Juan Carlos Domínguez. En agosto de 1556 el clérigo madrileño Diego Delgado le envió carta al rey Felipe II con la relación de minas descubiertas en el término de Zalamea la Vieja y por los restos de una fortificación que existía en lo alto de un cerro y que describían los antiguos habitantes del lugar, lo reconocieron como el Viejo Castillo de Salomón.
«El sapientísimo rey Salomón, que floreció 992 años antes de Jesuchristo, habiendo sus naves venido a España, penetrando sus gentes estas montañas, encontraron las ruinas de Betulia y Escoriales, trabajaron poderosamente en sacar metales, y en lo eminente de la montaña formaron un castillo, que hoy se ven sus cimientos, y se nombra castillo de Salomón, que a la falda del monte nace el rio Ibero (oy río Tinto); y legua y media hacia el Poniente fundaron una ciudad en un monte cercano cuyas aguas eran abundante y saludable llamándola Zalamea, en honor a Salomea, la hija del sapientísimo Rey Salomón, y que en las mapas generales de España se llama Zalamea del Arzobispo, y que hoy día este pueblo se llama Zalamea la Real».
Así escribía Joaquín Ezquerra del Bayo, en sus “Memorias sobre las Minas nacionales de Río-Tinto” en 1852 haciéndose eco de una información que había sido encontrada por un albañil en el mes de octubre de 1816, cuando en su labor de recorrer el tejado principal de unas canales maestras que descompusieron las aguas otoñales del salón alto del edificio de las Casas Capitulares de la villa de Zalamea la Real, encontró en el desván una lata con esos papeles y con otros muchos, escondida años antes por el escribano del cabildo para ocultarla de los franceses.
Ezquerra del Bayo continuaba escribiendo en su famoso libro y en referencia a ese documento decía “…el dicho escrito está extendido en una cuartilla de papel de letra de buena forma y clara, aunque la tinta está sumamente blanca como si fuera su compostura de puro vinagre”.
El Rey Salomón es una figura bíblica que aparece en el Libro de Reyes, pero también se menciona en la Torá del pueblo judío y en el Corán musulmán. Era el segundo hijo del Rey David, que venció a Goliat, y gobernó durante casi cuatro décadas, del 965-928 a.C., siendo conocido por su sabiduría y sentido de la justicia. Durante su reinado se construyó el primer Templo de Jerusalén ayudado por su primo el Rey Hiram, de la ciudad fenicia de Tiro, con el que comerció intercambiando trigo y aceite por maderas de cedro y piedras de las canteras para la construcción del templo.
Según Francisco José Martínez, catedrático de Economía Financiera de la Universidad de Huelva y estudioso de estas leyendas, este Rey fue uno de los grandes reyes de la historia. La Biblia narra que el Rey Salomón poseía una gran flota de barcos en el Mar Rojo y cada tres años partían desde sus puertos para entablar relaciones comerciales en todo el Mediterráneo y a su regreso llegaban las embarcaciones cargadas con una gran cantidad de oro y de plata extraídas de unas minas muy lejanas.
Pudiéndose generar una relación entre las escrituras de la Biblia y las minas lejanas de occidente que cuenta la leyenda, en el libro sagrado bíblico se citan hasta 22 veces la palabra Tharsis, de las minas de la Thartesis Bætica, en la faja pirítica de Huelva. El gran redescubridor de estas minas, el ingeniero francés Ernest Deligny recorrió en 1853 la cuenca minera de Huelva, desde Rio Tinto, Tharsis y Calañas hasta Santo Domingo en Portugal y se quedó sorprendido de la inmensidad de los escoriales, lagos interiores e innumerables pozos antiguos abiertos, de una larga e importante explotación fenicia y romana, y es que Deligny no dudaba del origen bíblico del pueblo de Tharsis por lo que decidió reclamar para este pueblo el derecho al nombre histórico bíblico de las minas legendarias de la Thartesis Bætica, del distrito de la Tierra de Tharsis.
Por todo ello, las Minas del Rey Salomón pudieran estar situadas en las minas de Tharsis en Alosno o en las cercanas minas de Riotinto, o incluso en la cantera de piedras de jaspe del Cerro de Cobullos en Campofrío (Huelva) en el que existen aún restos de rústicas viviendas agrupadas, un aljibe e indicios de una fortaleza en la cima, similar a un castro ibérico y de donde el humanista y secretario privado de Felipe II, Arias Montano, tras un encargo realizado por el Rey en 1579, extrajo unas piedras de jaspe para la construcción del tabernáculo del retablo mayor del Monasterio del Escorial.
