RFB. Entramos en la aldea de Calabazares tras bajar por la desviación de la carretera que lleva a Almonaster la Real viniendo de la N435. Buscábamos a una señora que nos había sugerido, al preguntarle, el amable alcalde, Jacinto Vázquez. La pista era Carmen la de Esteban, que estaría por la Plaza del Hortelano. Nada más avanzar por las primeras casas, no hizo falta preguntar. Allí estaba Mª del Carmen Márquez Márquez, más que dispuesta, de pie casi en medio de la calle principal, atenta a todo lo que pasaba. Sin saber quien era le preguntamos, precisamente, a ella. «Servidora» nos dijo y, hospitalaria, ofreció su casa para la charla, o donde quisiéramos. Optamos por sentarnos al aire libre, allí en esa placita -la del Hortelano- que viene a ser como el centro de ese pequeño núcleo poblacional.
No nos la esperábamos, la verdad. Carmen es una mujer muy singular. Su extraordinaria naturalidad, y simpatía, no oculta una gran inteligencia. Utiliza términos que no imaginábamos comunes en una señora de su edad y habitat, como productividad o geometría -que por cierto no le gustaba de chica en el colegio-. Se le nota familiarizada con algo tan reciente como el ‘dron’, cuando comentamos que íbamos a volarlo para tomar unas vistas. Resulta muy agradable escucharla, con su inconfundible acento serrano y los matices suaves de un dulce tono de voz.
Su vida podría haber transcurrido de forma muy diferente si le hubiesen concedido la beca que merecía por su sobresaliente rendimiento escolar. Pero, y esto no nos lo dijo ella, aquella beca que en justicia debería haber sido para Carmen acabó en la hija del alcalde de entonces. En esta amena mujer, sin embargo, el rencor no ocupa sitio, al contrario. Transmite felicidad por lo que le ha acontecido a lo largo de las ocho décadas de su amplia existencia.
Mucho aprendizaje nos está proporcionando la serie ‘Memoria de los Pueblos de Huelva‘. Un conocimiento que nos transmiten estas personas mayores desde la mayor autenticidad. Carmen Márquez responde fielmente a esa autenticidad. Una mujer que ha vivido siempre conectada con la naturaleza, en un ambiente sencillo donde la sabiduría viene de serie y se incrementa con esa forma de vida tradicional que le ha caracterizado y de la que ella es una de sus últimos testigos.
Cuando afirma que ha pasado en Calabazares toda la vida lo hace satisfecha, orgullosa. La sonrisa y el gesto de la cabeza así lo subrayan. «De campo siempre, a eso me he dedicado. He hecho de todo, menos arar«. Lo hacía su padre, con dos burros «y yo que abucheaba a la par. En esa sierra, allí arriba, donde están esos chaparros -señala con el dedo-«. Ella tenía siete años y sus dos hermanas mayores se habían casado ya.
Le preguntamos sobre como se encuentra. «Bien -responde-, pero tengo una prótesis en la pierna desde hace diez años, me la pusieron en el Hospital de Riotinto, el trece de mayo de dos mil trece«. Nos reímos -ella también- por la precisión en la fecha. A lo largo de la conversación siempre que nos habla de algún hito, personal o de Calabazares, nos da la fecha exacta del día y año en el que se produjo.
Se acuerda también con nitidez de los maestros y maestras que tuvo. Muchos según destaca. Venían de otros lugares, sobre todo de Sevilla, y se quedaban en la casa-escuela durante el curso. La primera maestra que tuvo era doña Mari Carmen, de Cortegana, y la última doña Amparo, que era de Alnalcázar. La que dejó mejor recuerdo en ella fue doña Ángeles Trujillo, de Sevilla, con la que hacían obras de teatro. «En el salón de la aldea están las fotos -señala hacia donde está ubicado-, los trajes que nos ponía los hacíamos de papel«. Ella ha facilitado fotos antiguas, sumadas a las expuestas en el referido salón.
