Juan Carlos Jara. El Conquero respira tranquilo, sosegado, mientras pasea sus recuerdos por la Huelva más antigua, la de la Ría y el barco velero, la que encontraba, en sus laderas convertidas en el sueño de una tarde de domingo, la más hermosa recompensa al trabajo de la semana. El Conquero ha sido a lo largo de toda su vida lugar de regocijo de miles de onubenses que, en su juventud, subían sus empinadas pendientes en busca de un tesoro escondido en la chumbera o a la caza de un camaleón de leyenda y que, en su más temprana madurez, vivieron, con el sol entrecortado bajo las alargadas hojas de un eucalipto, su primer beso de amor.
El Conquero, impasible ante los años, permanece ahí, contando a nuestros hijos batallas increíbles de abuelos orgullosos que cada vez parecen más lejanas, casi olvidadas. Y tanto. Nosotros ya apenas las vivimos. Pero en la espera, silenciosa aún en el grito de añoranza, este mágico lugar de Huelva reclama sin palabras nuestra ayuda. Por sus cuestas, víctimas del descuido y de la triste falta de actitud de nuestros gobernantes, ya apenas corren niños y casi no se ven amantes, de los que sí están enamorados, disfrutando del regusto romántico de sus infinitas vistas. Las casas abandonadas ya no sirven de palacios fantasmales en los que vivir una aventura imaginada y su paseo, incómodo y a ratos peligroso, se desmorona ante la pasividad y los ojos poco críticos de los onubenses.
El lugar más hermoso de la ciudad ya ni siquiera viene a nuestra mente cuando, aún infinitamente orgullosos pese a la Huelva despojada, buscamos un lugar que mostrar al amigo visitante para que, como nosotros, sienta su corazón prendido, víctima de la belleza de una tierra extraordinaria. El Conquero agoniza, pese a su vida eterna, sin que salgamos en su ayuda. El Conquero no merece tanto descuido que ahora le brindamos después de tantas tardes que nos dejó, grabadas indelebles en la memoria onubense, para nuestra fortuna. Y aún así, sigue siendo maravilloso…