Carta pastoral del Obispo de Huelva para el nuevo curso 2018/2019

El obispo de Huelva, José Vilaplana.

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo cordialmente en el Señor al comenzar este nuevo curso pastoral. Iniciamos el cuarto año del Plan Diocesano de Evangelización animados por las palabras del Papa Francisco en su última exhortación Gaudete et exsultate. En ella, el Santo Padre nos invita a descubrir nuestra vocación a la santidad “viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (GE, 14).


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Acogiendo con alegría y esperanza este mensaje del Santo Padre, nos disponemos a poner en marcha la cotidianidad de nuestra vida con ánimo renovado y atendiendo a los retos que el momento actual nos plantea. En este sentido, y después de escuchar a los Consejos de Pastoral y Presbiteral, vemos la necesidad de una verdadera renovación de las parroquias y de una comprometida dinamización de sus miembros. Ambos retos vienen de la mano, pues sin esa “savia nueva” que rejuvenezca el rostro de las parroquias tampoco aflorarán nuevas iniciativas y nuevas maneras de afrontar la tarea pastoral y evangelizadora, siempre necesaria.

Por otro lado, venimos hablando en los últimos años de la oportunidad que, en este sentido, ofrece el acercamiento de muchas familias a las parroquias con ocasión de la Iniciación Cristiana de sus hijos y la posibilidad de ofrecerles una buena acogida y un camino que les ayude a valorar su identidad cristiana, su pertenencia a la Familia de familias que es la Iglesia y su participación activa en Ella, para así “consolidar la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia” (Amoris Laetitia, 87). Estoy convencido de que la presencia de estas familias nutre la propia vida de la Iglesia y de que, en contrapartida, deben encontrar en ella un ámbito donde compartir el don que son para la Iglesia. De este modo, la Iglesia les entrega el alimento y la compañía adecuados para seguir creciendo en medio de una sociedad en la que con frecuencia se sienten solas y amenazadas.


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Por todo ello, quisiera que este curso pastoral pongamos la mirada en las familias que se acercan a nuestras parroquias, especialmente en las que lo hacen por primera vez, para que descubran en ellas el lugar donde “las familias nacen, se encuentran y se confrontan juntas, caminando en la fe y compartiendo caminos de crecimiento y de intercambio mutuo” (Instrumentum Laboris de la XIV Asamblea General Ordinaria, 53).

1. La familia, un don para la parroquia.

Es encomiable la generosidad que, durante años, vienen mostrando a través de una presencia las más de las veces desapercibida o silenciosa quienes han sostenido la actividad en nuestras parroquias desde la catequesis, en los grupos de Cáritas, con los enfermos u otras tareas pastorales. Nunca será suficiente el agradecimiento por el bien que han hecho.Sin embargo, a menudo nos encontramos con la dificultad de poder “pasar el testigo” a nuevas generaciones de cristianos adultos que continúen esta necesaria labor. Incluso, en algunos casos, comienza a experimentarse un vacío, una falta de obreros, mientras que no disminuye la demanda de estos servicios pastorales. Esta exigencia no siempre viene acompañada de un sentimiento de familia y disponibilidad que mueva a integrarse y a participar de un modo más activo. Todo ello implica una respuesta generosa y de confianza: generosidad por parte de estos nuevos adultos, padres y madres de familias, capaces de asumir un papel más protagonista en la vida de la comunidad y a los que hay que saber acoger e invitar explícitamente a esta incorporación; por otro lado, la necesaria confianza por parte de quienes han venido desarrollando esta labor para que estos nuevos agentes puedan continuar la tarea aportando también su propio estilo, creatividad y experiencia.

Es verdad que muchos de estos adultos no tienen el bagaje o la experiencia propias de personas con un itinerario de fe que les haya llevado a madurar las propias opciones. Muchos necesitan una adecuada formación no sólo para asumir estas tareas sino, fundamentalmente, “para dar razón de nuestra esperanza a todos los que nos la pidan” (1Pe 3,15-16). En un mundo tan plural como el nuestro es especialmente urgente la formación no sólo para desarrollar algunas actividades dentro de la parroquia, sino principalmente para ser discípulos y testigos en medio de la sociedad. En este sentido, el Centro Diocesano de Teología, Pastoral y Espiritualidad pone en marcha este curso un trienio de formación para capacitar a estos nuevos agentes con una adecuada preparación teológica y pastoral. Además, la puesta en marcha de la nueva Acción Católica General en nuestra diócesis ofrece un itinerario de maduración de la vida creyente. Son medios que se ponen a nuestro alcance y que debemos aprovechar.

