Texto, fotos y mapa: Antonio Delgado Pinto, autor del libro REMANDO EN ROJO. Rivera de Huelva es el nombre de uno de los afluentes más importantes del río Guadalquivir. Su nombre está ligado a nuestra infancia ya que en nuestros continuos viajes a Los Santos pasábamos sobre él en la cuesta de la Media Fanega y sobre su afluente Cala por el puente medieval, conocido por nosotros como puente del Gustirrinín. Su importancia, además, viene dada por el número de embalses que jalonan su recorrido, cinco en total, abasteciendo de agua a la ciudad de Sevilla y a gran parte de los pueblos de su alrededor. Su curso alcanza los 125 kilómetros desde su nacimiento, en el término municipal de Fuenteheridos, hasta su desembocadura en la margen derecha del Guadalquivir, no lejos de La Algaba.
De todo el curso del río Rivera de Huelva, uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer es este del embalse de Zufre. Su amplitud y sobre todo el hecho de que la sequía de los últimos años ha dejado emerger un gran número de construcciones, sepultadas bajo las aguas desde la construcción de la presa en el año 1987, habían colocado este pantano en nuestra lista de proyectos inmediatos.
Hoy hemos llegado hasta su afluente Azula mi hermano Pedro y yo con el ánimo de ver los edificios que han permanecido bajo el nivel del pantano durante casi cuarenta años. Pero también nos trae hasta aquí el deseo de navegar por primera vez en un Konero Duetto, un kayak biplaza diseñado recientemente por nuestro hermano Fermín.
Efectivamente, el río Azula es un afluente de la margen derecha del Rivera de Huelva. Nos hemos detenido a un centenar de metros antes de llegar al lugar donde se sumerge la antigua carretera que iba desde Zufre hasta Santa Olalla de Cala, para iniciar nuestra ruta de hoy. A pesar de lo temprano de la hora, la primavera ya deja sentir sus olores. Hay jaras y monte bajo en este sitio en el que descargamos el kayak, los remos y los demás avíos (1). Después de dejar el coche cerrado, embarcamos e iniciamos la remada hacia el este. Más allá está el puente de la Azula, sobre el que discurría la carretera comarcal antes mencionada hasta que todo esto quedó inundado a finales de los años ochenta. También este puente quedó bajo el nivel de las aguas y ahora la sequía lo ha sacado a la luz. Está en muy buen estado de conservación, se ve que las aguas del embalse lo han cuidado con esmero. Construido de ladrillo, asoma la parte superior de su único arco. Nos detenemos un momento a contemplarlo y a tomar alguna fotografía. ¿De qué época puede datar? Esa es una pregunta que nos hacemos al contemplar los detalles de su arquitectura limpia. Probablemente se construyó a finales del siglo XIX o principios del XX.
Continuamos nuestra travesía remando hacia el este. Después de un pequeño meandro, salimos a la amplitud del embalse, es decir, al lugar por el que antiguamente discurría el río Rivera de Huelva. A nuestra derecha se alza el nuevo viaducto sobre el que va la carretera A-461. A qué distancia está de donde nos encontramos ahora, nos preguntamos. A algo menos de un kilómetro, seguramente. Paleamos algo más y tras el pedregal de nuestra izquierda aparece al fondo la estación de tren de Zufre en medio del embalse. Ahí está esperando a que lleguemos y desembarquemos, a unos quinientos o seiscientos metros al norte de este lugar en el que el río Azula desemboca en el pantano. Remamos con brío. El Konero Duetto se desliza veloz por las aguas calmas con los antiguos edificios ferroviarios en nuestro punto de mira sobre la proa. Las riberas muestran una gran franja pedregosa desprovista de vegetación, esa es la que alcanza el nivel medio del agua. Es aquí donde uno comprende mejor el drama de la sequía.
