Goya, 275 años de interrogantes

Daniel Carrasco con su trabajo sobre GOYA, del que apunta su origen borbónico y masón.

Juan Carlos León Brázquez. Nada quita de la importancia de Goya en el mundo del arte, pero las sombras de su origen siguen 275 años después de la certificación de su nacimiento, el 30 de marzo de 1746, en Fuendetodos. Sus padres, un dorador vasco de retablos llamado José, mientras que su madre se llamaba Gracia, de hidalgo origen. Si visitamos Fuendetodos encontramos en una casa un cartel: “En esta humilde casa nació para honor de la patria y asombro del arte el insigne pintor Francisco Goya Lucientes”. La casa no es original, la levantó el franquismo tras la guerra civil donde alguien había ubicado en 1913 las paredes del parto de Goya.

Thomas Sanz, un cuadro del administrador de las Minas de Rio-Tinto que Daniel Carrasco atribuye a Goya.

También en la guerra civil desapareció su partida de nacimiento original. La que se conserva ha sido manipulada, ya que no es entendible que la misma mano que redactó el documento que aposenta su bautizo apunte “pintor de Su Majestad en la Corte”. Muy adivino conocer los destinos del niño recién nacido. El experto en arte antiguo, Daniel Carrasco, lo tiene claro. Ni Goya ni Lucientes eran sus apellidos originales, “los adoptó más tarde, cuando el pintor ingresó en la masonería. GOYA responde a un doble acrónimo Gnóstico Oriental Y Arquitecto y a Gran Oriente Y Aragón, mientras que el segundo apellido responde a la expresión latina Lucen Mentis”. Lo defiende a capa y espada el especialista granadino en Goya, quien además apunta que si uno busca el apellido ‘vasco’ no encontrará ninguna prueba documental de su previa existencia.


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El experto en Goya lleva años investigando al genial pintor, el gran precursor de la pintura moderna. Publicó en 2019 un estudio sobre sus conclusiones de las que hablamos entonces largo y tendido. Y es cuando me reveló que la respuesta está en el armario número 38 de los Archivos Vaticanos, cuyo contenido él dice conocer. Un armario donde se guardan algunos de los incontables secretos de la Casa Real española, de ahí que Carrasco sostenga que el pintor fue un hijo ilegítimo de un conocido noble Borbón, a quien conoció en Sevilla, donde tenía cargo eclesiástico. No solo, el noble hermano de Rey también era masón y allí en Sevilla el pintor estableció contacto con la masonería adoptando en sus pinturas símbolos que solo los masones conocían. “Es una pintura codificada, muy importante.

Firmas escondidas del autor en otras obras.

En la actualidad para saber la autenticidad de sus obras hay que analizarlas minuciosamente, ya que sus cuadros contienen microfirmas ocultas, ‘gramaturas’, complementando todo el simbolismo masónico que ocultan”. Las manos en el pecho dentro de las casacas al estilo Napoleón (otro masón) o llevar en la mano un documento o un libro (la ley) implica símbolos claros. O incluso el hecho de que al ser desenterrado en Burdeos para traerlo a España apareciese decapitado, lo que para Daniel Carrasco “es una manifestación añadida de su carácter masónico. Para un Gran Oriente es un honor que su cráneo se conserve como gesto de honorabilidad”. Hoy sus restos reposan en la ermita de San Antonio de la Florida, Madrid, cuyos frescos había pintado cien años antes de ser enterrado.


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Goya llegó a la Corte de la mano de Rafael Mengs iniciándose en sus labores en 1780 y tuvo al infante Luis de Borbón como su gran protector. Antes había pasado por el aprendizaje en Zaragoza junto a los Bayeu y por su estancia en Italia, donde según Carrasco ejerció de espía. Fue un artista que vivió a la sombra de la Corte, primero como cartonista y después como retratista real, pero supo impregnarse de un mundo popular, siempre crítico y revolucionario en su tiempo. Cambió los cánones de la pintura y estableció nuevos caminos para iluminar la belleza. Ejerció un reporterismo artístico donde los lienzos y pinceles se convirtieron en su cámara fotográfica.

No solo retrata a la Corte, a los Reyes, sino también las diversiones del pueblo en la ribera del Manzanares, o las corridas de toros, o a muchos nobles, como los retratos en Sanlúcar de Barrameda de la Duquesa de Alba (1786), o las pinturas negras de La Quinta del Sordo. Él es testigo de la violencia de la guerra y ve cómo es el pueblo el que sufre, de ahí cuadros como La carga de los Mamelucos o el 2 de mayor de 1808, o Los fusilamientos del 3 de mayo. Vive esa oscuridad y desengaño con la clase dirigente, con su sordera y con el exilio, pero fue siempre fiel a sí mismo, a su curiosidad, a su percepción de entender el arte en aquel tiempo. Decepcionado muere con 82 años dejando la estela de los principios del arte moderno.

Daniel Carraco descubrió firmas ocultas del pintor.

Ayer, en Fuendetodos, el Rey Felipe VI lo dejó claro: “supo reflejar con extraordinaria fidelidad la realidad de una sociedad, de una época y, en suma, el alma de un pueblo en uno de los momentos más convulsos de su historia”. Lo que está claro es que para conocerlo habrá que repintar a Goya.

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