Entre los trabajos del campo que ha hecho Carmen en su juventud destaca que «he guardado mucho las cabras. Y he hecho queso, y he hecho pan«. «Mi madre -prosigue- es una de las personas que más pan ha hecho aquí. Cuando yo era chica hacía tres cocidas al día para venderlos. Iban mis hermanas, como eran mayores, a llevarlo a otras aldeas. En la puerta del horno ponía también las patatas y los boniatos para asarlos… estaban muy ricos«.
Calabazares se destaca por sus huertas. Lo resalta Carmen, que nos dice que «yo misma he ido a vender -hortalizas- a Cortegana. Íbamos en los burros, hasta veinte. Salíamos por la mañana derechos a Cortegana a vender«. Cuenta que «allí pagábamos la plaza pero cuando empezaron lo de los autónomos y todas esas cosas, y a exigirnos…, ya era más lío«.
Tardaban dos horas en llegar a Cortegana. «Vendíamos en la plaza y luego, con lo que nos quedaba, hacíamos reventa por las calles. Íbamos de aquí hasta veinte personas. Todos juntos, como en una caravana. Los burros ronaban tos y… aaa, pa Cortegana, zumbando«. Lo dice Carmen con gracia, como si reviviera una escena de labor pero también de juvenil diversión.
La localidad tradicionalmente abastecía de hortalizas y frutas a muchos enclaves del entorno. «Salían hombres de aquí para vender en la Zarza, a Valdelamusa, a San Telmo…. Echaban cuatro días, entre ida, venta y vuelta. Y lo que se traían era carburos, para los focos, porque entonces no teníamos luz. Porque aquí la luz vino en el setenta y siete«. Entre estos hombres estuvo su marido, y su padre. Iban, así mismo como las mujeres, juntos. A ellos les correspondían las rutas más distanciadas, los trayectos más largos.
Tomates, pimientos, cebollas, cebollinos. Estos últimos se llevaban y vendían en sacos de manojos, particularmente en Aracena. Le preguntamos como era que vendían, por ejemplo, antes en Cortegana que en Almonaster, que está al lado. Dice que en Cortegana había más gente y que, además, en Almonaster los habitantes tenían sus propios huertos.
«Aquí hay unos pagos de huerta muy buenos. Ahora se ha sacado el agua, porque el agua se saca el día de la Cruz. Se va a la presa, arreglan la regaera, la acequia… que está hecha de hormigón, que la hizo en su día el ayuntamiento. Se reúnen los vecinos y luego lo celebran. El agua viene de la ribera de Escalada. Eso es de toda la vida, se hace sobre el tres de mayo, este año se ha hecho el día cuatro, porque era sábado y estaban los hombres en casa. Eso es una cosa a la que van los hombres«. Detalla Carmen que van los hombres, con «la pala, el cabucho, el calabozo y las cosas esas que hay que usar«.
En este momento nos sorprende de nuevo nuestra protagonista, con un alegato al respeto medioambiental. Critica con cierta vehemencia el uso de detergentes y contaminantes, que inutilizan el pasto y lo secan, «la yerba así ni se la come el ganao ni sirve pa ná. Y lo que produce son incendios«. Aboga por la limpieza como se hacía antiguamente, que además afirma que daba muchos puestos de trabajo.
Situado al llegar al carril que lleva a Calabazares se ve un barranco, que nos señala un abrevadero de ganado, porque «las reses pasaban por aquí, de Sevilla a Rosal de la Frontera. Era un camino real que va por ahí. Y por ahí hay un montón de charcos, donde las mujeres lavaban. Se lavaba con una lavaera de piedra, na de madera ni de ná. Era piedra. Hay ahí charcos, de una fuente que le llaman La Peña, que el agua es muy buena. La de aquí vieja, que se llama la Fuente Vieja, esa es más dura, y necesita más jabón«.
«El jabón era casero -añade-. Se hacía con aceite y manteca de los cochinos. Ná de detergentes ni ná, era to natural«. Conoció personalmente el uso de ese camino real. «Mi marido mismo pasó por aquí con piaras de vacas de un sitio que le llaman la Lima, que era de Manolo Ortiz López, a Rosal de la Frontera. Y pasa… por en medio de Almonaster va la vía pecuaria. Va a salir por el Señor, por la puerta del Ayuntamiento camino de las vereas«.