Aunque lo narrado del Rey Salomón pudiera ser una Leyenda, a principios del siglo XVII ya se venía contando estas historias, como el escrito del erudito jesuita sevillano Juan de Pineda en 1609 Historia del Rey Salomón y años más tarde en 1634 el libro editado por el Licenciado Rodrigo Caro, consultor del Santo Oficio y Juez de Testamentos, Antigüedades y Principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla. En el Índice de cosas que contiene este libro define a Zalamea de esta forma:
Aunque desde el 15 de junio 1592 Zalamea se desmembrara de la dignidad Arzobispal de Sevilla y pasara a incorporarse a la corona real de Felipe II y por tanto pasara a ser llamada como Zalamea la Real, en su Capítulo LXXIX Rodrigo Caro escribe que La villa de Zalamea del Arzobispo está a seis leguas de Aracena en lo fragoso de Sierra Morena. Los moradores de allí tienen tradición (asi lo dizen) que las gentes que el Rey Salomón embiava por oro y plata a aquella tierra, la edificaron, y le llamaron del nombre de Salomón, Salamea. En prueva desto alegan, que un castillo muy antiguo, que cerca de allí esta, desde aquel tiempo, hasta el presente, le llaman el castillo viejo de Salomón, y una de las aldeas, que este lugar tiene, le llama Abiud, y un río no lexos de aquí, Odiel.
Pero el descubridor de los restos del Viejo Castillo de Salomón, en las históricas minas de Riotinto, fue el clérigo Diego Delgado quien enviado por el Rey Felipe II fue a visitar las minas de Zalamea la Vieja en agosto de 1556. Antes, el 16 de enero de ese mismo año el emperador Carlos de Austria había abdicado de los dominios de Castilla, León y Aragón en favor de su hijo Felipe II, que ya era rey de Nápoles, de Sicilia y de Inglaterra, ya que estaba casado con María Tudor; así que esta autorización firmada por el Rey Felipe II pudiera ser uno de los primeros visados que rubricara el joven rey de España en favor de las minas de Zalamea la Vieja.
Esta denominación al término minero como Zalamea la Vieja es la única vez que se ha hecho referencia a este lugar en los escritos de la época y puede tener razón Diego Delgado porque anterior a esa época en la que Zalamea pertenecía al Arzobispado de Sevilla, esta población ya había tenido otros nombres más antiguos y más viejos, como su etimología musulmana Salamya o su origen romano Cotinae ó Callensis Aenanici, que vendría a significar algo así como “lugar en el camino del cobre”; por tanto, no es de descartar la posibilidad que en esa época agrícola y ganadera del siglo XVI, de la época que se elaboraron las Ordenanzas Municipales de Zalamea, pudiera llamarse al término minero de la Zalamea del Arzobispo como Zalamea la Vieja, por los antiguos vestigios mineros romanos y fenicios hallados por Diego Delgado en su búsqueda de descubrir metales que los antiguos labraban y se aprovechaban en su centro de producción hispano, en el famoso Castillo de Salomón.
El 24 de abril de 1556, según las Contadurías Generales en su número 3072, doña Juana, gobernadora de los reinos de España, por ausencia de su hermano, el rey Felipe que se encontraba en Flandes, nombró a Francisco de Mendoza y Vargas, segundo hijo de Antonio de Mendoza y Pacheco, Virrey de las provincias de Nueva España y del Perú, comisión en favor de este, para visitar, reconocer y poner en cobro las minas del reino, de Guadalcanal y de Aracena en tierras del término de Sevilla. El salario que se le pagaría a Francisco de Mendoza sería de dos mil ducados anuales.
En un Informe que Francisco de Mendoza escribe a la Secretaría de Estado según la Correspondencia de Castilla, número 124, apunta que “todas las minas de plata y oro halladas, así en lugares públicos como particulares, son de los Reyes de España por leyes de España y por derecho común… y resulta los Reyes de España, como verdaderos señores de las dichas minas, las pueden mandar labrar y beneficiar, o arrendar”. De esta manera, la gobernadora, comprobada la veracidad de los informes, ordena la incautación y explotación de los yacimientos mineros del reino.
