José Manuel García Durán. Todo era un olor metálico que se pegaba a la piel de tal forma que parecía imposible separarla de ella… Y todo era un sinsentido cuando, hace poco más de una semana, el color rojo estaba donde no debía (otra vez), porque el color carmesí debía estar en el río, en la tierra, en la sangre, y no en las llamas ni en los retardantes que vertían los hidroaviones en el cielo de la cuenca…
Se me quemó el corazón al comprobar que (otra vez) la ceniza se hizo dueña de los paisajes de la cuenca minera. Aquellos paisajes que recorrieron los personajes que protagonizan la novela que escribí acerca de la historia de la tierra que me vio nacer.
El silencio era infinito, casi eterno, de un gris cenizo y denso. Este año se cumple el 130 aniversario de aquel fatídico 4 de febrero en el que todo fue silencio. Y este año, los disparos y las bayonetas del regimiento de Pavía, fueron sustituidos por el crepitar indolente de las llamas que llenaron de silencio cada uno de los rincones de la cuenca (otra vez).
Y me temo que nadie será el responsable de nada (otra vez), que todo será silencio (otra vez) y que pasaran años sin que nadie asuma sus responsabilidades (otra vez).
La historia que escribí, esa que ya no es mía, sino de cada uno de los que sienten el latir de la mina en lo más hondo de su pecho, vuelve a ser una historia de sangre, sudor y lágrimas (otra vez). Y las cenizas de lo ocurrido no impedirán que el latido de la gente de la cuenca se pare, porque si algo aprendí de su historia es que su gente están hecha de una sangre especial, están hechos de cobre y silencio, de sudor y de esfuerzo, de pasión y amaneceres, de las aguas de ese río que ardió en sus entrañas.
Desde aquí, desde estos renglones, les envío todo mi apoyo, con la confianza de que sabrán renacer de estas cenizas, igual que ya lo hicieron mil veces. Porque toca renacer (otra vez), y nadie mejor que vosotros para mostrarnos cómo se hace.
Ojalá que esta vez, se encuentren a los responsables de tanta ceniza, dolor y silencio, aunque me temo que (otra vez), nadie podrá saber quién fue el primero que disparó, como ya pasó hace 130 años…