Un vecino de Puebla de Guzmán avista una manada de caballos salvajes en las proximidades del Santuario de la Virgen de la Peña

Manada de caballos salvajes.
Santuario de la Virgen de la Peña.

José Manuel Alfaro / ‘El Cuaderno de Muleman’. El pasado viernes, un vecino de Puebla de Guzmán, avistó lo que podría ser una de las últimas manadas de caballos salvajes de las que se tiene constancia en la zona. El avistamiento tuvo lugar a primera hora de la mañana en el Cerro del Águila a 380 m sobre el nivel del mar, cuando estaba amaneciendo y una densa bruma cubría las jaras como un manto de algodón. El hombre, un toxicómano rehabilitado que había salido a pasear al alba como todos los días, desde que dejo hace treinta años el mundo de las drogas. Se encontraba en ese momento tomando aire sentado en una pequeña majada cuando divisó a unas decenas de metros media docena de caballos al galope, con sus largas crines y su esbelta cola hondeando al viento, mientras un corcel tordo iba delante marcando con sus pisadas un camino que se perdía entre la espesura niebla, al ritmo de una relinchar majestuoso.

Manada de caballos salvajes.

El hombre, que no podía creer los que estaba sucediendo, pudo ver como aquellos siete caballos de apocalipsis, pasaban por delante, tan cerca que pudo tocar sus cuerpos mientras huían por el camino de la Peña dirección al “Pozo Bebé”, donde pudo verlos como se detenían y llevaban sus bocas al agua fresca. El hombre que intento seguir a la manada, solo pudo hacerlo hasta “Los arroíllos” que cruzaron saltando, dirección a la Vuelta de la Galana y la Cuesta “El Fraile”, donde perdió definitivamente a la manada, que seguramente emprendió el camino hacia la Balsita, para llegar a los Poyetes, donde se detendrían antes de poner rumbo a la cuesta de las piedras talladas a mano, buscando la “Pisa del Potro”, donde posiblemente la manada se pararía, para ver el pueblo en todo su esplendor de la mañana, mientras hocicaban el suelo buscando algo de hierba fresca con la que tomar fuerzas para seguir vagando por el ancho Andévalo. Este Cuaderno se ha puesto en contacto con este toxicómano rehabilitado, para que conteste a algunas preguntas sobre el suceso, que se ha convertido para el en una intensa experiencia de vida, que le ha recordado la fragilidad en la que vive desde que dejo el caballo hace treinta años.


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Feria del Caballo de Puebla de Guzmán.

-¿Qué hacía a esas horas por el Cerro del Águila?
-El día que deje el mundo del caballo prometí que ya nunca volvería a caer en esa sucia hampa que casi acaba, no conmigo, sino con toda la gente que me quería y me odiaba al mismo tiempo. En aquella época de mi vida lo abandoné todo, a mi mujer, a mis hijos, pero sobre todo me abandoné a mí mismo, perdí peso hasta quedarme en los huesos, lucí una barba inhabitable, hombros caídos, solo sabía mirar al suelo, el caballo me estaba consumiendo. Hasta que un día decidí que esto debía de terminar, me fui al Cerro del Águila a allí junto a un árbol encontré el silencio que me hizo detener mi autodestrucción, desde ese día llevo 30 años limpio en los que también hay días en los que me vengo abajo cuando escucho solo la pisada de un caballo.

Pista hípica.

-¿Qué fue lo que le llamo atención de todo eso?
-En todos los años que llevo viniendo por aquí, nunca había visto nada igual. Ver pasar por delante de mi aquella manada de patialbos, mover el aire y la tierra como lo estaban haciendo me hizo sentir indestructible en ese momento. Sentí lo mismo que cuando vas con el coche, en la parte de atrás y abres la ventanilla y sacas la cabeza por la ventana mientras tu amigo conduce a toda velocidad por la A-499. Sentir el galope de un caballo es un vuelco en el corazón, es como si cien tambores se pusieran a tocar a tu lado, es un ruido que es capaz de despertar a un muerto. Ahí gente a la que da miedo este tronar, pero para mí que he visto como el caballo casi me mata una noche, es lo más parecido a una maniobra de resucitación.


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-¿Le gusta a usted el caballo?
-Ya no, he vivido de él muchos años, pero también casi consigue destruirme, ahora lo miro desde la distancia, porque ya todo es diferente, los jóvenes viven el mundo del caballo de otra forma, porque tienen otros peligros que salvar, el juego online, drogas más accesibles como el cannabis, que puedes cultivar tú mismo en casa o cómpraselo a un amigo. También el teléfono móvil y muchos de sus contenidos, aplicaciones y juegos se han convertido en una adicción sin control, tan peligrosa como aquel caballo que corría por mis venas por aquellos años. Ahora el caballo se ha convertido en ocio en un pueblo donde hay un caballo por cada 5 habitantes y para muchas personas se ha convertido en una forma de vida.

Molino de La Horca.

-¿Había oído hablar alguna vez de caballos salvajes en el Andévalo?
-Sí que he oído hablar de ellos, incluso se cree que estos caballos proceden de linajes del caballo de retuertas de la comarca de Doñana, una de las razas equinas más antigua de Europa, milenaria y autóctona de Andalucía. Un caballo que suele ser castaño, aunque también los hay tordos y tienen un perfil más o menos acarnerado como los que yo vi ese día, de gran rusticidad y carácter arisco. Además, los que yo vi tenían un aspecto tosco y su estatura, algo menor que los caballos de raza española. Creo que, si se confirmara que esta manada eran caballos de retuertas, estaríamos ante el acontecimiento animal del año aquí en el Andévalo.

-¿Qué se le vino a la cabeza cuando escucho el retumbar de esa manada?
-Se me vinieron los peores pensamientos, porque llevaba muchos años sin que el caballo me diera un pálpito en el corazón y me recordara que un día fui tan frágil que las agujas travesaban mi piel como sin oponer resistencia alguna, deshaciendo todo lo bueno de lo que estaba hecho. Pero está vez, como llevo haciendo todos estos años, también supe decir que no.

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