Miguel Mojarro.-
Una fecha señalada en los anales de la literatura española es el seis de enero. En esa fecha se homenajea al que fue redactor jefe de la Revista Destino (Grupo Planeta posteriormente), que a los 27 años nos dejó huérfanos de su sabiduría editorial: Eugenio Nadal Gaya.
Se crea así en 1944 el premio literario mas antiguo de España, que daría paso a otros que siguieron esta magnífica línea editorial de señalar las mejores obras de literatura en castellano. Muchos y magníficos premios bien documentados y aplicados.
El 6 de enero del siguiente 1945, se entrega el primero de los Premios Nadal de Novela, nada menos que a un nuevo valor literario femenino, que marcó estilo y camino junto a otras coetáneas de valor: Mercedes Salichach, Ana María Matute, Carmen Kurtz, …
Carmen Laforet a sus 24 años se convierte en el primer Premio Nadal, la primera mujer en lograrlo, la mas joven de los premiados hasta hoy y … el primer premiado que no saca provecho de la estela del premio, ya que no lo aprovecha para seguir dominando los escaparates.
Su vida posterior fue austera y poco amiga de portadas y alharacas. Varias novelas siguieron a Nada, pero no de esa calidad altísima, tanto literaria como social.
Tal vez hoy algunos lectores nuevos se extrañen de que, en aquellos años, hubiera una escritora que abriera en canal la sociedad de entonces para una narración sencilla y de rebeldía ante esa realidad femenina. Carmen Laforet no era una feminista al uso, sino una persona, una mujer, sensible a determinados aspectos de aquella vida social ante los que se rebelaba con sus armas: una calidad literaria y narrativa que la convirtieron en un mito de la novela española de la postguerra.
Su reflexión narrativa se impregna del desmoronamiento moral de la burguesía de la postguerra, con una visión hasta ahora desconocida, con problemas en los jóvenes ante un entorno inhóspito, que no motivaba el desarrollo personal fuera de los tonos de una postguerra que la historia no explica. Pero Laforet sí. Un periódico catalán dijo: «Lo que no se contaba en el NODO, se cuenta en Nada».
Nace en Barcelona en 1921 y posteriormente vive en Madrid, donde fallece a los 82 años. Desde aquel 1944, Nada es novela buscada y leída por quienes vivimos los años de oro de la novela española de postguerra. Algunos de ellos también fueron regalados con el premio navideño por excelencia:
José María Gironella (1946), Miguel Delibes (1947), Rafael Sánchez Ferlosio (1955), Carmen Martín Gaite (1957), Ana María Matute (1959), Francisco García Pavón (1969), …
Pero Nada es, sobre todo, una novela con una narrativa original y nueva. Atractiva, de calidad poco frecuente en sus formas y que sedujo a los de entonces de una manera poco habitual. Hoy sigue siendo una novela a leer, para conocer las cualidades furtivas de una sociedad que nos han contado otros, pero que no fue así. Alguien dijo (siento no recordar quién) que los hechos no hay que conocerlos por la historia que cuentan los interesados, sino por los escritos de los que estuvieron allí.
En cualquier caso, Nada está entre los escritos que hay que leer, … si es que somos algo sensibles a un pasado nuestro, que no es tan lejano. Muchos de los que lo vivieron siguen aquí, testigos no escuchados y despreciados por una sociedad (la actual) que no sabe donde se mete. Hay que mirar las fotos de nuestros abuelos, para saber a quienes nos parecemos. Con sus bellezas y sus fealdades, pero también con sus características sociales, porque somos lo que no hemos sabido mejorar de nuestro pasado.
Tecnológicamente hemos avanzado en medio siglo más que en toda la historia de la humanidad, incluidos el magnífico siglo XIX y su predecesor ilustrado. Pero esa tecnología y la química (su gran soporte), no han sido suficientes para que podamos hoy hablar de una sociedad mejor. Distinta sí, pero semejante en sus problemas psicológicos. (No de los que arreglan los psicólogos, sino los sociólogos)
Hoy, en las cabalgatas frustradas de nuestros pueblos, alguien se acordará de un nuevo premio literario que se concedió a una escritora joven y magnífica: Carmen Laforet Díaz.
Hay quien gusta de buscar lugares nuevos para disfrutar de rincones que propician la lectura. Yo encontré uno, cuando me cité con Marcelo, mi entrañables compañero de viajes, en un pueblecito alejado de todo, pero entrañable por sus encantos: Cumbres Mayores.
Allí entramos en los debates habituales nuestros, sobre casinos, hasta desembocar en los sabores de estos pueblos. Preguntamos y nos indicaron un lugar, un bar, en el que comimos uno de los mejores jamones de la provincia, que ya es decir. El nombre nos lo reservamos, para no hacerle propaganda a la dueña. (Se me ha escapado…).
Y luego al casino, a tomar café, con nuestros amigos de allí, que los tenemos, Un casino pequeño y agradable, para charlar, jugar una partida (con cuidado que te ganan), una manguara y a la plaza, a leer en un banco. O en el propio casinos, que tiene rincones adecuados.
Pero a leer. Y esta vez, la novela que obliga la fecha de Reyes: Nada.