Antonio Delgado Pinto. La Punta del Sebo ha sido desde siempre uno de mis sitios predilectos para remar. La confluencia de los ríos Odiel y Tinto, el monumento a Cristóbal Colón y la cercanía del monasterio de La Rábida, donde se planeó una buena parte del viaje que desembocó en el descubrimiento del Nuevo Mundo, dotan al lugar de un muy particular encanto. Por eso, he elegido el Odiel como ruta de esta semana de LOS RÍOS DE HUELVA EN KAYAK.
Hoy es un día laborable y no todos tienen la suerte de estar jubilados como yo, por eso esta vez haré la travesía sin compañía. La mañana se ha levantado radiante, la primavera parece más primavera cuando bajo el kayak Konero de la baca del coche y lo arrastro por la arena bajo la estatua del almirante, que parece mirarme de reojo hacia abajo, como si le hiciera gracia la pequeña travesía de apenas doce kilómetros que me dispongo a empezar ahora y la estuviese comparando con las que efectuaron él y su tripulación hace ya más de medio milenio. Saco del maletero del auto una botella de agua, algo de comida, el remo y la cámara fotográfica, cierro el coche y camino hasta donde he dejado mi embarcación, en la línea de bajamar, donde la arena da paso al fango típico de nuestra ría. Guardo los bocadillos y la fruta en la bodega trasera del kayak, dejando el tambucho central para el agua y para la cámara de fotos. Me acomodo en la bañera del Konero y paleo hasta el centro de la ría, donde confluyen nuestros dos ríos mineros. Me vuelvo un momento y hago un par de fotos de la enorme estatua realizada por Gertrude Vanderbilt Whitney hace ya casi un siglo (1).
Paleo debajo del puente que cruza el Tinto (2) hasta Punta Arenillas. El tráfico que pasa sobre él se oye desde abajo con un sonido amplificado y enorme. Inaugurado en 1969, este viaducto abrió la comunicación de la ciudad con la costa este. Mazagón, La Rábida o Matalascañas quedaron a partir de entonces mucho más cerca de la capital.
Remo hacia la orilla de enfrente donde se abre el estero Domingo Rubio. Antes de penetrar en él aparecen al frente los restos del poblado conservero. Tras el desvencijado muelle de atraque se ven algunos de los edificios que quedan de este núcleo poblacional, cuya fábrica de conservas y salazones llegó a tener un centenar de empleados (3).
Después de hacer algunas fotografías, vuelvo a bogar para rodear Punta Arenillas, volviendo a pasar antes bajo el puente. Unos cientos de metros al sur aparece el muelle abandonado de Saltés. Para llegar hasta él, tengo que rebasar antes el muelle petrolero y atravesar el Odiel. Aumenta el oleaje cuando navego por el centro de la ría que ya aquí es una mezcla de las aguas de nuestros dos ríos mineros y el océano. Sigo remando mientras me voy acercando a las orillas desiertas de la isla. De vez en cuando aparece una pequeña cala de arena entre la salicornia y la espartina. Costeo Saltés y llego hasta el muelle que me parece enorme desde abajo (4). Hago fotos entre sus pilares. Las construcciones de hormigón, que penetran en el lecho de la ría, se confunden con lo que parecen ser diques flotantes o un remolcador de tamaño descomunal. Remar entre estas construcciones gigantes produce cierto desasosiego.
El kayak Konero se muestra dócil al maniobrar para salir de nuevo a aguas abiertas. La mañana se desliza luminosa mientras me dirijo hacia el norte dejando a mi izquierda el altísimo puente que comunica la isla de Saltés con la de Bacuta. Las aguas del canal del Burro Grande se mezclan aquí con las del Odiel, pero no hay ninguna turbulencia que lo acredite. Me acerco a Bacuta y sigo remando hacia el norte, a solo unos metros del paraje natural Marismas del Odiel. Los sonidos de las fábricas y del tráfico de la avenida Francisco Montenegro, en la otra orilla, no llegan hasta aquí. Algún pájaro acuático emprende el vuelo asustado por el ruido del remo al entrar en el agua.
Hay un par de kilómetros hasta donde se pudren los costillajes de antiguos pesqueros, un lugar al que hemos llegado varias veces mis hermanos y yo remando desde la Punta del Sebo y al que quiero volver ahora. No tardan en aparecer los esqueletos de estos barcos que un día surcaron estas aguas (5). La marea, muy baja aún, sigue subiendo y desde algunos centenares de metros antes de llegar ya veo los primeros restos de barcos. Es imposible contarlos a ras del agua, pero no debe de ser difícil hacerlo a vista de dron o de satélite. Paso entre ellos, algunos están muy cerca de otros, como un cementerio de animales prehistóricos. Algo más al norte hay un maltrecho muelle de madera que también recordaba de otras veces. Decido desembarcar para fotografiarlo y para comer algo (6).
