Texto y mapa: Antonio Delgado Pinto, autor del libro ‘Remando en rojo’ / Fotos: Fermín Delgado, Pedro Delgado, José Luis Íñigo y Antonio Delgado. Aunque el Corumbel es en realidad un afluente del río Tinto, lo traigo a estas páginas por su importancia, junto al embalse del mismo nombre, dentro del sistema hídrico provincial. Es un río que conocemos bastante bien y que hemos explorado hasta donde éste es navegable, es decir, hasta las primeras estribaciones de la Pata del Caballo, en épocas de mucha lluvia. Además, es el lugar en el que mi hermano Fermín suele probar los nuevos modelos de embarcación que fabrica, actividad a la que solemos acompañarlo mi hermano Pedro y yo.
Llamado Corumber en los mapas que los ingenieros británicos diseñaron para el trazado del ferrocarril minero, este río nace en el término municipal de Escacena del Campo y desemboca en la margen izquierda del río Tinto. Antes de su desembocadura, sus aguas se embalsan en el pantano Corumbel inaugurado en 1987. En los casi 40 kilómetros que recorre, el río por el que navegaremos recibe las aguas de varios afluentes, de los cuales el Tamujoso es el mayor. Hoy remontaremos estas dos pequeñas corrientes de agua hasta donde la profundidad nos lo permita.
Comenzaremos nuestra ruta en las aguas del embalse, junto al merendero de La Palma. Para hacer este recorrido nos hemos juntado esta mañana un buen número de kayakistas: mis hermanos, mis sobrinos Bruno y Rubén, nuestro amigo José Luis Íñigo ‘Patronio’ y yo. Es una soleada mañana de abril fresca y con poco viento, si acaso una leve brisa que de vez en cuando pasa entre los eucaliptos que tenemos a nuestra espalda.
Iniciamos la navegación en dirección noreste, dirigiéndonos hacia la cola del pantano, que en realidad son dos colas, la del propio Corumbel y la de su afluente Tamujoso que, desde la construcción de la presa, desemboca también en el embalse. Remamos entre los troncos de eucaliptos inundados (1). Es un pequeño bosque que surge del agua y que nos recuerda alguna película de nuestra juventud. Salimos por fin a aguas abiertas y enseguida dejamos a nuestra derecha el arroyo de Fuentidueña, a unos quinientos metros de nuestro punto de partida. Las orillas nos muestran los verdes primaverales muy encendidos con las pasadas lluvias. Pastan caballos al frente y toros a nuestra izquierda (2). Seguimos remando y de pronto alguien dice que debemos de estar pasando sobre la necrópolis romana. Efectivamente, la cercanía de la confluencia del Tamujoso y el Corumbel nos indica que el yacimiento funerario debe de estar a un par de metros bajo nosotros. Se trata de tumbas, presumiblemente de época romana, que quedan al descubierto en los años de estiaje. Seguimos bogando hacia el noroeste mientras comentamos la existencia de estos restos que quién sabe si pueden significar la existencia de un poblado romano en los alrededores.
Al frente vemos ya la pequeña punta que forman los dos ríos al confluir aquí. Por su similar anchura nadie diría que uno es afluente del otro. Nos detenemos en el centro de la masa de agua para reagrupar al grupo y decidir entre todos qué camino tomar (3). Elegimos el de nuestra izquierda, el Tamujoso, y nos internamos por su cauce que se estrecha en los primeros metros. La orilla oeste nos muestra algunos entrantes y salientes tan amplios que dan ocasión al equívoco. Vemos más caballos pastando y una zona de colmenas alejada de la orilla. El curso del río cambia de repente de orientación. Ahora nos deslizamos rumbo norte, aunque la curva que describe a continuación nos vuelve a poner con la proa al noreste.
El cauce sigue estrechándose y la vegetación es aquí aún más verde. A veces nos detenemos a contemplar este paisaje solitario y a tomar alguna fotografía. Un kilómetro y medio o dos después de haber entrado en el Tamujoso divisamos el puente por el que transita el camino entre Villalba del Alcor y la carretera de Berrocal (4). Llegamos y nos detenemos debajo. Está formado por dos enormes vigas de hormigón sobre las que va el asfalto ya maltrecho. Las barandillas están en tal estado de olvido que da la impresión de que van a caerse definitivamente sobre el agua.
Seguimos remando hacia el norte, el afluente se ha estrechado tanto que es necesario ir de uno en uno, si no queremos golpearnos con los remos (5). Hay zonas incluso en las que los remos tocan las orillas. Ante la imposibilidad de seguir paleando, nos detenemos en la misma desembocadura de un subafluente que viene crecido.
Probablemente el arroyo de la Corte, dice alguno de nosotros (6).
