J.A.M. Iba a cruzar el semáforo en uno de los pasos mas atravesados peatonalmente de la ciudad, y me paré un momento a pensar. Me encontraba en ese cruce de calles -Federico Molina, Pio XII y Roque Barcia, con la presidencia de las casitas del Barrio Obrero- tan identificativo de un antiguo límite extrarradio urbano que ya no lo es. Un cruce un millón de veces transitado, por personas y coches, que abre espacios y te encamina a lugares ya muy de aquí, desde aquellos tiempos en los que, de cincuentones para arriba, pisamos estas calles alegres, luminosas y casi siempre concurridas.
Pensaba en recuerdos y observé un autobús que llegaba a esa Parada de siempre, la de enfrente del Bar Guanahani. La desviación de la Federico Molina a la derecha, justo antes del cruce, que deja una callecita solo para el bus para que sea más cómoda la subida y bajada de usuarios. En el mapa de Emtusa le llaman la parada de ‘El Árbol‘. Pasan por ahí actualmente las líneas 1 y 3. Para nosotros siempre ha sido y será, no obstante, la de enfrente del Guanahani. No recordamos, pero probablemente la habría, la existencia de ese árbol significativo que le diese nombre. Hoy en la pequeña mediana que separa la callecita de la avenida hay tres pequeños arbustos y una pita.
Este enclave no ha cambiado demasiado en cincuenta años. Si es verdad que los establecimientos comerciales han ido variando. Ya no está Galerías Abreu y se ha consolidado el ‘Chino‘, amén de otros y sucesivos traspasos de negocio. Tampoco está el kiosko de prensa y revistas de Emilio Felices. Se le echa de menos con esa sonrisa permanente y habilidad comercial para conseguir que te llevases una enciclopedia o una colección de discos cuando tu lo que ibas a buscar era solo un ejemplar del periódico. El Bar Guanahani se achicó hace mucho -principios de los setenta- pero sigue siendo la referencia.
Mientras esperaba que se encendiese en muñequito verde de ‘avante peatón‘, hice unos cálculos rápidos y concluí, al ver ese autobús dejar y recoger a gente, que serían más de dos millones de tickes los utilizados por usuarios desde esa parada para bajar viniendo de la Isla Chica o subir para ir al Centro. Cuantas historias, cuantos estados emocionales y vivencias. Cuanta prisa o cuanta paciencia, cuantos episodios con un breve punto de paso en ese lugar, la Parada de enfrente del Guanahani. Y observé un detalle que me encantó, un vestigio del pasado que hacía más fácil el recorrido de la imaginación y la activación de la memoria.
Porque cuando éramos chicos a esa parada, como en las anteriores y las siguientes, llegaban autobuses de aquellos que tenían inmensas palancas de cambio curvadas situadas a mano del conductor encima de un enorme cubremotor. Años sesenta y setenta del pasado siglo. Y atrás el cobrador en esa mesita metálica. Luego vendría la evolución de los vehículos, incluso los versátiles microbuses. Pensaba en todo esto y, como apuntaba, observé ese detalle que me hizo sentir más cercano a aquellos tiempos.
Y ese detalle es algo tan simple como los adoquines. Si, los adoquines de la callecita que perduran, llamando la atención respecto al asfalto de todas las calles del cruce. No entendemos muy bien porque permanecen esos adoquines pero, por favor, que los dejen. Probablemente estén ‘sin querer’, pero es un pequeño milagro para el recuerdo. Nos conectan con otras épocas, con tantísimos usuarios, y sus historias, que pasaron toda la vida por este pequeño pero simbólico espacio social.
Parada del Bus de enfrente de Bar Guanahani.
1 comentario en «La eterna ‘parada’ de bus de enfrente del Bar Guanahani»
Parada del Árbol Gordo