Desde aquí no debe de haber mucho más de tres kilómetros hasta el embarcadero de mineral de Tharsis, mi próxima parada. Costeo muy cerca de la orilla bogando hacia el norte. El Paseo de la Ría queda a mi derecha, sus sonidos llegan tan atenuados que a veces ni se oyen. Decido que es buena hora para tomar algún bocado aquí flotando. Atravieso el remo sobre la bañera del kayak y saco del tambucho trasero un bocadillo y una fruta, y retomo fuerzas dejando que la marea vaya llevándome hacia el norte. Floto en el centro de la ría. Como y contemplo Huelva desde este lugar único y privilegiado.
Retomo el remo un cuarto de hora después y continúo alejado de la orilla, donde la fuerza de la marea es mayor y me ayuda en la navegación. Paso ante el caño de Calatilla que separa las dos islas de Bacuta, un estero estrecho y de aguas detenidas, solo la pequeña corriente de la propia bajamar es perceptible aquí. Más allá de esta pequeña desembocadura la costa inicia una leve curva hacia poniente, tras la cual surge majestuoso el embarcadero de mineral de Tharsis, despojado ya de su segundo ramal, de las grúas, de las luces que permitían el trabajo nocturno y de bastantes tramos de barandillas. Las marcas de agua en la estructura que se adentra hasta el fondo de la ría hablan como un libro abierto de tablas de mareas y de historia minera(7).
Me acerco y me introduzco entre los pilotes que sustentan las vigas de hierro y la tablazón de cubierta. El breve oleaje que choca contra los pilares hace que el Konero baile y roce algunos elementos de este coloso. Es aquí abajo donde puedo sentir la historia y la leyenda de nuestras minas. Los cuatro metros y quince centímetros de eslora del kayak impiden maniobrar aquí dentro, es necesario salir paleando hacia atrás con cuidado de no chocar contra los pilotes. Remo luego y me alejo un poco para tener una visión con mejor perspectiva de la oficina puente. Recuerdo otra oficina puente que solo conozco por fotografías, la del desaparecido muelle Norte, justo en la otra orilla y casi frente a donde estoy flotando ahora. Estoy en el punto más alejado de mi recorrido de hoy.
Vuelvo al remo e inicio la ruta de vuelta. Paleo hacia el sur por la orilla oeste de la ría. Aunque me quedan algunos kilómetros por recorrer, voy bien de tiempo y decido entrar en el caño de Calatilla. Bogo hasta el pequeño puente que une las dos islas del mismo nombre. Hay aves que deambulan por la bajamar buscando sus manjares. Aquí el silencio es aún mayor.
Salgo a las aguas abiertas de la ría y navego de nuevo ante la ciudad. Ahí están el Nuevo Colombino y algo más acá el embarcadero de la compañía Río Tinto (8). Los edificios de la urbe ocupan todo el horizonte; en primer plano, el muelle de Levante, las grúas amarillas y los edificios portuarios. No me detendré ya si no es frente al pabellón de la central térmica, lugar que tiene el poder de trasladarme a mi infancia y adolescencia y que me recuerda alguna construcción aparecida en el cine de esa época.
La marea sigue subiendo y dificulta mi navegación, por eso continúo costeando. Paso delante del Paseo de la Ría cuando me cruzo con la canoa de Punta Umbría, llena de gente, probablemente turistas, que me saludan despreocupados. Sigo navegando y, después del cementerio de barcos visto hace un par de horas, decido atravesar la ría, frente al primero de los tres pequeños muelles fabriles, que quizás contenga alguna tubería. Bordeo luego los atraques del Real Club Marítimo y me acerco aún más a la margen izquierda, ahí delante de mí está lo que quiero fotografiar. Construido a principios de los años sesenta, este edificio con forma de chalet de montaña es un pabellón polivalente de la central térmica que se alza al otro lado de la avenida Francisco Montenegro. Además de toma de agua y desembocadura del circuito de refrigeración, incluye varias dependencias para reuniones, recepciones y otras actividades oficiales. La Guía de Arquitectura de Huelva del año 2002 incluye un plano de sección en el que puede comprobarse que hay tanta construcción visible como del nivel del terreno hacia abajo (9).
Desde aquí se puede ver la espalda de piedra de Cristóbal Colón. Ahí sigue mirando al frente y apoyado en esa cruz extraña. Remo para acercarme y rodear la península artificial que lo soporta, para atracar en la playa de donde salí esta mañana. La marea, casi llena ya, ha ocultado el fango. La arena me facilita un desembarco cómodo. Arrastro el Konero hasta ponerlo en seco. Bebo agua mientras observo al navegante. Treinta y siete metros de altura mide este gigante. La luz ha cambiado y forma nuevas sombras bajo la visera del marino atento al devenir de las corrientes y las mareas, al canal del Padre Santo por donde salió hace más de quinientos años en busca de la gloria.
Cuando subo el kayak a la baca del coche, la tarde se ha instalado ya en las marismas y en los esteros, en la confluencia de estos dos ríos milenarios que abrazan la ciudad y que tanta historia atesoran en sus aguas.
Texto, fotos y mapa: Antonio Delgado Pinto, autor de REMANDO EN ROJO.
1 comentario en «El río Odiel en kayak»
Hola,
¿Hace falta algún tipo de permiso para realizar esta ruta en kayak?
Un saludo.