Texto, fotos y mapa: Antonio Delgado Pinto, autor de REMANDO EN ROJO. Llamado río de los patos por los romanos, Flumen Anae, el Guadiana es el mayor de los ríos que pasa por nuestra provincia. Los árabes respetaron el nombre que encontraron al llegar y lo llamaron Wadi Ana. Este peculiar río, que nos une a nuestros vecinos portugueses, nace en las Lagunas de Ruidera y mide algo más de ochocientos kilómetros, a lo largo de los que recibe las aguas de varios afluentes, algunos de los cuales me traen recuerdos de infancia y juventud: Matachel, Ardila o Záncara son nombres que en alguna época han tenido mucho significado para mí.
He llegado no demasiado temprano a Pomarao (1), aldea portuguesa de la margen izquierda con la intención de volver a hacer la misma ruta que ya hice con mis hermanos y algunos kayakistas amigos en la primavera de 2008, bajando el río hasta Sanlúcar de Guadiana. Hoy ha amanecido una mañana de finales de diciembre soleada y templada, he aparcado junto a los restos de la grúa que sirvió para cargar el mineral extraído en las minas de Sao Domingos y que llegaba hasta aquí por una pequeña línea férrea de apenas 20 kilómetros.
Hay dos cómodas rampas desde aquí hasta el muelle de embarque. Una de ellas comunica con un parking para autocaravanas, que no recuerdo de la vez anterior, y la otra lleva hasta donde voy a dejar el coche, justo al lado del agua. Hoy haré la ruta solo, por eso he decidido traer el Konero Uno de mi hijo Pablo, menos veloz pero más manejable que los Konero Aventura. Esta pequeña embarcación, regalo de mi hermano Fermín a mi hijo por su Primera Comunión, es tan liviana que muchas veces la utilizo cuando remo en solitario.
Son las once de la mañana cuando empujo el kayak en el agua y paleo hasta debajo de la grúa de mineral. Desde abajo la perspectiva es bien diferente. De alguna forma, me recuerda a los muelles de Tharsis y Riotinto antes de que comenzaran sus restauraciones. El color que han adquirido la madera y el metal es el mismo que recuerdo de nuestros embarcaderos. Este viejo ingenio se ha impregnado de pirita y ha mimetizado su textura escondiéndose tras los colores del mineral (2).
Después de hacer algunas fotos, dirijo la proa hacia el sur y dejo arriba a mi izquierda una fila de casitas blancas que se asoma al río tras la vegetación que aquí es frondosa (3). Pomarao es una típica aldea portuguesa de un puñado de calles y algo más de medio millar de habitantes, enclavada entre el Guadiana y la desembocadura del Chanza. Solo necesito remar un momento para pasar junto al Puente Internacional, inaugurado en 2009, sobre el que he pasado con el coche hace apenas veinte minutos. Más allá puede verse la colosal presa del Chanza (4).
Sigo remando hacia el sur. A partir de aquí y hasta su desembocadura, el Guadiana es frontera natural entre los dos países. Calculo que su anchura en este lugar no excede de los doscientos metros. Navego en la parte central del cauce, donde se supone que está la línea imaginaria que señala los límites de Portugal y España. Las orillas del Guadiana aquí son abruptas y cubiertas de vegetación. A veces me acerco a ellas y algún pato huye desde debajo de las ramas que caen hasta la superficie del agua.
Paleo hacia el sur. El silencio aquí es absoluto. El Guadiana describe un amplio arco de circunferencia en el extremo del cual debe de estar la desembocadura del Vascao[E1] [E2] . Cuatro o cinco kilómetros llevo recorridos cuando vislumbro ya las aguas del arroyo. Entro un poco para curiosear este afluente que sirve de frontera natural entre los distritos de Beja y Faro (5). La vegetación es frondosa hasta las mismas orillas y bandadas de patos nadan no lejos de mí, quizás para dar la razón a los que otorgaron el nombre a este río.
Salgo de nuevo al Guadiana y pongo rumbo al sur, aunque no será por mucho tiempo, el río vuelve a torcer, esta vez a la izquierda, con lo que ahora navego hacia el este. No hay construcciones a la vista. Un rebaño pasta tranquilamente cerca del agua en la margen derecha, es decir, en el lado portugués. Sigo paleando justo en el centro de la corriente, ahí donde los mapas señalan la frontera, quizás con la ilusión oculta de saber que navego entre ambos países.
