Las castañas, y las cabras de la Guardia Civil

Emilio Romero. En estos capítulos quiero recoger las historias y vicisitudes de una persona que conocí hace mucho tiempo, amante de su aldea y de su mina, un minero de bien, José María Romero Silva, del cual aprendí muchas cosas de su Valdelamusa natal.

Un hombre actualizado a pesar de sus limitaciones y formación, pero que contó a través de las redes sociales sus vivencias a lo largo de su vida con toda la claridad de detalles que quiero reflejar en estos artículos como homenaje a su persona.



Me contaba que con sólo 9 años su padre estuvo una temporada muy larga enfermo, y en su casa no entraba ni una sola peseta. En este tiempo tuvo que vender castañas tostadas en los trenes que pasaban por Valdelamusa. En una ocasión, al bajarse del tren en marcha, la Guardia Civil que iba de escolta en el tren no le dejó bajarse y tuvo que dormir en la Estación de Almonaster-Cortegana, hasta la mañana siguiente que regresó en otro tren hasta su aldea.

Se acordaba que el factor que estaba de noche se llamaba José Ramírez. Se portó muy bien con él, le dio comida y con sacos le hizo una cama al lado de la candela y así paso la noche. El regreso lo hizo al otro día por la mañana, sin tener que pagar nada. Cuando llegó el tren a Valdelamusa, estaba su madre en la estación y lo primero que le dijo fue que ya se había terminado el vender más castañas en el tren.


Puerto de Huelva

Junto a José María Romero en una de las múltiples visitas a Valdelamusa.

Una de las cosas que seguía sin digerir fue el día que vinieron para que se fuera a guardar Cabras. Sólo tenía 10 años, y como cualquier otro chiquillo se encontraba en aquellos momentos jugando al «escondite», cuando con sus amigos vieron entrar en su casa al Cabo de la Guardia Civil. Me relataba que salió corriendo hacia su casa pensando que otra vez se llevaban a su padre a la cárcel de Huelva.

Cuando llegó a su casa y le preguntó a su padre que pasaba, este, con una voz que no era normal en él, va y le dice, «José que mañana tienes que irte a guardar las cabras de los Guardias”. Comentaba que su Padre no se opuso a la petición del cabo por miedo, ya que hacía poco que estuvo preso en la Cárcel de Huelva. A partir del día siguiente pasó a ejercer de pastor y con un sueldo de 15 pesetas al mes y que hoy sería 3 céntimos de euro cada día. Me decía que habían sido más de 74 años los que han pasados y seguía recordándolo con muy mala leche, ya que esta imposición le obligó a no pisar una Escuela.

Narraba lo siguiente: Puedo decir alto y claro que a mi manera y con arreglo a los tiempos en que vivíamos que fui un niño feliz. No puede nadie imaginase la alegría con la que le entregue a mi madre el sueldo del primer mes, 15 pesetas. Mi madre me abrazo llorando y dándome besos por todos lados. Esos momentos que yo viví aquella noche no los he olvidado ni los olvidaré nunca. Como tampoco pienso olvidar el día que mi padre me regalo una Pizarra donde yo podía escribir y borrar cuando yo quisiera. De todos los regalos que, de niño recibí, el mejor desde el punto de vista mío, fue este de la pizarra. Mi padre por la noche por un lado de la pizarra me ponía cosas para yo escribir y por la otra, cuentas en principio de sumar, luego de multiplicar y hasta de dividir.

No puedo dejar de mencionar al Cartero de Valdelamusa y San Telmo, Joselito Masera, que hacía diariamente el camino hasta San Telmo andando y era la persona que yo esperaba todas las mañanas para que me repasara las cuentas y me pusiera otras nuevas y era inmensa la alegría que me daba cuando me decía que todas las cuentas estaban bien. Así aprendí a sumar, resta, multiplicar y dividir y al final de aquella etapa hasta resolver muchos problemas que mi padre y Joselito Masera me ponían. Que gran satisfacción la que siento recordando y escribiendo aquellos momentos que por circunstancias especiales me tocó vivir.

