José Manuel Alfaro. Sección de ficción Cuaderno de Muleman. Nadie duda de que este mes es el uno de los más prolíficos del año en lo que se refiere hacer cosas absurdas, encontrarse en situaciones Kafkianas, escuchar cosas impensables, ir a lugares recónditos, hablar con alguien con el que nos cruzamos todos los días y al que ni siquiera miramos, decir lo que pensamos sin pensarlo, comprar algo que no nos hace falta, alimentar a un gatito moribundo, correr detrás de un perro, abrazar un árbol en el parque, comer al sol, tomarse un yogur caducado que llevaba meses en el frigorífico, desayunar tostadas de pan duro con mermelada de fresas.
Este es por tanto el mes de la fiesta, el de la noches más largas, el de la siestas después de una barbacoa interminable, el de vomitar detrás de un coche, bailar hasta que te revienten los pies, ir a la playa sin echarse protección, mirar al cielo azul sin gafas de sol, desayunar cereales rellenos de chocolate blanco, escribir en un coche sucio “lávame guarro”, apagar la televisión cuando comienzan las noticias, discutir con tu hermano por un helado, comer con las manos, leer un libro en la playa, colocar la mano en el congelador durante unos minutos o como ha hecho un hombre en Beas cumplir su reto inverosímil del mes más absurdo.
El ser humano por naturaleza, es decir por la naturaleza del reino animal, por su condición de mamífero, bípedo, animal que razona y capaz de imponer su razón por encima de la visceralidad de sus emociones. Ese ser humano capaz de hacer la cosa más impensables, sin preguntar, sin creer en ellas y sin mirar atrás. Y todo ello simplemente por el hecho de ser humano, incluso si hiciera falta poner su vida en peligro por el hecho de quererse coronar haciendo lo más inverosímil jamás visto, incluso irse a Beas, meter un pie en la alcantarilla hasta que quedarse atrapado en su propia estupidez.
Nadie puede poner en duda nada de lo que hace otro ser humano, si este antes no lo ha hecho, porque para tomar consciencia de lo que es hay que hacerlo. No podemos subestimar las ideas sin asumir que estas tienen un grado de absurdez que se puede justificar por el mes en el que se hace, porque de la misma manera que en invierno nos abrigamos, en verano el calor no empuja hasta desnudarnos. Este mes nos lleva a arriesgarnos, a hacer cosas que nunca habríamos hecho, creer que estamos protegidos por una mano invisible y se desplegara sobre nosotros un manto protector celestial más humano que divino que justifica cualquier acción que rompe con lo establecido, lo normalizado, lo que debería ser, lo probable, lo que esperan de nosotros.
Este mes es por tanto ,el mes que rompe con todo este paradigma del resto del año, es el mes en el que se pueden tomar decisiones que en el próximo mes serían impensables, por muy absurdas que fueran. Y con estos argumentos un joven se ha ido hasta Beas, para meter primero un pie, luego otro y tirarse dentro de una alcantarilla para quedarse atrapado allí, inmóvil, incorrupto y desafiante al sol y los 40º de temperatura que hacían allí como la vida se le fuera en la estupidez de verse atrapado, sin salida, sin capacidad para decidir nada, para actuar, sin rumbo, solo y sumido en su propia decisión, la de hacer algo absurdo que marcará su futuro para siempre y la de haber decidido su futuro bajo su propia absurda decisión, en el mes más absurdo del año.