J. A. de Mora. Si las palmeras de la plaza del Estadio de Huelva hablaran podrían contarnos miles de historias. Tantas como cada una de las de los onubenses que retienen en su memoria escenas vividas en ese lugar tan especial. Seis décadas con ellas de silenciosos testigos cada vez más imperceptibles a medida que iban creciendo.
Las fotos del recuerdo nos muestran en sucesivos momentos del tiempo a las palmeras subiendo los pisos del edificio del Cine Fantasio, el que promovió Celulosas para sus empleados allá por 1965. Las canariensis, más señoriales, rodeaban la fachada del Estadio Municipal de Futbol, que se había inaugurado en 1956 y que había establecido una nueva referencia urbana que hizo que su plaza terminase siendo el segundo ‘centro’ de Huelva.
Las palmeras washingtonias -esas de tronco más fino y muy estilizadas hacia el cielo, como la de Quintero Báez- vinieron después con el ánimo natural de superar a las primeras.
Y lo hicieron con creces. Flanqueaban la plaza original al norte y al sur cuando se hicieron mayores. Y hoy, esbeltísimas, son las que reinan lo que queda de ella.
Nos contarían que fue una lástima que el derribo del antiguo estadio no hubiese dejado su fachada como recuerdo de tantas emociones. Podrían expresar con orgullo que su plaza era ese centro, el más joven de la ciudad. La vida en la plaza se nutría de la gente que vivía en todo el barrio de la Isla Chica.
En sus proximidades, antes que los pisos de Celulosas estaban los de la Sevillana, un poco más allá. Entre ambas comunidades un descampado inicial que luego sería ocupado por los ‘pisos de Renfe’, estos los de mejores vistas sin duda para los partidos del Recre.
Las palmeras que hoy siguen buscando el cielo en la plaza del antiguo Estadio recuerdan la impresionante confluencia de corazones que convocaban los partidos del Decano, muy especialmente los veraniegos del Trofeo Colombino. Se creaba en los aledaños del Estadio, vigilados por las estilizadas palmeras, un ‘ambientazo’ único. Parecía como si toda Huelva se concentrase en ese par de hectáreas.
Pero no solo la gente de aquí, una colorida presencia foránea solía elevar la temperatura social en aquellas citas deportivas extraordinarias. Cuando venían equipos de provincias limítrofes, Sevilla, Betis, Cádiz o Jérez, o cuando por la suerte de los sorteos coperos tocaba algún grande del futbol español para desbordar el modesto aforo del viejo estadio.
Si las palmeras de la plaza del Estadio hablasen rememorarían la tiendecita de Lina, al lado del Cine Odiel, que era una especie de bazar de la golosina y el pequeño juguete para los niños de aquel vitalista barrio. Trompos, ciquitrake, bolas, elementos de uso y disfrute en la plaza y sus alrededores de tierra. Algo, de golosinas también, podía adquirirse en la confitería de Nati, en el propio edificio del Fantasio, sin necesidad de cruzar la carretera de Sevilla, motivo siempre de preocupación para los padres.
Si hablasen nuestras palmeras nos podrían contar sobre las largas colas que algunas películas provocaban en el cine Fantasio y el Odiel. Salas grandes, sobre todo la del Fantasio, y ambiente mágico para zambullirse en pantallas gigantescas -más percibidas así por los niños- que permitían sentirte en otros lugares del mundo.
Como segundo centro de Huelva, la plaza del Estadio de nuestras hoy larguísimas palmeras, acogían a personas y personajes populares de la calle onubense, como Arturito, que frecuentaba la zona. Llegaba el invierno y las palmeras padecían un poco el humo del puesto de castañas asadas que nunca faltaba a su cita anual.
Las palmeras, si tienen memoria, recordaran la infinidad de ocasiones en las que su plaza ha sido punto de partida -ya en la etapa democrática, claro- de manifestaciones con destino al otro centro. Causas justas y almas unidas desde esa plaza para tratar de mejorar la vida en nuestra sociedad. Y nos dirían que se sienten ilusionadas porque se siga contando con la plaza como lugar de encuentro y de momentos felices.
Si las palmeras de la plaza del Estadio hablasen nos contarían que siempre hubo vida en ese lugar. Citarían al bar Las Columnas, a la tienda chica, a Cobano -felizmente presente-, a la carpintería de la calle Platero. Dirían que un poco más arriba, o abajo según se mire, estaba el bar Las Delicias, y tantos otros establecimientos y negocios propios del ‘segundo centro’ de la ciudad.
Esas palmeras siempre vivieron momentos singulares atisbando, por ejemplo, las llegadas de multitudinarias comitivas. Como la de la Hermandad del Rocío de Huelva –y mas tarde también la de Emigrantes-. Antaño viniendo del centro camino de San Juan y luego viniendo de la calle Galaroza en dirección al centro. Todo el barrio en la calle, con una alegría muy especial, como en pocos lugares de la ciudad.
Multitudinaria también a la vista de las palmeras de la Plaza del Estadio de Huelva la Cabalgata de los Reyes Magos. Otro instante anual su paso que la plaza y sus calles aledañas se convierten en bulla plena. Nos contarían sobre festivales de música y conciertos celebrados en la propia plaza o en el Estadio. Sonidos que permanecen en el lugar porque nadie cuestiona que el tiempo y el espacio son variables relativas.
Si las palmeras de la plaza del Estadio de Huelva hablasen no dudarían en recordar a tantísimos niños que aprendieron a montar en bicicleta en el pavimento de la misma. Eran vigilados o ayudados por padres y abuelos que tenían en ese lugar tan diáfano una garantía de tranquilidad. Un terreno para que los pequeños pudieran liberar energía y disfrutar, sobre todo disfrutar.