Ramón Llanes. Los datos numéricos de una determinada investigación o encuesta manifiestan un resultado y ponen y quitan penas hasta que los hombres inventaron las estadísticas para olvidarse del problema que trae el resultado. Lo importante es saber el número de parados, importa poco estudiar el ‘por qué’, ‘el dónde’, ‘el cómo’ y ‘el cuándo’, esos datos no informan solo desalientan; quiénes están en la lista y cuáles son sus motivos y dónde están sus soluciones, son nimiedades que no refieren las cuantías a asignar a tal partida de gastos, y en términos de macroeconomía el obsceno placer para el estado está en la dotación presupuestaria.
Al disminuir estadísticamente el número de personas que engrosan las listas del “hambre”, el sistema siente inútil alegría porque su delegación, ministerio o departamento ha conseguido un ajuste, por mínimo que fuere, y le supone un plus de garantía del propio sistema, no por la quita del hambre ni por posible solución, únicamente porque se alcanza un nivel -mediocre pero óptimo- de recuperación incierta que causa impacto social para que los ciudadanos puedan seguir creyendo en el ejecutivo y en el sistema.
El resultado no aclara, por ejemplo, el número de pobres nuevos ni el número de nuevos ricos; ni entra a valorar las veces que cada cual se alimenta ni cómo son los camastros donde se duermen las desesperanzas. La estadística está para satisfacer a los presupuestos y para darle posibilidad de sacar pecho al vocero y al jefe del vocero, y al jefe del jefe del vocero y a toda la pandilla de jefes que componen el sistema. Y siempre hay ocasión para el gozo, siempre; siempre hay buena luz para estos porque acuñan fórmulas tramposas que les benefician; como comparar los datos con el mes tal del año cual o con la estación tal del siglo tal o con el sector tal en la década cual o con sabe dios qué mandanga; se trata de ofrecer altanería de poder en tono de mofa que sea creíble, el hambre es de cada cual no del sistema.