Nombres de repoblación en la zona de La Palma

El catedrático Manuel Ramírez Cepeda, director de la revista Corumbel de La Palma del Condado, nos trae este artículo sobre el origen de los nombres de pueblos del Condado onubense

Nombres de repoblación

Manuel Ramírez Cepeda. Desde Lebla hasta Sbilya. Durante el largo período de dominio musulmán, en esta zona de la actual provincia onubense y hasta Sbilya (Sevilla) sólo había dos ciudades propiamente dichas, o medinas:  Lebla (Niebla) y Talhyata (Tejada), la primera de ellas en pleno auge pero la segunda ya en franca decadencia. Todo el territorio extendido entre ellas estaba punteado de infinidad de alquerías rurales aunque muy minúsculas o aisladas y, por lo general, sin constituir entidad poblacional y sin nombre propio.

Esta zona fue “allanada” por los ejércitos de Alfonso X en 1253. En principio, muchas de esas alquerías pasaron a depender del concejo de la ya también reconquistada ciudad de Sevilla, pues la plaza fuerte de Niebla seguía resistiéndose a ser “ganada”.



Tras varios asedios, la Lebla musulmana claudicó en 1262. A raíz de ello, el citado rey nombró “juntas de partidores” para efectuar los repoblamientos y deslindar el término iliplense con ayuda de sumisos moros conocedores del terreno. Entre otras, pasaron así a depender de Niebla las aldeas Trigueros, Beas, Rociana, Villarrasa, Lucena, Bonares, Alájar, Andévalo, Calañas, Portichuelo y Paymogo.

Siguiendo la política de su padre Fernando III, también en el alfoz iliplense Alfonso X extendió cartas-puebla, privilegios, fueros, dominios, heredamientos, ferias y otras prebendas para procurar una repoblación (y cristianización) rápida y contundente de estas tierras:  tan diezmadas y tan vaciadas tras la huida de los musulmanes, si bien no pocos de ellos permanecieron en la reconquistada comarca bajo régimen de vasallaje.


Puerto de Huelva

Pero no fue hasta el siglo XIV cuando avanzó cualitativamente la repoblación de este territorio, la cual se había ido retrasando por diversos motivos:  revueltas de la morería, epidemias, amagos de invasiones lusitanas, cambios de reinados, etc.

Otra causa de tal retraso estriba en las gestiones necesarias para otorgar titularidad a los nuevos propietarios de estas allanadas y ganadas tierras. Además sus beneficiarios (órdenes religioso-militares y otros colaboradores de la monarquía en las campañas de reconquista) normalmente procedían de lejanas latitudes, castellanas y leonesas de manera preferente.

Topónimos sobre el terreno

Por lo general, los repobladores y los “partidores” no conocían estos pagos. Por eso y para poner nombre a sus nuevas o re-ocupadas aldeas, echaron mano de un elemental y muy práctico recurso sistemáticamente usado en otros sitios:  mencionarlas por alguna concreta característica visible o llamativa que presentase cada lugar o su entorno, a modo de hito o físico punto de referencia.

En pura lógica, se fijaron preferentemente en lo que tenían más a la vista;  osea, la orografía del terreno y los cultivos y árboles más predominantes.

Por ejemplo, sus fundadores pusieron a La Palma ese nombre, sencillamente, porque aquí vieron palmeras. No hacía falta que existiesen muchas, sino que fuesen un distintivo suficiente para identificar a este particular territorio. Posiblemente y durante algún tiempo, el transparente topónimo o nombre propio de lugar La Palma admitiese también el plural, con o sin artículo.

Como el de La Palma, otros topónimos de la zona son asimismo bastante transparentes o deducibles por su forma, en un grado u otro:  Trigueros, Beas (< vías), Palos (< palus ‘marismas’), Hinojos (‘planta aromática’), Villa-rasa, Villa-alba del Alcor, Al-monte (‘terreno de maleza y arbustos propio para la caza o montería’) y Manzanilla (< maçaniella ‘pequeño caserío’).

A veces, esa transparencia se da principalmente en la segunda parte del topónimo. Así se observa en San Juan y Lucena del Puerto o en Alcalá de la Alameda, desaparecida aldea cercana a Chucena.

Pero en otros casos la transparencia no existe porque la palabra se ha ido modificando bastante con el tiempo:  algo muy normal en los  topónimos rurales y en épocas de escasa documentación escrita, tan útil para regularizar la grafía y frenar la pronunciación espontánea o descuidada. La toponimia no obedece a estrictas leyes de evolución fonética.

Esa pérdida de transparencia ha ocurrido con el término abedules o su variante bedullos (< latín betullum):  árbol de gran altura y muy frecuente en las márgenes de los arroyos. En mi opinión, de ahí procede el nombre Bollullos, y de hecho están documentadas las ya translúcidas formas intermedias Belules y Belulos.

Algo parecido ocurrió con Bonares, palabra -según mi criterio- procedente de viñares (‘campos de viñas’), estando registrada la intermedia forma Veniares… Y lo mismo sucedió con Moguer, topónimo tras el cual intuyo la expresión monte verde. Compárese con Montemayor:  emblemático nombre propio de esa localidad.

La re-poblable región quedó distribuida en tres comarcas naturales:  el Campo, el Valle y la Rocina (> Rociana), a la que -actual precoto de Doñana- los repobladores llamaron así por abundar en ella rocines:  rústicos caballos abandonados por la morería tras la reconquista. No olvidemos que estos parajes llegaron a estar bastante arabizados, como podrían demostrarlo los nombres Almonte y Algaida (‘terreno arenoso’) o el hecho de erigirse allí una importante ermita de re-población pero sobretodo de re-cristianización.

El rocín era llamado más popularmente rocino:  palabra ya hoy arcaica y de la que proviene el nombre El Rocío, también según mi criterio. No es casualidad que muy cerca se encuentre el lugar tradicionalmente denominado El Acebrón (‘caballo acebrado o asalvajado’).

Por mucho que haya cambiado la forma de todos estos topónimos de repoblamiento con el transcurso de los siglos, su sílaba tónica o más fuerte siempre se mantiene, aun bailando en ella vocales o consonantes. Pero no faltan excepciones por estos contornos, como santo lugar > Sanlúcar.

En suma, y como ya he indicado en otras ocasiones en la veterana revista palmerina Corumbel, la repoblación medieval de esta reconquistada tierra del Condado histórico podría aclararse algo más así, escudriñando el porqué de los nombres de sus localidades.

Todos esos nombres son castellanos. Hasta el de su capital histórica, Niebla, aunque detrás de esta palabra palpite otra… perteneciente a civilizaciones mucho más antiguas.

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