De mi etapa de pastor con las cabras de la Guardia Civil, quitando los días de tormentas y rayos y los días lluviosos que los tenía que pasar con un saco y en los pies unas alpargatas con los dedos fuera, los demás días los pasaba escribiendo y leyendo los periódicos viejos que le daban a mi padre.

En esa etapa me hice amigos de personas magnífica y que me triplicaban la edad, como Domingo el cabrero y Sebastián Tornero que eran los pastores de la Sociedad Francesa de Piritas y que los días que comíamos juntos me daban dos o tres lata de leche que a mí me sabían a gloria.

El pastoreo que yo hacía era por donde yo quisiera, pues la Guardia Civil tenía permiso para entrar en cualquier finca. Cuantas veces tome el café en el Cortijo de José Gavirro. Uno de los sitios que también me trataban magníficamente era en casa del Guarda del Coto de la Sociedad Francesa y otro que no debo olvidar es a José María el Cano. A todo los recuerdo con cariño, como recuerdo a mi tío Juan Sánchez que diariamente cuando regresaba de la mina, todas las tardes iba a por un haz de jara y siempre acudía donde yo estaba para darme compañía.

Siguiendo mi pequeña historia como pastor, debo decir que parece que todos los recuerdos que guardo son para hacerme reír. Una de las cosas que nunca se me han olvidado, fue la tarde-noche que regrese con las cabras y ya me esperaban todos los guardias para ordeñarlas y llevase la leche. Se acercó unos de los Guardia y muy serio va y me dice. «José María y esta cabra mía ¿por qué no tiene leche?» a mí sólo se me ocurrió decirle, pues no lo sé, porque ha estado en el mismo sitio que las otras, la ordeño lo que puedo y yo creo que no le saco más de un cuarto litro.

Yo pensando después lo que le habría ocurrido a la cabra llegue a la siguiente conclusión, la mayoría de los días la comida era unas «polea» de harina de maíz en una lata de tamaño pequeño, y por lo tanto el hambre no se me quitaba en todo el día y con el objeto de remediar el hambre yo, a cada cabra le quitaba un poco de leche mamándomela, y estoy seguro que ese día en vez de mamarme un poco de cada una, a esta me la mamaría cuatro o cinco veces y a la pobre la deje sin leche. El Guardia se apellidaba Mayne, no me dijo nada, pero la cara de cabreo cuando se fue para casa era de cojones.

Ovejas. / Foto: Edith-HBN.

El cambio de mi trabajo de pastor de cabras por el de pastor de ovejas a mi madre no le gusto el mucho. Temía que hubiera represalias con mi padre y volviera otra vez a la cárcel. Pero no fue así, y la alegría que todos lo sábados yo le daba cuando recibía las 15 pesetas que el patrono me daba de anticipo y que era mi sueldo de un mes con las cabras. El trabajo era muy descansado, pues las ovejas no se movían de donde hubiera comida.

Fue otra experiencia más las que viví en el nuevo trabajo y fue que la noche la pasaba junto a las ovejas en un chozo de chapas con menos de un metro de altura y en pleno campo. El que debería quedarse era el pastor principal, pero como yo tenía que estar en el aprisco al salir el día para ordeñar las ovejas, yo le dije a Joaquín, que era como se llamaba el pastor principal, que se quedara en el cortijo con su familia que yo me quedaba con las ovejas, me preguntó si no me daba miedo quedarme sólo en el campo y me acuerdo de que le dije que con el perro que teníamos no se acercaba nadie.

Los meses que estuve ayudándole a ordeñar los pasé magníficamente, ya que lo mismo por la noche que por la mañana Joaquín que era una magnífica persona me daba un gran plato de leche migadas con pan. Es verdad que estaba fuera de mi casa las veinticuatro horas del día, pero como tenía la barriga llena a mí no me importaba nada. También me asentó el cambio de trabajo que hasta me salieron colores en la cara.

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