Roque Rodríguez. Coincidiendo con uno de los días de descanso en el certamen Colombino, quise seguir siendo fiel a mi cita con el concurso del carnaval gaditano. Cortito de equipaje, un boli, una libreta, máquina de foto y una invisible e inveterada alforja que me acompaña desde hace más de cuarenta años.
Mi alforja estuvo junto a mí, en todas y cada unas de mis citas por febrero, y por tanto esta repleta de momentos y vivencias carnavaleras, por todos los “condados”, que custodia el Dios Momo, y que abarca los “reinos” de Cádiz y Huelva. A mitad de camino, entre las ocho y las nueve de la tarde noche del pasado domingo día tres, ya estábamos frente a la impresionante estampa del Templo De Los Ladrillos Coloraos.
Por fechas propias de carnestolendas el Gran Teatro Falla se transforma y disfraza de majestuoso y bullicioso “parque temático”, donde se mezclan y dirimen distintas idiosincrasias llegadas de todos los puntos de nuestra geografía nacional, que desembarcan como auténticos Cabrones (coro de Julio Pardo) armados hasta los dientes, con todo un arsenal de guitarras, bombos y cajas, y bajo la bandera y el sello propio de cada “asaltante autor”. Desde el escenario se disparan balas y proyectiles, que el respetable recibe en forma de copla, pasodoble, cuplé, tanguillo, estribillo o popurrí. Cádiz es Cádiz, y allí hay que mamar. Mamar desde las entrañas del Falla durante una sesión de concurso, es todo una gozada, y si además nos llaman mamón (carnavalero), el gozo se vuelve orgullo.
El Patronato del Carnaval de la Tacita de Plata sigue poniendo todas las facilidades a los que pretenden engrandecer la fiesta, como debe ser. Gracias Cádiz por permitirme, o mejor dicho por permitirnos a todos los aficionados, seguir “chupando” de vuestra sabia e inagotable ubre carnavalera.