Lectura 36 – Umberto Eco. El nombre de la rosa

María Paz Díaz y Miguel Mojarro

Umberto Eco o la curiosidad enciclopédica. Su vida fue una continua e inquieta búsqueda del saber que causa placer. Enciclopédico y comunicador, la filosofía, la historia medieval y la semiología (la cosa esa de los signos relacionados y que sirven para deducir cosas), ?fueron su camino vital, su pasión.


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Italiano, desde 1932 hasta 2016, escribió lo que su pasión por el saber le indicaba. Así, nos dejó una de las narraciones mas atractivas de nuestro siglo XX: El nombre de la rosa.

Entre sus reconocimientos, Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y la Orden de Caballero de la Legión de Honor francesa. El que quiera mas datos, que busque en la cosa esa de Internet, donde hay para dar y tomar.


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Lo que mas nos atrae de Eco es el carácter medieval de su sabiduría. Una Edad Media en la que las órdenes mendicantes fueron protagonistas de intrigas papales, luchas por el rigor religioso, enconos entre grupos místicos, levantamientos y revoluciones eclesiásticas, …

Todo eso en un siglo, el XIII, en el que la crisis de tiempos anteriores generaba pugnas por la austeridad religiosa. Siglo extraordinario en lo social y en el conocimiento. Siglo en el que la Iglesia era el lugar en el que vivían el saber y el poder. Siglo en el que Umberto Eco sitúa una acción monacal, con un monje franciscano, en busca de la verdad entre los muros de un monasterio al que llega acompañado por su discípulo (Antes se llamaba así).

Por entonces, las Ordenes Mendicantes pululaban por los pueblos dando ejemplo de pobreza, frente a la riqueza de la jerarquía de la iglesia. Franciscanos y Dominicos, las grandes órdenes del XIII, protagonizaron dialécticas sociales y religiosas de toda índole.

Los Dominicanos, priorizan la formación intelectual como medio de comunicación.

Los Franciscanos, buscan a Dios en el mundo, en la gente, dando poca importancia a la formación intelectual. La pobreza es la virtud principal de la Orden. Además, debía ir unida al amor por el prójimo y al respeto de la naturaleza. Y, dentro de esta orden, la pugna de los que abogan por mayor exigencia contra la opulencia de la Iglesia.

En este medio y ambiente, Eco sitúa la acción de una historia enormemente visual, con componentes intelectuales y humanos, aderezados con una salsa intrigante que la sitúa entre las mas atrevidas de la literatura de investigación criminal.

El fanatismo religioso, la pugna entre el Papado y la corriente austera de los franciscanos, el ambiente sórdido de una gran biblioteca monástica, los debates y las intrigas, … son el ambiente en el que el protagonista y su discípulo se mueven para descubrir la causa de la muerte de un monje.

Uno no sabe bien si está leyendo una novela de intriga, una narrativa histórica o un planteamiento religioso. Tal vez los tres aspectos, ligados mediante la destreza novelística del autor, empecinado amante de lo medieval y seguidor pragmático de la semiótica (la cosa esa de los signos que se relacionan y crean caminos para descubrir cosas).

Eco, su mente enciclopédica, no puede evitar adentrarse en las entrañas de la vida humana, en sus contradicciones, con sus pasiones y corrupciones, impregnada de intereses e intrigas, para crear una de las mas atractivas novelas de historia. O de misterio. O de catecismo. Vete a saber …

Pero lo mejor para «saberlo», es leerla. Si es que os gusta leer. Y si no tenemos ese hábito, es hora de empezar.

Un amigo de todos los que saben disfrutar, Juan Cruz, dijo de Humberto Eco: “Era un sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir aprendiendo”.

Volvamos a lo nuestro, que no es poco. El problema está en que esta novela de Eco da para estar mucho tiempo en ella, hablando de ella o recordándola. Tal vez por eso su calidad narrativa (y su triple cualidad de historia, religión e intriga) inspiró una película vista por muchos, aunque no hayan leído el libro. Hay quien sustituye la lectura por la pantalla, mas visual y cómoda.

Ya estamos con la comodidad, … Siempre aparece en estas cosas de las inquietudes intelectuales. Pero esta vez conviene dejar claro algo sumamente importante. Cuando un texto se convierte en imagen, suele ocurrir que la película «mata» al texto o éste hace que la película fracase porque su calidad no se acerca al original.

En este caso, no ocurre ninguna de estas alternativas: La película es magnífica y responde a las exigencias de una gran novela.

Queremos advertir (sugerir) algo para los que se atrevan a seguir nuestras rotundas (en este caso) opiniones literarias. Son fruto de la experiencia, aunque también influyen algo nuestras tendencias de ocio intelectual. Siempre terminamos impregnados de ocio, que es la tendencia humana común, aunque no siempre la mejor atendida.

Nuestra advertencia, sugerencia o consejo (como queráis): Conviene leer el libro con sosiego y después ver la película, para disfrutar de todos sus matices. El libro permite releer y volver a lo que queramos, para hurgar en la duda o la curiosidad. Una vez empapados de la descripción que hace Eco de esa historia medieval y sus circunstancias, la película tendrá el sabor de un manjar elegido.

Pero si habéis visto ya la película, leed el libro. Desde la primera palabra estaréis multiplicando el regusto de una historia ya sabida, pero descrita con los matices, la calidad y la riqueza descriptiva de ese autor sabio, curioso, de afanes de saber y pasión para contar.

Y, si podéis, ir a Moguer, poneos ante la fachada de un casino que nunca debió desaparecer, imaginad un retroceso en el tiempo y sentaos en esos sillones que en el patio de entrada cumplían la doble función de acoger y crear estética.

En estos sillones de clasicismo mediterráneo, se lee (se leía) con el añadido placer del silencio, estética y frescor de una casa sureña, con aires de palacio, como muchas casas de Moguer. En sus calles se saborea aire de Zenobia o al revés: Juan Ramón supo elegir sabor para vivir y escribir.

El Casino de Moguer, su imagen, es un sitio para recordar como entrañable, para leer en sus sillones. Aunque solo sea por eso, sería bueno que alguien se sentara en el rincón más atractivo de su pueblo y abriera por la primera página, sin prisas, ese libro magnífico que cautiva por su triple cualidad: Historia, religión e intriga.

Su riqueza histórica, permitirá que aprendamos a querer a la Edad Media europea, con todos esos valores estéticos y humanos que tiene.

Su debate religioso, nos adentrará en ese mundo complejo de la naturaleza humana y sus intereses.

Su trama, está entre las mejor elaboradas de narrativa de intriga intemporal.

Puede no leerse «El nombre de la rosa». No es pecado ni ilegal. Pero nosotros añadimos algo que dijo el propio Umberto Eco: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee, habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”.

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