Haciendo referencia a esa incautación de las minas, Pascual Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar escrito en 1845, describía así a las minas de la demarcación de Zalamea: El término de la villa de Riotinto fue de Zalamea, hasta que el Estado se los apropió a mediados del último siglo contra el derecho, …, de los vecinos, que la compraron de la corona con su señorío… por la, nada despreciable, cifra de 15 millones de maravedíes y otorgada en 1592 por Felipe II a través de Carta de Privilegio haciéndola Villa de sí y sobre sí pasando a llamarse Zalamea la Real.
A finales del mes de julio de 1556 el clérigo madrileño Diego Delgado junto con Pero de Aguilar, de Castronuño en Valladolid, se desplazaron al término de Zalamea la vieja y se “recogieron” en unas casas de Nuestra Señora de Riotinto (Aldea de Rio-Tinto, actualmente Nerva), para ver y mirar las grandes labores, edificios, cuevas y pozos antiguamente labrados.
Entraron en la cueva del Salitre, (después llamada Cueva del Tabaco) que según cuenta es tan alta como una iglesia. Vieron los inmensos escoriales, que parecían montañas y cerros, ocupando una superficie de 8 leguas de largo (unos 35 km). En otra cueva que visitaron salía de ella un río que llaman Riotinto, era la Cueva del Lago (desaparecida en el siglo XIX a causa de los trabajos mineros) y según escribe Diego Delgado “se llama así porque nace por veneros de caparrosa, que por otras partes se dice aceche, lo que sirve para tinta». Continúa contando que “…durante el mes de agosto todos los concejos por donde pasa el río están obligados a enviar una cuadrilla de mozas é mozos a recoger este aceche para pagar al arzobispo de Sevilla ciertos tributos, no pudiendo coger en otro tiempo, porque es del arzobispo, sopena de graves penas”. En las Ordenanzas Municipales deZalamea de 1535, documento de excepcional valor, ya se recogía esta actividad como medida y control de los recursos naturales de Zalamea la Vieja.
Diego Delgado continúa informando al rey que en este río no se cría género de pescado ni cosa viva, ni la gente la beben, ni las alimañas. Además tiene la propiedad que cualquier persona que tiene en el cuerpo cosa viva, como beba de ella, lo echa del cuerpo y lo mata y si tuviese mal de ojos, como se lavase con esta agua, luego sanaría. Estas ideas han trascendidos hasta nuestros días, sabiendo todos los del lugar que son aguas muy contaminadas con alto índice de metales pesados.
El río, también tiene otra propiedad, continúa escribiendo en su carta, que si le echan un hierro en el agua, en pocos días se consume. Esta actividad se sigue utilizando en la minería actualmente conocida como lixiviación para extraer Cáscara de Cobre.
También dice “en todo este río no se halla arena en él, ni cosa suelta, porque todas las piedras que hay, están presas y pegadas unas a otras; y si echan de fuera una piedra, a pocos días está pegada al suelo y con las otras”. Esto es otra de las cosas que hoy también podemos observar en todo el recorrido del Río Tinto, la fusión de todas las piedras de río, pareciendo que están soldadas las unas con las otras.
Tras realizar la visita a estas tierras desde finales del mes de julio hasta el 15 de agosto del año de 1556 Diego Delgado escribía la siguiente carta a Felipe II:
“Andando buscando donde los antiguos tuvieron sus afinaciones de sus fundiciones hallamos en un cerro en lo más alto una señal de edificio. Allí mandamos a cavar y a más de un estado hallase cierto plomo por donde conocimos que pues los antiguos tenían y trataban en plomos, que su fin era aprovecharse en plata”. La gente antigua del lugar le decía al clérigo, que España le daba a los romanos ciertos talentos de plata y de oro como pago de sus tributos.
El ingeniero del cuerpo de Minas del Estado, Ramón Rúa Figueroa, a lo largo de muchos años de trabajo en las minas, recopiló gran información nunca publicadas hasta la época sobre las Minas de Rio-Tinto, y en 1859 hacía referencia a este edificio, diciendo que entre los cerros que rodea a las minas distínguense por su altura el de Salomón, el Cerro Colorado (llamado Cabezo de los hornos), y San Dionisio; por tanto Diego Delgado debe de referirse a estas ruinas antiguas existentes como el Castillo de Salomón, situado en el cerro de su mismo nombre, y en el que se encontró un depósito provisional de los productos metalúrgicos al que se accedía por un camino desde el Cerro Colorado o el Cerro Retamar.