No podemos caer en el error de pensar que, porque encontremos en estos posibles agentes algunas carencias, no puedan aportar su conocimiento del mundo actual y su experiencia vital en medio del contexto social en el que se desenvuelven. Debemos convencernos de que necesitamos esta mirada y este diálogo para encontrar nuevos lenguajes y formas de seguir anunciando hoy el mensaje del Evangelio.

2. La parroquia, un bien para la familia.

Dice el Papa que “la Iglesia desempeña un rol precioso de apoyo a las familias, partiendo de la iniciación cristiana, a través de comunidades acogedoras” (AL, 85). Y es precisamente en este campo donde deseo ofrecer una propuesta concreta: crear pequeños grupos de familias que se comprometan a crecer juntas y apoyarse en la educación cristiana de sus hijos.

La familia se siente sola muchas veces sin saber cómo afrontar algunos desafíos actuales en la educación de sus hijos o cómo sobrevivir en un mundo de prisas, exigencias y competición. El testimonio de la familia cristiana en las obras del día a día ofrece una luz, y es un revulsivo para esta sociedad de lo efímero. Por eso, es bueno que algunas familias se reúnan habitualmente para compartir preocupaciones y soluciones, para encontrar en el Evangelio el alimento que perdura, reconforta y les hace vivir y crecer en comunidad.

Los padres que se acercan a la parroquia con ocasión de la Iniciación Cristiana de sus hijos a menudo equiparan la catequesis a la formación que los niños reciben en la escuela, como un tiempo necesario que les habilita para un objetivo final, que en este caso no es aprobar el curso sino recibir el Sacramento. De este modo, una vez celebrado no encuentran razones para continuar vinculados a la comunidad parroquial. Incluso la participación en la Misa Dominical es percibida por estos padres como un requisito más que como una celebración de toda la familia. Hay que ayudarles a ver que la parroquia es un espacio en el que la familia inculca, testimonia y celebra su fe y en el que cada miembro encuentra respuesta a su proceso creyente.

Es por eso que propongo que en las parroquias se creen grupos de familias que, a modo de “escuela de padres”, se ayuden en la educación de los hijos; se comprometan a participar en la misa dominical y desarrollen juntos alguna actividad sencilla para celebrar el domingo como Día del Señor (objetivo de la Conferencia Episcopal Española para el próximo año), algún día especial de la familia en la parroquia u otra actividad para fomentar la relación entre los padres, pero también entre hijos en los que encuentren iguales con los que compartir y disfrutar. Además, en algunos lugares se pueden trazar puentes también con la escuela, proponiendo experiencias de colaboración y crecimiento conjunto.

Os invito a dar un primer paso en aquellas parroquias donde aún no hemos estrenado ninguna iniciativa de este tipo aunque, en general, sé que no partimos de cero. Algunas parroquias ya tienen experiencias positivas en el campo de la mayor participación de los padres en la iniciación cristiana de sus hijos, por lo que también os animo a consolidarlas y a compartirlas con otras parroquias vecinas.

Finalmente, no quiero dejar pasar de largo la celebración del próximo Sínodo que pondrá su mirada en la juventud, pues dentro de la familia hay que atender especialmente a los jóvenes. Este acontecimiento eclesial nos estimula a escucharlos y a acompañarlos en su fe y en su vocación. En este sentido, un grupo animoso de jóvenes de nuestra Diócesis está participando en una experiencia que llamamos “Iglesia a la escucha”, de la que esperamos propuestas concretas. Estemos atentos y apoyemos sus iniciativas.

Que la Sagrada Familia de Nazaret –Jesús, María y José– sea nuestro ejemplo, nos estimule en nuestra vida cristiana y nos proteja.

Con afecto os bendigo.

+ José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva

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