Cuando cambiamos de tema y le preguntamos por sus amigas, por aquellas personas que han estado en su corazón, se emociona. Contiene el llanto cuando habla de su amiga Visitación. «Murió el año en que se restauró la Cruz esta -nos dice con la voz entrecortada-«. Casi sin poder hablar hace un gesto con la mano como indicando la altura de una niña pequeña para dar a entender que han estado toda la vida juntas, «vivía a la vera de mi casa, éramos familia, la abuela de ella y mi abuela eran hermanas«.
La abuela de Visi era una de las que iban a vender a la aldea de Santana -que ya no existe-, y la madre y el padre iban a llevar los huevos a Riotinto, con los burros. «Los buscaban por ahí por los cortijos y las cosas e iban a llevarlos a Riotinto, echando casi siete horas de recorrido, por donde estaba el puente viejo, el que estaba abajo de los Cinco Ojos. Por ahí partía el camino que le atajaba para Riotinto«.
En donde estamos, la hoy plaza del Hortelano de Calabazares, nos cuenta Carmen que había una encina muy grande, donde «se amarraban incluso las borregas, ahí debajo de la encina. Lo que es que el día que levantaron el castillete grande de la luz que hay ahí abajo, que precisamente hoy hace años, arrancaron la encina. La arrancaron por que les estorbaba a la electrificación«.
El marido de Carmen también trabajaba el campo y, como nos dijo, al final trabajó para la ganadería de la Lima. Tuvieron un hijo, que así mismo está conectado con el campo, pues es administrativo de una empresa de viñas. Tiene la suerte esta mujer -y el también- de que su hijo viva como ella en Calabazares. Carmen habita desde 1970 -cuando se casó- en una casa muy antigua, un poco más arriba de donde nos encontramos, que era originariamente del marido y sus hermanas.
Como decíamos, toda la vida en Calabazares. Hubo un paréntesis, cuando se fue a Fuenteheridos a trabajar en las castañas. «A apañar y a trabajar en la exportación de la fábrica de castañas, de Luis Moya Navarro«. A algunas compañeras les correspondió manipular sacos de castañas para embarcarlos en los camiones, pero ella se libró de esa tarea, «me tocó siempre estar en una máquina, pisando así para que la bolsa se cerrase«.
Le preguntamos sobre lo que más le ha gustado hacer, de tantos años trabajando. Responde que «yo la ganadería, fuera aparte del apañao. Yo he apañao en Santana muchas aceitunas. Ahora se pierden todas, porque ya no las dejan casi apañar«. En Santana se llevaba una casi dos meses apañando la aceituna.
Nuestra ignorancia urbanita nos hace preguntarle que es eso del apañao. Nos dice que «es recogerlas, pero de la mano, no de la manta ni ese jaleo. Los hombres vareaban y las mujeres apañaban. Y la Visi era igual«. Vemos que con Visi coincidió durante toda su vida. También en las castañas. «Hacíamos la comida, en las dos horas que teníamos de descanso, de las seis a las ocho porque terminábamos a las doce. A una le tocaba ir al lavadero a lavar la ropa, y a la otra hacer el almuerzo y la cena para el otro día».
Se ha levantado temprano toda la vida. Su abuelo fue cabrero. Se acuerda siempre de lo que le decía, «cuando mi abuelo se levantaba, que dormíamos en la misma habitación, me levantaba yo, y me decía ‘para tener memoria lo mejor es el ayuno’. Las lecciones de memoria, que yo daba en la escuela, me las estudiaba sin haber tomado el cafe. Era el mejor momento, cuando tenía la cabeza despejada«. Lo destaca resaltando que su abuelo era analfabeto, no sabía ni leer ni escribir. «Mi abuela tampoco, pero mi abuela de esas cosas no echaba cuenta. Mi abuela el queso, y él con las cabras«.