Pero la historia del clérigo Diego Delgado es un tanto curiosa. Rúa Figueroa lo cataloga como un verdadero zahorí; el propio Delgado le escribe cartas directamente al rey Felipe II para que se interesara por la explotación de las minas de Zalamea la Vieja y le hagan mercedes porque es clérigo y no tiene un maravedí de renta. Lo que quería el clérigo era un reconocimiento del Consejo de Hacienda, similar a la gratitud que se hizo con Colón en las Indias, por el gran descubrimiento de las minas de Zalamea la Vieja, así como otras venas y metales; el clérigo incluso le envió una carta con unos gramos de plata para que el rey reparara en la importancia de estas minas antiguas.
En la rúbrica de las cartas que Delgado enviaba al rey, siempre terminaba con la firma de la manera siguiente:
De V.C.R.M. (Vuestros Clérigos Regulares Menores) menor capellán y criado que sus Reales pies y manos besa – Diego Delgado.
Desde finales de 1556 hasta febrero de 1557, el eclesiástico madrileño había enviado hasta 5 cartas al rey Felipe II solicitando el interés del monarca para darle valor y aprovechamiento a estas minas, aunque sin obtener repuesta positiva a ninguna de sus peticiones.
En el sexto y último mensaje enviado, el ingeniero Ramón Rúa Figueroa lo describe de esta manera en su libro citado:
La última misiva que sobre las venas de Zalamea la Vieja dirigió su cronista al fundador del Escorial fue en 10 de junio de 1557. Acompañabanla tres botones de plata encarcelados (cada uno de una mina diferente) en una pasta de cera encarnada semejante a lacre y de uno de los cuales hacía Delgado la explicación siguiente: «Este grano pesa tres granos y medio; es de la vena de Zalamea; no tiene plomo, corresponde a marco y medio; hay muy gran cantidad de metal; de aquí solían los antiguos sacar gran provecho y se pagaban los tributos que España solía pagar a los romanos».
La gran cantidad de oro y plata encontrada en los inmensos escoriales romanos por Diego Delgado quedó verificada por el genial trabajo de cubicación y análisis realizado por la Rio Tinto Company Limited entre 1924 y 1925 estando de director W.J.Browning, obteniendo como resultado que había esparcido por todo el territorio minero más de 16 millones de toneladas de escorias (como dato de referencia, la gran pirámide de Keops, pesa en torno a 5 millones de toneladas).
Pero la carta que Delgado dirigió al rey, volvió a no tener respuesta para el presbítero. La imposibilidad, la indiferencia o el desprecio que el Consejo de Hacienda del rey hacía de las misivas recibidas del desgraciado clérigo y el silencio del mismo monarca, le obligaron a abandonar las minas de Guadalcanal en donde estuvo esperando infructuosamente las resoluciones superiores. Cansado por todos los viajes realizados y consumido por su amargura, días más tarde se marchó a Valladolid, donde estaba la residencia de la corte, para activar su intento y sus pretensiones, y sin poder lograrlo Diego Delgado falleció en agosto de ese año de 1557, un año después de haber comenzado sus andaduras por estas tierras mineras.
Pocos días después el Rey, meticuloso y desconfiado, procedió a interesarse por este asunto de unas minas antiguas en el término de Zalamea la Vieja, en el Reino de Sevilla, pero enterado de la pérdida del capellán Delgado, sobre el membrete de la última carta-suplicatoria que recibió, Felipe II escribió estas palabras:
Este es muerto.
Esto se podrá enviar a D. Francisco para que lo vea y avise si es así lo de estas minas como dice.
Un año más tarde volvió D. Francisco de Mendoza a Guadalcanal y recorrió de nuevo los términos de Zalamea, Aracena y Galaroza; pero las sombras del olvido cubrieron otra vez a las Minas de Rio-Tinto.
La fuerte tasa que suponían en esa época el pago del “quinto real” y el descubrimiento de minas en los virreinatos de Nueva España y Nueva Granada donde la mano de obra resultaba más económica impidieron la reanudación de los trabajos en los riquísimos criaderos onubenses.
No fue hasta 1725 cuando el sueco Liberto Wolters solicitó al Rey Felipe V la concesión para la explotación de las minas, creando una empresa que sería una de las primeras sociedades de España denominada “COMPAÑÍA DE LAS MINAS DE RIO TINTO Y ARACENA”.
En 1785 el párroco de Zalamea Dn. Joseph Phelipe Serrano escribía, en su respuesta para elaborar el mapa el Mapa Cartográfico de la geografía de España, que “…el principio de las Reales Minas de Riotinto es antiquísimo como también el Castillo Viejo o de Salomón, fabricados en lo antiguo; y en otros montes altos cercanos se registran las ruinas de otros Castillejos o Garitas. El Oro, Plata y metales se sacó en el tiempo del Rey de Israel y Judá y después en el tiempo de los Romanos… demostrando una antigüedad muy remota de estas Minas”.