Los últimos metros de la curva que voy trazando lentamente me descubre un tramo recto, al final del que se vislumbran las construcciones de Puerto de la Laja, el ecuador de mi viaje de hoy. A medida que me acerco, se van distinguiendo mejor los detalles del colosal embarcadero de mineral, despojado ya de todos sus elementos metálicos. El patrimonio industrial nunca estuvo en las agendas de nuestros gobernantes, mucho más proclives en presupuestar otras promesas de mayor rédito. También van apareciendo las viviendas y lo que desde la lejanía parece un puerto deportivo de nueva construcción.
Puerto de la Laja fue un importante enclave minero, el último eslabón en la línea ferroviaria que traía hasta aquí el manganeso desde la mina de Santa Catalina y La Isabel, y posteriormente la pirita desde las minas de Las Herrerías y Cabezas del Pasto. Construido en 1885, este embarcadero de mineral estuvo en funcionamiento desde ese año hasta 1967.
Me acerco hasta este edificio gigantesco de piedra que semeja una fortaleza asomándose a la orilla (6). Me detengo un momento, dejando que la marea me lleve hacia abajo, para admirar esta construcción, mientras atravieso el remo sobre el Konero y como una fruta. ¿Qué profundidad tendrán estas aguas que permitían el atraque de buques de más de dos mil toneladas de mineral?
Tomo alguna foto, saco otra fruta del tambucho y echo un trago de agua. Mientras tanto la corriente ha seguido su curso y yo he descendido con ella hasta el arranque de una nueva curva que de nuevo me pone rumbo al sur. Dejo atrás la aldea de Puerto de la Laja con sus instalaciones mineras. A mi izquierda, a bastante altura, discurre la vía verde del Guadiana. Siguen las orillas verdes y abruptas, interrumpidas por continuas desembocaduras de afluentes en el lado español, pocos hay sin embargo que vengan desde tierras lusas.
Continúo paleando ayudado por la marea que está en su punto medio. De vez en cuando veo masas de caña y ramas que, arrancadas de algún lugar río arriba, bajan flotando veloces camino del Atlántico. Más rebaños en las orillas, un labriego quema rastrojos, otro me saluda desde un campo que viene en pendiente hasta la misma ribera, …
Los dos veleros fondeados en el centro del río, que vislumbro mientras dibujo una nueva curva, indican la proximidad del punto final de mi recorrido de hoy. Aquí es donde el antiguo camino Huerta Torres se asoma al río (7). También en este lugar es donde deben de estar los restos del castillo viejo de Alcoutim en el lado portugués.
A medida que remo, aparecen más barcos. Luego, el caserío de Alcoutim. Sigo bogando y por fin surge detrás de la vegetación el castillo de San Marcos y las casitas blancas de Sanlúcar de Guadiana, encaramadas a la falda de esta colina que viene a morir al agua. Hay más veleros en el puerto deportivo, también entre los dos pueblos hermanos, puntos neurálgicos del contrabando de otros tiempos.
Remo ahora del lado portugués cerca ya de la desembocadura del afluente que divide el pueblo de Alcoutim en dos mitades. Decido entrar en él y remar entre los patos que nadan ajenos a prisas y obligaciones (8). Menos de un kilómetro más allá está la playa fluvial de Pego do Fundo. Sin embargo, me vuelvo en el puente y paleo de nuevo en dirección al Guadiana. El verde de la vegetación invade el ámbito. Salgo a las aguas abiertas y me dejo mecer por el agua. Ahí están los dos castillos, el de Alcoutim (9) y el de Sanlúcar, restaurado después de nuestra travesía de hace una quincena de años (10).
Me acerco a la rampa de la orilla que ya conozco y desembarco. Arrastro el Konero Uno hasta dejarlo en seco, bebo un par de tragos y saco un bocadillo que como mientras estiro las piernas andando por el muelle. Observo las maniobras de un nuevo velero que se acerca al pantalán. El Guadiana, ajeno a todo, sigue su curso inacabable hacia las aguas atlánticas, mientras el cielo se llena de pájaros que vuelan hacia el sur, probablemente hacia los humedales de Punta del Moral e Isla Cristina.
[E1]
[E2]