El charquito de nuestra vida en Punta Umbría, La Antilla o Isla Canela

RFB. La magia de lo vivido en el charquito, ese de nuestra vida en Punta Umbría, el Cruce, La Antilla o Isla Canela no es algo que se pueda olvidar. Porque cada piscinita efímera de aquellas ha dejado en nuestra memoria recuerdos de felicidad plena, momentos de diversión grabados en nuestra retina en un mundo de luz y color, de seguridad y confianza.

Un charquito ‘clásico’, el de la inmediaciones del Calipso en Punta Umbría.

Los charquitos configuraban espacios singulares a los queríamos ir corriendo cuando cruzábamos ilusionados las dunas para desembocar, un poco desbocados, en esa orilla del bendito océano que baña nuestras increíbles costas. Un ágora de convivencia playera donde encontrábamos a los amigos de siempre y de continuo hacíamos nuevos.


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El charquito cuando eras pequeño era -es, para sus actuales ‘usuarios’- ese sitio en el que te llevabas horas casi sin darte cuenta, tu lugar en la playa. Podías traer de casa cubos, palas y moldes que te daban juego seguro, pero tampoco hacía falta. Un poco de imaginación y el charquito se transformaba en tu inmenso mar donde botar ‘embarcaciones’ que, frágiles, al momento reposaban en el fondo. Conchenas de muy diverso tipo, cáscaras de almejas de burro servían para hacer ‘regatas’ aprovechando las corrientes que se producían en el charquito cuando iba siendo devorado lentamente por la crecida de la marea.

Vista aérea de Matalascañas donde se aprecia la dinámica de las barras./ Foto facilitada por J.A.M.

Nada de tecnología sofisticada, de pantallas táctiles o juegos de fornite. Esa dinámica en la que consumíamos el tiempo tenía toda la fuerza educacional, esencial, bebiendo de la propia interacción con la naturaleza y tus semejantes. El charquito en Punta Umbría era nuestro disfrute, pero muy especialmente el de nuestros padres. Salvando a alguno que, de pie o entremezclándose con los niños, controlaba el estado de las cosas en ese universo infantil, el charquito permitía a los papás relajarse en la distancia, sabedores de la reducción de riesgo que suponía tener a los pequeños concentrados en ese espacio fascinante.


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Como decía, la imaginación era la clave para disfrutar del juego que podía dar el hecho de lo efímero del charquito. Una práctica común y divertida era ponerse en la piel de un ingeniero de caminos. El objetivo era trazar una ‘presa’ para estancar en alguno de los lados el agua del charquito. Un buen rato de distracción que, siempre, terminaba de forma abrupta con la subida de la marea y la rotura de la trabajada ‘presa’, normalmente en el centro de la misma.

Charquito en Punta visto desde el aire, a punto de ser cubierto por la marea./ Foto facilitada por J.A.M.

Expertos en charquitos somos todos los que hemos tenido la oportunidad de disfrutarlos. La costumbre ha hecho que formen parte de nuestra formación, acompasada la vivencia con el crecimiento. Cuando ya íbamos siendo mayorcitos el charquito iba quedando en un segundo plano. A veces, no obstante, de adolescentes y tras el baño antes de volver a la arena nos quedábamos en el charquito. Rememorábamos nuestra niñez y aprovechábamos para tener una charlita íntima con la chica o el chico que nos gustaba. Era como si el charquito tuviese un magnetismo asociado a nuestras vivencia de la infancia.

Bendecidas nuestras playas por los charquitos, su existencia tiene un razonamiento geológico. Preguntamos a nuestro amigo Juan Antonio Morales, catedrático de la Uhu y el que sabe de estas cosas en Huelva, y nos explica porqué en algunas playas de nuestra provincia hay charquitos y en otras no.

Cuando subía la marea, adiós al charquito, hasta la siguiente bajamar.

La posibilidad de que se creen charquitos, según comenta, está en función de la formación de barras arenosas paralelas a la costa dejando el charquito entre la barra y la arena seca. Estas barras se formarán o no según la playa sea reflectiva o disipativa. En el primer caso no se producen barras. Lo que ocurre es que la pendiente de la playa hace que la energía del oleaje se vuelva para atrás reflejándose en la tierra firme.

Las playas disipativas, sin embargo permiten, al no tener inclinación, que la energía de las olas se emplee en el movimiento de arenas hacia tierra. De esta forma, las olas van creando y moviendo hacia la orilla sucesivas ‘barras’. Al bajar la marea, dejan esos charquitos que tanto nos han permitido disfrutar. Todo es dinámico. De modo que las barras van ‘subiendo’ -en sentido paralelo a la orilla- hasta que se adosan a la playa seca a la vez que se van creando nuevas barras en la zona del primer rompiente de oleaje.

Por eso en principio hay charquitos en Punta Umbría, La Antilla o Isla Canela y nos los hay tanto -aunque puede haber alguno-, por ejemplo, en Mazagón, sobre todo más allá de las casas de Bonares. No obstante, como señalábamos, el dinamismo de la costa es tremendo, de forma que todo puede cambiar en breve tiempo y en zonas localizadas.

¡Vivan los charquitos!!!

 

Charquito Punta Umbría, La Antilla, Isla Canela.

2 comentarios en «El charquito de nuestra vida en Punta Umbría, La Antilla o Isla Canela»

  1. El carquito más visitado por los padres con niños pequeños está en el caño de la culata .ubicado en termino municipal de Cartaya y se os ha olvidado mencionarlo.pero no pasa nada. aquí me bañaba yo cuando tenía pocos años de vida y ahora me baño con mi nieta de tres años.un saludo para todo el mundo

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