J.A. de Mora. Ahí tenemos a Juan Ramón Jiménez pensando y preguntándose. ¿Se estará convirtiendo Huelva en la ciudad de las sombras? Tanto hablar de que es la capital con más horas de luz al año y ¿porqué se insiste en que el peatón no disfrute de ellas relegando ese placer a los propietarios de costosos áticos?
Por lo pronto, nuestro Juan Ramón de la difuminada Plaza Ivonne Cazenave tiene siempre sombra con los gigantescos edificios situados a su espalda y el colosal de enfrente. Levante con sol escondido y poniente con tres cuartos de lo mismo. Este último edificio, ‘usurpador’ del espacio que debería haber seguido ocupando el histórico inmueble del primer Hospital Inglés -luego Escuela Francesa-.
Y en paralelo el universal literato se pregunta: ¿dónde están los cabezos, que no los veo? Resulta cómico, si no fuese triste, que una de las creaciones del inigualable autor reproducidas en el pedestal del monumento hace referencia poética a los cabezos:
«Entre cabezos rojos y olas violadas de la belleza terrena de Europa de España caigo volando como un pájaro que vuelve al calor de sus patios«.
Y el genial poeta moguereño, sentado en ese sillón de bronce que el artista Elías Rodríguez Picón le puso en 2007 para que tuviera donde sostenerse y aguantar los desmanes de lo que acontece, se sorprende al ver que de aquellos cabezos que pudo disfrutar en sus visitas a Huelva y en las estancias como alumno del instituto La Rábida -no el edificio actual, si no el que albergaba a la institución en la actual Avenida de Italia- hoy no queda -casi- nada.
Esa trayectoria inmaculada onubense en su dinámica urbanística así parece que lo evidencia. La insistencia pertinaz en los dos ‘ejes principales’ de su política en este sentido, la destrucción de los cabezos y el crecimiento vertical desmesurado y sin sentido, nos sitúa en una realidad poco discutible.
¿Qué necesidad hay de proyectar edificios de siete a diez plantas -o mas- en el mismo centro de la ciudad, como es visible en toda la zona de la Joya, San Andrés y Cuesta del Carnicero? ¿Por qué se destroza uno de los dos signos identitarios más definitorios de la Huelva -el otro es el Puerto-, ninguneando el hecho de que los cabezos están considerados Bien de Interés Cultural?
Se pregunta Juan Ramón, entre más sombras que luz, allí donde antes había ladera de cabezo, que cuanto le queda de vida a este trocito de ese otro cabezo, el de Mondaka. Ese que atisba en el horizonte de su mirada, dirección oeste, a la vera visual del emblemático convento mercedario, sede de la Facultad de la Merced. Porque el plan especial derivará en el proyecto de urbanización, que contempla torres, retranqueo de cabezo y, sobre todo, nueva ocultación como mínimo del mismo.
Acaba de rasearse el terreno correspondiente y se está derribando la horrorosa -esta si- vivienda que estaba al lado de la Clínica de los Naranjos. Habrá que ver que nos depara el futuro en ese espacio pero, a punto de hoy, con la normativa aprobada, este se ve más gris que colorido.
No se puede ser cabezo en Huelva, estás abocado a que acaben contigo. Y esto es un atentado a la identidad. Una lástima. Hablamos de marca, ‘Huelva original’. Pues si, original porque probablemente sea la capital andaluza que más se autodestruya, abundando en una imagen insustancial, propia de cualquier lugar, de cualquier sitio.
La belleza de sus cabezos -limpios, si, nadie lo cuestiona-, un valor natural, histórico, antropológico que realmente le daba singularidad, parece que no interesa a nadie. Y no hablamos de lo emocional, que también. No hay quien parezca que tenga el valor de anteponer cabezos a otras líneas de actuación que, normalmente, tienen trasfondo económico. Lo que ocurre es que esta economía destructiva es cortoplacista, muy limitada respecto a la que sería una economía más consistente y duradera sustentada en una marca, de verdad, potente como elemento de atracción, La Huelva de sus Cabezos.
Esta es la realidad, pero no hay que rendirse. Hay que revertir la situación. Época de elecciones, de actos de contricción -los menos- y propósitos de enmienda. Si me presentase a alcalde en mi programa incorporaría como fundamental un compromiso para salvar lo que queda y cambiar radicalmente las dinámicas que han prevalecido desde hace décadas en relación a los cabezos. Pero de verdad, como prioritario. Dinero parece que hay con esto de los next generation.
Pero yo no me presento, no tengo posibilidades. Lo único que puedo hacer es expresarme y votar.
Huelva, ¿ciudad de la luz o de las sombras?