No hay espacio para una maniobra de media vuelta. Desembarcamos para sacar los Konero del agua y hacer la operación de cambio de sentido en tierra. Aprovechamos para la charla y el refrigerio. Sacamos de las bodegas el condumio y comemos fruta mientras admiramos este paisaje desconocido por mucha gente (7).
La mañana ha pasado su ecuador cuando nos ponemos de nuevo en marcha. Bogamos ahora hacia el sur en fila india. Los kayaks, encajonados entre ambas orillas, se desplazan suavemente y en poco tiempo llegamos al puente de hormigón que pasamos hace menos de una hora. A partir de aquí el cauce se ensancha cada vez más hasta que desembocamos en la amplitud del embalse. Rodeamos la punta de tierra que separa ambas corrientes de agua y comenzamos a remontar el Corumbel (8).
Orientándonos por la Cañada de la Mora, que surge a nuestra derecha, hablamos del puente Palmarejo, un pequeño viaducto sumergido ahora bajo las aguas, sobre el que debemos de estar pasando ahora. No son pocas las veces que lo hemos visto aparecer cuando el nivel del embalse baja lo suficiente. Se trata de un puente de ladrillo y piedra construido al parecer sobre uno más antiguo que formaba parte de una vía minera de la época romana. Hablamos de las civilizaciones pasadas asentadas en estos lares. ¿Cuántas de ellas quedarán ocultas por el tiempo? ¿Cuántas quedarán ya para siempre lejos de la mirada de arqueólogos e historiadores?
Unos trescientos o cuatrocientos metros al frente, el río describe una curva a la derecha. Es justamente mientras trazamos el arco de circunferencia cuando vemos un puente gemelo al de Tamujoso. Nos acercamos a él. Al igual que el anterior, está formado por un par de vigas de hormigón y una barandilla que ha conocido tiempos mejores. Hay sin embargo una gran diferencia con el puente anterior: aquí el nivel del terreno es mucho más bajo, lo que quiere decir que la superficie del agua llega casi hasta las vigas, sin dejarnos espacio para pasar bajo él. Eso nos dice que tendremos que portear (9). Efectivamente, encallamos los Konero en la orilla, bajamos de ellos y los transportamos a mano hasta más allá del puente.
Aquí el cauce del Corumbel se ha estrechado bastante y el verde de la naturaleza es mucho más intenso (9). Ponemos de nuevo los kayaks a flote y paleamos hacia el norte. A partir de aquí el río serpentea y se va haciendo menos profundo. De nuevo vamos en fila india, sabiendo que no podremos seguir remando mucho tiempo más. El paisaje solitario y silencioso es aquí un pequeño paraíso. La masa forestal de la Pata del Caballo, monte público enormemente rico en vegetación mediterránea, aún queda lejos (10).
Nos detenemos cuando ya los Konero tocan fondo. Desembarcamos y decidimos que es una hora ideal para reponer fuerzas. Una hora y media de remo, quizá dos, nos queda hasta llegar al lugar de donde salimos hace unas horas. La mañana ha dado paso a la tarde cuando iniciamos el camino de regreso. La temperatura ha subido algo más y la bajada es cómoda serpenteando los meandros de este estrecho río. Los últimos días de lluvia han hecho que a veces encontremos pequeños afluentes que llegan precipitados a verter sus aguas cristalinas al Corumbel (11).
La mayor parte del año, esta parte del cauce permanece seca, pero cuando las precipitaciones se suceden, este río recibe agua de multitud de pequeños afluentes y cañadas, también las aguas que bajan desde las elevaciones montañosas de nuestro alrededor se suman a las que ya trae, formando un verdadero río estrecho donde habitan los pájaros y el silencio. Paleamos de uno en uno, apartando a veces ramas que se curvan para vernos pasar (12).
Volvemos a navegar sobre el puente romano sumergido de Palmarejo, cuya ubicación conocemos por la desembocadura de la Cañada de la Mora. Cuando salimos a las aguas tranquilas del embalse, la tarde se ha instalado ya en el paisaje (13). Estamos a unos doscientos metros del entrante que nos recuerda la desembocadura del arroyo Fuentidueña, lo que quiere decir que debajo de nosotros debe de estar la necrópolis romana. Remamos ahora separados, absortos en nuestras propias sensaciones. También el silencio es patrimonio de estos lugares. El embalse se ensancha aquí, a nuestra derecha aparecen las elevaciones de Los Cuquiles donde tantas veces hemos venido a plantar pinos mis alumnos de La Palma y yo.
Atracamos de nuevo cerca de los eucaliptos del merendero, junto al que aguardan nuestros vehículos. Subimos los Konero hasta terreno seco y sacamos la poca comida que aún nos queda en los tambuchos para comerla mientras hablamos de nuestra pequeña travesía de hoy (14). La superficie del embalse es ahora un espejo por el que se deslizan algunas nubes desde el oeste, quizás siguiendo la misma ruta que nosotros emprendimos esta mañana.