Los códigos libres del deseo

Ramón Llanes. Por Navidad no entran ganas de usar la polémica o el inconformismo, se desvían los gustos hacia la solidaridad, el abrazo, la congregación de afectos o la diversión. El tiempo tiene unos códigos prefijados que nos encaminan a distintas opciones dependiendo de la época, ahora la convivencia, mañana el máximo esfuerzo, ayer la rebeldía. El deseo también impone sus necesidades, el individuo es caprichoso en demasías y el gozo forma parte del compendio de fibras que convergen en el estado de ánimo de cada cual, el confort imprescindible para los estímulos y para la conformidad del estado íntimo.

Los códigos, aún instaurados, también son elegibles porque el cursor pulsa en voluntad aquello que pide la conciencia o el espíritu. Existe una cómplice manera de coexistir entre códigos naturales y códigos elegidos, son elementos que se gestionan en la misma base para la consecución de un fin común, no son paralelos, no se odian ni se desentienden, son gemelos con una genealogía empírica única.

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A su compás, el cuerpo solicita guerra o calma; la travesura, el sosiego, son comportamientos que dependen de la insignia personal para la cobertura de lo necesario en cada momento. Y ahora toca un poco de olvido –sea dicho con todo respeto- a todo cuanto de insatisfacción pueda prolongar la maledicencia, el dolor o el miedo. Toca codificarse en la complacencia de los usos que el tiempo afectuoso de la Navidad imprime a la vida. Un sueño, una petición, una palabra, un desafío a lo imposible, cualquier adoración a nuestros héroes pequeños, cualquier sentimiento incógnito, mucho entusiasmo, lo pensado, lo deseado, lo nunca conseguido. El concepto en plenitud de la justificación del trabajo y de la entrega. Toca sacar los pudores y la timidez para hacer una manifestación colectiva de complicidad con esos códigos libres que están, ahora, empujando a placeres ordenados que también crean estímulos y hacen alma.

Y así nadie conspirará contra la benevolencia si el impulso hacia lo confortable proviene de la excelencia del ambiente que propicia de la Navidad.


Puerto de Huelva

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