sustancias aromáticas con el cual son ungidos los que se bautizan y se confirman; con el Crisma se ungen también las manos del nuevo sacerdote, la cabeza del que es consagrado Obispo el día de su ordenación sacramental, los altares y las iglesias el día de su dedicación.
Con el Óleo de los Catecúmenos se unge a quienes van a recibir el Bautismo, mientras que el Óleo de los Enfermos remedia las dolencias del alma y del cuerpo, ayudando a hacer frente con fortaleza a su mal físico y espiritual.
El Santo Crisma y los sagrados óleos son llevados, posteriormente, a todos los arciprestazgos y parroquias donde, de un modo solemne y expreso, son presentados, como expresión de unidad, en la Misa Vespertina del Jueves Santo.