Paleamos y, a medida que nos acercamos, nos damos cuenta de que la fachada principal de la estación es la cara oriental del edificio. Decidimos entrar por ese lugar. Navegamos ahora sobre la trinchera por la que iba el camino de hierro. La profundidad va disminuyendo. Estamos a un tiro de piedra de la estación. Descubrimos que el nivel del agua está a ras del andén. Nos detenemos y desembarcamos (2). Dejamos el kayak medio en seco. Penetramos en la estación. Quién sabe si somos los primeros que entramos aquí desde que las aguas del embalse cubrieran todo en 1987. Dentro el suelo está encharcado. Admiramos la arquitectura de este viejo edificio de dos plantas. Han desaparecido la cubierta y el piso intermedio. Las ventanas traseras nos dejan ver el embalse y allá, un poco a nuestra izquierda y en la otra margen, el entrante que señala la desembocadura del río Azula, desde donde hemos venido remando. Justo al otro lado, frente a nosotros, hay una isla con una pequeña arboleda en la cumbre. Recorremos las inmediaciones y charlamos de la época en la que el trajín de los convoyes mineros llenaban el silencio que ahora nos rodea.
Embarcamos de nuevo y bogamos hacia el norte sobre las aguas que cubren el lugar donde estuvieron las vías. Es una sensación extraña saber que recorremos navegando la misma ruta que hacían los trenes mineros hasta 1955, año en que se clausuró el tendido ferroviario. Pasamos junto a las antiguas instalaciones mineras (3). Delante de nosotros se levanta el depósito de agua de hormigón del que se surtían las locomotoras de vapor. Más allá hay más construcciones, probablemente un almacén y alguna vivienda (4).
Salimos de nuevo a las aguas abiertas del embalse y continuamos paleando. Sabemos que ahora mismo estamos pasando sobre el puente de cinco ojos, sumergido aún a varios metros de profundidad. Ambos hemos visto alguna fotografía en blanco y negro de este colosal viaducto sobre el que discurría la antigua carretera y que ahora está bajo el nivel de las aguas. Regresan a nosotros las mismas sensaciones de otras ocasiones en que hemos remado en lugares similares. Hablamos de aquella vez que navegamos por el embalse de Alcántara y de los edificios que sus aguas custodiaban en su fondo.
A nuestra derecha el terraplenado de las vías surge de la superficie del embalse y aparecen algunos puentes pequeños sobre los que pasaban los ferrocarriles cargados de hierro y cobre desde las minas de Cala (5). El terreno pedregoso de color más oscuro indica el lugar donde estuvieron las vías. Continuamos remando hacia el norte escoltados a ambos lados por elevaciones de mediana altura. Aquí el embalse sigue el antiguo cauce del Rivera de Huelva y hace un quiebro hacia el oeste. Hay más construcciones que surgen del agua como testigos de un pasado que se niega a ser olvidado para siempre. ¿Qué será este muro alargado que se levanta más de un metro sobre la superficie del pantano? ¿Y aquella construcción sin techumbre cuyas ventanas aparecen ahora como ojos imposibles de piedra desmoronada? Los lugares emergidos vuelven de épocas ya idas para hablarnos de sus moradores, de la gente que los habitó y que probablemente ya no están entre nosotros (6).
La mañana ha pasado ampliamente de su ecuador cuando decidimos volver al lugar de embarque. Dejamos de palear un momento, atravesamos los remos sobre el Konero Duetto y comemos una fruta mientras observamos un grupo de vacas pastando tranquilamente en una de las orillas. La ausencia de corrientes y de viento hace que flotemos sin movernos del sitio. El cielo sigue tan azul como esta mañana. Retomamos los remos y ponemos proa al este, navegando ahora por la orilla sur. Pasamos una curva, ahí enfrente está de nuevo la estación de tren y las instalaciones ferroviarias que visitamos hace apenas una hora. Una bandada de pájaros vuela atravesando la amplitud azul del cielo. Las vacas se han acercado aún más al agua y alguna bebe en la orilla. Bordeamos esta margen y comprobamos que lo que nos pareció una isla desde la otra orilla no es más que una península cuyo istmo quedaba oculto por el propio terreno. Efectivamente, en su centro hay un grupo de eucaliptos y una vivienda ruinosa.
Tras unos salientes de piedra llegamos hasta la desembocadura del río Azula. Penetramos en él y remamos trazando un par de pequeños meandros al cabo de los cuales vemos aparecer el puente de la Azula y algo más allá el coche. Dejamos el kayak en seco y estiramos las piernas por el asfalto antiguo de la carretera. Para haber estado sumergida durante tanto tiempo, se conserva en muy buenas condiciones. Solo hay algún bache o algún bocado en el alquitrán de sus bordes. Contemplamos las elevaciones montañosas que nos rodean y el puente de la Azula surgiendo del agua. El silencio ocupa por completo este lugar lleno de historia.