Emilio Romero. Entre otras de las historias que me contaba José María Romero Silva, el minero de bien, del tiempo que estuvo de pastor fue una que nunca había podido olvidar. Se trataba sobre un hombre que se instaló en la Sierra de Valdehornos, «casi todos los días se acercaba por donde yo estuviera, y me pedía algún periódico viejo que tuviese. Lo primero que me pidió fue que no le dijera a nadie que él estaba por ahí, incluso que no se lo dijera a mis padres. No sé qué comería este hombre, porque nunca me encargó nada para traérselo, excepto tres o cuatro veces que me encargó que le trajera una peseta de cigarrillos, que yo compraba a escondidas de mis padres a Cándido el Garrapato.
Me acuerdo perfectamente el día que le pregunte como se llamaba y la contestación que me dio fue tú me llamas amigo Manuel. Una tarde nos vio un vecino de Valdelamusa en el Depósito del Agua de Valdehornos y a partir de ese día deje de verlo y antes de marchase me abrazo y me dio dos besos. Hasta ese día no me di cuenta de que estaba en la Sierra por algún motivo y el motivo era que había abandonado el Ejercito y declarado Soldado Prófugo. El final de este hombre fue que la Guardia Civil lo detuvo, y nunca más lo volví a ver, llegué hasta quererle y por supuesto a no olvidarlo.
Hay veces que cuando ves venir una cosa te gusta y te alegras y una vez que la tienes ni te gusta ni la aceptas. Esto es lo que le paso un día de esos que se encontraba pastoreando con las ovejas. «Estaba junto al Pilar de Valdehornos, justo donde ahora se celebran las Pascuas, leyendo un periódico viejo, el ABC que le daban a mi padre, cuando vio venir a su hermano por el camino del pilar, lo que le dio una alegría inmensa, porque rápidamente pensó que su hermano venía a darle compañía y los dos jugarían al bolinche.
Pero no venía a jugar al bolinche, venía a decirle que la Guardia Civil había estado en casa y le había dicho a mamá que se presentara en el Cuartel. Mi hermano con sólo 12 años y sin haber guardado nunca ovejas se quedó guardándola para que fuera al cuartel. Pensé por el camino que esa presentación mía en el cuartel quizás se debiera a que quisieran que fuera otra vez a guardarles las cabras. Pensé que le diría que no, que yo seguiría con las ovejas, primero porque ganaba cinco veces más, estaba más descansado y
además me daban todos los días leche para comer.
Seguí todo el camino hasta Valdelamusa muy preocupado por haberse quedado mi hermano sólo con las ovejas y pensando volver rápidamente para estar los dos juntos. Eso era lo que yo pensaba, pero cuando llegue al Cuartel, el Guardia que estaba de puerta llamó al Sargento y este rápidamente vino y nada más entrar me pregunta «¿A quien le llevabas tú la comida a la Sierra?». Le conteste que a nadie, que si yo no tenía comida para mí a quien se la iba a dar yo. Después de un buen rato llegó el amigo Rufo Duarte, nos
pusieron unas esposas y en el tren de la noche de la línea Zafra-Huelva nos llevaron a la cárcel en Cortegana. No me dejaron ir a mi casa a ver a mi madre y la ropa que llevaba puesta era la misma que tenía guardando las ovejas».
El tren que los llevó hasta la estación de Almonaster-Cortegana era un sólo coche con motor de Gasoil, se le llamaba La Piompa. Desde que subieron al tren hasta su llegada a la Estación de destino, todos los viajeros que ocupaban el coche no dejaron de mirarlos ni un sólo minuto, quizás porque le extrañaría ver a un crio de 14 años con unas esposas puestas en las manos.
«El trayecto desde la estación hasta el cuartel de la Guardia Civil en Cortegana lo hicimos andando por la carretera. Entraron en el pueblo por la calle Sevilla, maestro Lazo Real, Manuel León, Sierra de Huelva hasta llegar al Cuartel de Guardia Civil. Nos recibió un sargento y nos trasladaron donde estaban otros compañeros ya muchos de ellos durmiendo en el suelo sin colchón de ninguna clase, pero esposados a otros. A él lo esposaron a un señor mayor, de Galaroza, que se llamaba José. Decía que en ese mismo momento empezó a disfrutar del compañerismo que había entre los detenidos. Ni tenía nada que comer ni mantas para dormir. Rápidamente José el de Galaroza compartió las mantas que él tenía y Antonio el Pergarato, vecino de Las Veredas, le dio un trozo de pan y una sardina sala.
Eran 76 personas las que estaban detenidas y donde estuvo contaba que era un local de no más de 20 metros cuadrados donde estaban 16 personas. Quizás y sin quizás fue la noche peor de mi vida, no por dormir amarrado a otro compañero y estar tendido en el suelo«.
