Cristina Morales. La tierra en la que nace define, sin lugar a dudas, a una persona. En ella encuentra su lugar, sus raíces, la historia de su familia y volver supone regresar a casa. Sin embargo, hay factores externos que pueden modificar la percepción que tenemos de nuestro lugar natal. La política puede ser uno de estos factores, puede hacer que el paraíso se convierta en algo más parecido al infierno y que la inseguridad y el hambre sean más determinantes que el sentimiento patriota.
Katherine Dorta vivió esta situación en su persona, hace unos dos años, cuando la inseguridad en las calles y la falta de alimento y medicina en su Caracas natal, le hicieron tomar la difícil decisión de emigrar a España. Pasaba necesidad aunque tenía trabajo estable como médico desde que finalizó sus estudios. Tras 6 años estudiando medicina en la Universidad de Carabobo en el estado de Aragua, decidió continuar en el camino de la oftalmología, cursando los tres años de especialidad y uno más para poder operar. En Venezuela no existe el MIR, allí un médico antes de estudiar su especialidad tiene que trabajar durante un año para el estado en zonas alejadas de las ciudades, lo que se conoce como el ‘año de rural’, ejerciendo la medicina general en ambulatorios de pueblos.
Tras su periodo de residencia en el Hospital Central de Caracas, permaneció trabajando mientras lo combinaba con consultas en algunas clínicas privadas. Nunca dejó de trabajar desde que finalizara su carrera, le iba bien y trabajaba sin parar. Había conseguido vivir de lo que le apasionaba, aunque lo difícil allí era, precisamente sobrevivir. La inseguridad y la violencia callejera eran una realidad presente, sin embargo el secuestro exprés que vivió su madre hace 5 años, le hizo tomar la decisión de huir hacia un lugar en el que pudiese vivir sin miedo.
Su hermano mayor ya vivía hacía unos años en Madrid, por lo que este sería su destino. Comenzaba ahora la odisea de la homologación de sus títulos y la petición del visado, trámites burocráticos que demoraron su partida dos años más. Consiguió una pasantía de 6 meses en el Hospital San Carlos en Madrid en la unidad de cornea, para aprender cómo se desarrollaba la oftalmología en nuestro país. Tras esto consiguió un empleo de médico general, que desarrolló unos meses hasta que, a través de internet, supo de una oferta laboral en Huelva. Rafael Gil Piña necesitaba un oftalmólogo para su clínica, situada en el Hospital Costa de la Luz y acudió a uno de los múltiples portales de empleo de la red para buscar al candidato adecuado. Katherine no sabía dónde quedaba Huelva, no sabía nada de la ciudad, sin embargo, pidió un permiso en su empleo y compró un billete de tren de ida y vuelta para realizar su entrevista de trabajo en persona. Aceptó sin dudar y en menos de tres semanas comenzó a trabajar, un 27 de agosto.
En Huelva encontró esa tranquilidad y estabilidad que tanto añoraba, volvió a reencontrarse con un carácter similar al de sus paisanos antes de la situación actual. El espíritu latino de alegría y hospitalidad que el miedo había oscurecido: «me sorprendí cuando llegué a Huelva y la chica de la agencia me llevó hasta mi apartamento en su propio coche. Huelva tiene una gente maravillosa, son personas muy simpáticas y serviciales, muy parecidos a cómo eran los venezolanos cuando era pequeña, lo que recuerdo».
Ya lleva más de un año trabajando en la clínica oftalmológica Gil Piña, pasando consulta todos los días y estando especializada en los problemas ocasionados en la superficie ocular. Le apasiona su trabajo y el contacto directo con el paciente, atiende a personas de todas las edades y con síntomas muy variados, al igual que casos de urgencias, al estar en el hospital. A sus 34 años dice haber encontrado la estabilidad que tanto buscaba en Huelva. Tras vivir en el caos de dos capitales como Caracas y Madrid, está feliz en una ciudad pequeña, en la que puede acudir a su puesto de trabajo a pie.
Halló la felicidad plena cuando el pasado mes de enero, logró traer consigo a sus tres familiares más directos que aún vivían en Venezuela: su madre, su tía y su abuela. La falta de alimento y la dificultad para acceder a los medicamentos más necesarios, hacían insostenible su permanencia allí. Todas han encontrado su sitio también aquí, han vuelto a poder salir a la calle, ir al mercado, interactuar con las gentes y pasear por la playa. Su ‘Nona’, como llama a su abuela debido su origen italiano, a pesar de ser la más mayor es la que más a gusto se encuentra en Huelva. Para ella fue muy complicado comprender la situación de Venezuela y ser consciente del peligro. Quería seguir haciendo su vida de antes, la cual ahora ha recuperado.
Estas tres generaciones, tan diferentes entre sí, han encontrado su refugio en la capital onubense, al fin se encuentran felices y libres. Por ello, Katherine ve su futuro en Huelva y en su puesto actual, ya que se siente como en casa, con un equipo que más bien supone una familia. En solo un año aquí ha conseguido que Huelva sea su casa, está tejiendo su red de amigos, aunque afirma que la situación venezolana ha hecho que tenga a sus amigos de siempre repartidos por medio mundo: «ya no me queda nadie en Venezuela, mi familia más directa está aquí y mis amigos han terminando emigrando también, tanto que creo que puedo visitar cualquier país sin necesidad de hospedarme en un hotel».
El ritmo de vida en Huelva va con su personalidad, aquí puede vivir sin prisas, tranquila, acceder a todos sus rincones sin necesidad de tener coche. Lo que más le gusta es esta tranquilidad, el clima y tener el mar tan cerca. Uno de sus mayores placeres es pasear por la playa con su madre, su tía y su abuela. Su mayor satisfacción: «me vine para darle estabilidad a mi familia, sobre todo a mi abuela. Ella me ha criado y no quería que en sus casi 90 años estuviera con miedo y pasándolo mal, después de haber luchado siempre. Yo quería que viviera tranquila y libre, algo que he conseguido, para ellas ir al mercado y comprar absolutamente lo que quieren es un lujo. Lo que más les cuesta es el invierno, aunque Huelva también tiene de positivo la suavidad de su clima».
Katherine Dorta ha encontrado su lugar en Huelva, se siente realizada en su trabajo como oftalmóloga especializada en superficie ocular, tiene a su familia y dispone de tiempo para practicar deporte, aquí se ha aficionado al pádel. Visualiza su futuro en la capital onubense, incluso ha adquirido una vivienda aquí. Se ha sentido como en casa desde que llegó, jamás ha tenido un problema ni se ha sentido mal por ser extranjera, al contrario, destaca de los onubenses su carácter receptivo y sus hospitalidad: «para mí lo mejor de Huelva es, sin duda, su gente. Te ayudan tanto que si preguntas por una dirección caminan contigo para guiarte, te abren las puertas de su casa y te lo dan todo».
La falta de recursos y de libertad puede hacer que huir de casa sea la única opción para vivir tranquilo. Katherine Dorta es un ejemplo de valentía, emigró para ofrecer a quienes la criaron un futuro mejor, un final de vida sencillo y cómodo, alejadas del miedo y la escasez. Quizás esta historia nos sirva de recordatorio para valorar nuestra tierra y el tesoro más preciado que nos ofrece: la libertad.