Hoy hay algunas cabras en Calabazares, pero muy pocas -apunta-, nada comparado con antes. «Por eso están las yerbas en todas las casas, porque no hay ganado ninguno. De antes había mucho jaleo de ganado, que andaba de arriba para abajo«. Dice Carmen que ahora hay menos porque la producción no es lo mismo. «Los guarros mismo, han perdido la mitad de lo que tenía la aldea. En todas las casas había cochinos, se hacía la matanza, y se hacían las cosas al uso natural. Ahora te exigen muchísimas cosas«.
En su casa la matanza se celebraba a lo grande, «eso era una feria, porque decía mi marido que eso era la unión familiar. Se reunía toda la familia en casa. Se ponían unas ollas grandes, lo mismo se hacía caldillo que se freía la asadura fresca, que luego por la noche se cenaba«.
Habla de esto y vuelve a recordar a su amiga. «La Visi mataba muchos guarros, su familia. Ella nos ayudaba mucho y nosotros a ella. La matanza era cosa de los hombres, matarlo y abrirlo. Ahora luego lavar las tripas y apartar la carne y eso era cosa de las mujeres. Ahora ya eso también lo hacen mucho los hombres«.
Pasamos a otra cosa y le preguntamos por las fiestas. «En el año cincuenta y cuatro -comenta- trajeron la virgen aquí«. Se refiere a la imagen de la Virgen de Fátima, Patrona de Calabazares. «La trajo un comandante que era el marido de una maestra, doña Paquita. A mí me ponía nerviosa. Yo soy muy nerviosa -admite- pero ella me ponía muy nerviosa. Hicimos la comunión diez niños juntos, y nos pusieron un vaso de chocolate en la puerta de la escuela, pagado por los padres. Yo dije que a mi no me gustaba el chocolate, y se lo tomó la Visi«.
La imagen la tuvieron en la escuela. Luego se hizo la capilla -la asociación de vecinos-. «La fiesta aquí era bonita, pero yo no soy muy festolera. Religiosa soy pero festolera no. En las fiestas se corrían las carreras de cintas. Se corría en bicicleta, y se corría en caballo. Venían de otras aldeas a correrlas en caballo y en burro. Y luego las dianas y los bailes, eso era normal«.
«Romerías aquí no se hacía ninguna -prosigue-. Yo cuando chica estaba en el recreo cuando veía a la gente de Santa Eulalia. Iban cuatro ricos y los cabeceros que llevaban los caballos, pero de aquí no iba nadie. Ya mas tarde, y hace de eso muchos años, si empezaron de Calabazares a ir a la Romería de Santa Eulalia. A donde únicamente he conocido ir de promesa sin llegar a faltar ha sido a la Reina de los Ángeles, que este año cumple un siglo de su romería«. De Calabazares para la romería se iban la tarde antes, nos cuenta Carmen. Allí, «andando descalza he ido yo con mi abuela con ochenta y dos años«.
Nos habla también de la Cruz de Mayo en Calabazares, fiesta recuperada hace relativo poco tiempo. Es la última de una secuencia de Cruces relevantes en el término municipal, que se corresponden con los distintos fines de semana de mayo y uno previo de abril. El de Calabazares es el último. Almonaster, Las Vereas y Santa Eulalia se celebran previamente, y Aguafría que, según nos dice es la primera, en Abril.
Tiene libros de Santa Eulalia y de la Reina de los Ángeles, «porque me gustado mucho leer». Cuando iba a Cortegana a vender hortalizas aprovechaba y cambiaba las novelas. El gusto por leer le vino de la escuela. «La Geometría no me gustaba. La Geografía si, y la Historia también, y las Ciencias Naturales».
Carmen transmite muy buenas vibraciones. Nos ha encantado conversar con ella. La charla que hemos guardado en el audiovisual es un verdadero tesoro etnológico. Esta extraordinaria mujer serrana habla con todos los forasteros que tienen la suerte de pasar o llegar a este paradisiaco lugar. Se nota que es una buena persona, generosa, atenta y cariñosa. Ella se declara feliz de haber vivido siempre en Calabazares. Lo entendemos.