Laura Cebrino. Bella Gema García Ferrera es mucho más que una onubense por el mundo. Hace veintitrés años desde que marchó de su amado pueblo natal, Lepe, para hacer realidad su sueño: vivir en África promoviendo el bien: “Desde muy pequeña sé que esta era mi misión; concretamente fue la charla de un sacerdote misionero sobre la situación en la que vivían los niños africanos lo que me despertó el deseo de viajar hasta allí y quedarme para ayudar”, reconoce Bella Gema.
Todo parecía encajar cuando a sus veinte años, momento en el que se encontraba cursando el segundo año de Psicología en Sevilla, Gema se topó con la oportunidad que le permitiría desarrollar su vida como misionera: «Conocer a la comunidad que me abriría las puertas para ayudar a otras culturas supuso tanto para mí, que sin pensármelo dos veces decidí hacer un break en mi carrera y aparcar mis estudios a cambio de cumplir mi tan deseado voto» asegura la lepera, pues «sabía que el consagrarme en esa misión era lo que realmente me llenaba -y a día de hoy me sigue llenando-«, continúa.
Antes de pisar tierras africanas, la joven pasó una temporada en Madrid preparándose para su nueva vida: «pasé por una especie de curso de iniciación vocacional y entendí, más si cabe, que mi vida estaba ahí, en hacer felices a los demás», detalla. Aunque reconoce que le costó dejar su seno familiar, «el aprovechar la oportunidad que se me había presentado pesaba más», confirma. Tras un par de años en Madrid, Bella Gema marchó a Camerún en 1999, con 24 años recién cumplidos.
“Para mí, Camerún significa haber cumplido un sueño, lo siento como mi primer amor. Durante mis dos años de estancia en Douala, la capital económica del país, mi experiencia fue fascinante, sobre todo ver que a pesar de la pobreza tan fuerte que hay, sus habitantes son de lo más alegres y fuertes. Por paradójico que parezca ellos me enseñaron más a mí que yo a ellos, pues me transmitieron la importancia de la solidaridad, de la humildad, de seguir soñando a pesar de todo”, detalla nuestra protagonista.
A pocas semanas del inicio de su aventura, la joven comprendió que el buen misionero no solo tiene que ponerse los zapatos del otro sino también caminar con ellos para así entender verdaderamente qué siente esa cultura, cómo piensa o por que está pasando. “Creo que es primordial en la vida del misionero saber valorar lo propio de cada cultura, lo genuino de cada tierra; ello nos hace tener más criterio de lo que es o no justo, nos amplía el horizonte”, comenta Gema.
En 2002 aterrizó en Argentina, en un momento de plena miseria, donde pudo conocer las diferencias entre la cultura africana y la latina, y más especialmente entre el centro de la capital argentina y la periferia, totalmente tercermundista. “Aunque estuve poco tiempo en Argentina -tan solo un año- pude adentrarme en la cultura nativa y comprobar que los argentinos, sin duda, son ciudadanos cercanos, generosos y con muy buen sentido el humor”, añade Gema.
Su objetivo realmente era volver a África (y quedarse) pero por motivos comunitarios saltó de Argentina a París en 2003, quedándose en Francia (Valenciennes) ni más ni menos que trece años, hasta 2017. Ubicada en la frontera de Francia con Bélgica, Bella conoció en profundidad la cultura francesa y se dedicó a trabajar en los liceos franceses como profesora de pastoral. “Allí pude comprobar que el francés que aprendí en Douala ¡No me sirvió para casi para nada!”, comenta alegremente, “Creo que la mejor manera de aprender un idioma es viviendo en su país de origen, ¡Sin duda! Pues el comunicarte con los nativos es lo que de verdad te hace entender un idioma”, continúa.
En la actualidad y desde 2017, la lepera vive en Togo, una nación ubicada en la zona intertropical de África. “Llegué a Togo trabajando en la misma misión: la evangelización; hablar de Dios con formación integral y formar a las personas para que vivan una vida honesta y justa desde la fe”, asegura. Al fin y al cabo, con estas prácticas Bella Gema está luchando por conseguir cambiar la estructura política y social de un país que a día de hoy sigue siendo muy compleja en cuanto a corrupción y desigualdad se refiere.
“Los togoleses comen alrededor de una vez al día, una especie de pasta hecha a base de agua y harina de maíz sobre una salsa de legumbres. Prácticamente si no tienes medios económicos, la calidad y las condiciones de vida son lamentables, tanto, que el índice de mortalidad se sitúa en los 45 años de media”, detalla Bella; y eso, a pesar de que el togolés tiene mucha fuerza física y puede presumir de gran resistencia», añade.
Una de las acciones más importantes para Gema en Togo es visitar centros educativos para tocar la cultura y la espiritualidad a través del evangelio: “Con nuestras enseñanzas intentamos hacerles creer a los togoleses que sí pueden cambiar las cosas; les enseñamos a no decaer, intentamos sacarlos de su pesadumbre, de la desesperanza; nuestra verdadera misión es hacerles ver su potencial, ese que les permitirá alcanzar la independencia emocional y social que tanto necesitan”.