Pero la historia novelada nos ha llevado a confusión. A finales del siglo XIX los exploradores ingleses fueron descubriendo las antiguas civilizaciones en todo el mundo, como el Valle de los Reyes de Egipto en el continente africano o el Imperio Asirio en Oriente Medio.
En cambio, el interior de África seguía estando en gran parte inexplorado y desconocido, de tal manera que la primera novela de aventuras africanas escrita en inglés cautivó la imaginación del público y el interés por conocer el gran continente. En 1885 el escritor londinense Henry Rider Haggard, que conocía muy bien África ya que había viajado por el continente como funcionario del gobierno colonial británico, escribió una de las mejores obras de la época que llevaba por título King Solomon’s Mines – Las Minas del Rey Salomón. El libro fue publicado junto con una gran campaña de marketing, con grandes vallas publicitarias y espectaculares carteles por toda la ciudad de Londres que anunciaban «el libro más asombroso jamás escrito», convirtiéndose la obra en un éxito de ventas de manera inmediata.
En su libro, Henry Rider, para darles mas espectacularidad, situaría Las Minas del Rey Salomón en el Reino de Saba, en el llamado Cuerno de África, entre los países de Somalia, Etiopía y Yemen, al sur de la península arábiga. Pero no existe constatación real que pudiera asegurarse que las famosas minas estuvieran situadas en esta zona, al este del continente africano y por tanto al sur de donde pudiera estar ubicado el Gran Templo del Rey Salomón, de Jerusalén.
En excavaciones arqueológicas realizadas en 1962 en las Minas de Rio-Tinto por los profesores Blanco, Luzón y Ruiz encontraron abundantes restos de cerámica prerromana, presencia de un poblado fenicio del siglo VIII a.C., restos de una construcción que debió de ser un lugar de culto debido a los ídolos célticos encontrados e indicios de que la población del Cerro Salomón se había dedicado a la metalurgia y que había poderosas influencias de los pueblos del mediterráneo.
Cinco años más tarde, en 1967, tras el ensanche de las cortas de la explotación minera, la Compañía Española de Minas de Riotinto le conceden a estos arqueólogos el permiso para efectuar nuevas prospecciones arqueológicas. Las conclusiones que resultaron fueron que los muros del poblado se extendían por la totalidad del Cerro Salomón, en una extensión aproximada de un kilómetro y el proceso de fundición del metal no se hacía a escala industrial, sino que se llevaba a cabo por igual en todas las viviendas a una reducida escala doméstica, encontrando en la excavación una gran cantidad de plata en el plomo de la escoria.
Tras un exhaustivo estudio de las casi 400 piezas encontradas en la excavación, llegaron a la conclusión que las ruinas de lo que llamaban el Viejo Castillo de Salomón no eran otra cosa que ciertos muros de una población almohade asentada sobre los restos de un edificio romano de proporciones regulares, aunque dejaban la reserva de la duda ya que esta idea solo representaba una primera interpretación de los hallazgos y sujeto, por tanto, a revisión.
En 1875 después de haber comprado dos años antes un consorcio inglés las Minas de Rio-Tinto al estado español y empezar la construcción del ferrocarril minero que discurría por el río Tinto desde las minas hasta el muelle embarcadero de Huelva, se encontraron con una gran montaña rocosa en el kilómetro 51 de su recorrido y para salvar este accidente morfológico, se construyó el espectacular puente para cruzar el curso del río Tinto y decidieron llamarle Puente Salomón y al túnel excavado por debajo de esta formación rocosa lo nombraron Túnel de Salomón, todo ello en honor al Viejo Castillo de Salomón de Zalamea la Vieja cuyo nombre ha figurado en la larga vida de las milenarias Minas de Riotinto y en la memoria de los antiguos habitantes del lugar, tal y como escribió el clérigo madrileño Diego Delgado tres siglos antes.
Como todos los virtuosos incomprendidos de su época, verdadero zahorí, explorador audaz, y emprendedor renacentista, la gloria de Diego Delgado fue alcanzada años después de su muerte, cuando en todas las crónicas y memorias sobre la historia de las minas de Riotinto se menciona la visita que hizo a estos andurriales mineros a mediados del siglo XVI y su nombre pasaría para los anales a ser tan destacado y célebre como las milenarias minas de Zalamea la Vieja.