Aquella mañana -contaba- se levantó del suelo que era donde pasaron la noche, no muy contento, había pasado toda la noche sin dormir. «Pensar la noche que habrían pasado mis padres cuando se enteraron de que me llevaban esposado para Cortegana y pensar el miedo que habría pasado mi hermano que tuvo que quedarse aquella tarde con las Ovejas, era suficiente para seguir despierto toda la noche«.
Vino el nuevo día y lo que vivió nada más salir al patio, fue horroroso, «las 76 personas que estábamos encerrados tuvimos que lavarnos en unas latas con un poco de aguas, pero todo en las mismas latas y con la misma agua y de secarte la cara con lo que cada uno pudiera, se acordaba de que se la secó con parte de la camisa que llevaba puesta. Hubo dos partes muy diferentes las que vivió aquella mañana, una fue cuando les preguntó a muchos compañeros que era lo que habían hecho para estar encerrado y la contestación siempre fue igual: «y tú que has hecho para estar con nosotros, en vez de estar jugando».
«Todos seguíamos esposados durante el día y debo decir que todos se comportaron maravillosamente conmigo. Hasta un Guardia Civil que se apellidaba Rastrojo, aquella mañana me trajo un vaso grande de café con leche y una tostada. En fin, que algo bueno también tuvo. Levantarte del suelo esposado a otro compañero sin haber pegado un sólo ojo en toda la noche por los motivos antes descritos.
Me acuerdo perfectamente de lo que José el de Galaroza, como yo lo conocía, y Antonio el Pergarato de Las Veredas, me estaban diciendo. José llevaba 15 días preso y Antonio 25 días. En ese momento entra un Guardia Civil me quitó las esposas y me dijo: vente conmigo. Entramos en un despacho del Cuartel donde estaba el Sargento y me preguntó cómo me llamaba, con nombre y apellido y la fecha de nacimiento. Me preguntó donde trabajaba mi padre y de quien eran las ovejas que guardaba.
Le di mi nombre y mis apellidos la fecha de nacimiento, le dije que mi padre trabajaba en la mina y que las ovejas eran de Evaristo Carbajo. Entró en otro despacho y cuando paso buen rato me llamó y me dijo que entrara. Entré y sentado en una mesa estaba el Capitán de la Guardia Civil acompañado de un zagalote de mi edad. Yo que usaba una gorra bilbaína la llevaba en la mano y lo primero que me dijo fue: ¡ponte la gorra¡. Me la puse y me preguntó el sitio donde yo le llevaba la comida a los fugitivos, le dije que yo nunca le había llevado comida a nadie y muy serio me dijo: cuéntame la verdad y así es mejor para ti.
Le repetí que yo le había dicho la verdad, y que había días que yo no tenía comida ni para mí. Llamó al chico que estaba con él y sólo le dijo míralo bien. Me acuerdo perfectamente de que al sacarme el pañuelo del bolsillo se me cayó un bolinche y el Capitán y el chiquillo empezaron a buscarlo por el suelo diciéndome ¿eso que se ha caído qué es?. Y aunque le dije que era un bolinche no dejaron de buscarlo hasta que lo encontraron. No sé qué pensarían que era. Estuvo un buen rato mirándome sin hablar nada ninguno de los dos, pasado un tiempo entraron los dos en una habitación y al rato salió el Capitán y acercándose a mí me dijo: Ya te puedes marchar. Le pregunte para donde me tenía que marchar y me contestó, para tu casa…
Ya estando despidiéndome de los compañeros sufrí un retroceso en la alegría que en aquellos momentos estaba viviendo. Porque entró un Guardia Civil y cogiéndome por el brazo va y me dice, vamos vente conmigo. En ese momento lo que pensé fue que otra vez me llamaba el Capitán, pero no, no era lo que yo pensaba, lo llevó hasta la puerta y le dijo: márchate para tu casa.
Salí del Cuartel con mucha alegría, pero una vez en la calle debo confesar que no sabía qué hacer. Eran 14 años los que tenía, y me encontraba sin un sólo céntimo y a 40 kilómetros de mi casa. Estaba pensando si hacer el regreso andando por la Sierra o irme a la estación de Almonaster-Cortegana y coger un tren de mercancías montarme a escondidas y venirme hasta Valdelamusa.
Mientras pensaba sobre esto en la puerta del Cuartel, se acercó un Guardia Civil y tocándome en los hombros me dijo «que haces que no te vas, vete de aquí entre más pronto mejor». Miré y era el guardia que me llevó la tostada y el vaso de café, su apellido era Rastrojo, y no lo voy a olvidar mientras viva.
Me marché y afortunadamente elegí venirme en un tren, aunque no tuviese dinero y digo afortunadamente, porque cuando bajaba por la cuesta de Carabaña dirección la estación, me encuentro con mi padre que iba a llevarme mantas para dormir. Nunca podré olvidar ese momento en que nos vimos. Mi padre tiro las mantas que llevaba en una cesta a un cercado, salió corriendo hacia mí y yo hacia él y no puedo recordar el tiempo que me tuvo abrazado.