Juan Antonio Ruiz Rodríguez. Ésta que os cuento podría significar una historia irrelevante para muchos pero no por ello cargada de sentimientos, humanidad y emotividad que me gustaría compartir con todos.
Habría que remontarse a enero de 2017 cuando el Ayuntamiento de San Juan del Puerto celebra por primera vez, entorno al 10 de enero y con oficialidad absoluta el ‘Día de San Juan del Puerto’. Se entregaba entonces, entre otros, la medalla de la Villa a título póstumo a la periodista sanjuanera Isi Sayago Carranza, fallecida en 2013. Al acto acudió su marido Rafael y su hijo Yoshua Trijueque.
Aquel acto institucional fue emitido en varias ocasiones por la televisión por cable del municipio y estuvo conducido por quien suscribe, razón más de peso para que su tía Sole –Soledad Ruiz Recio- no se lo perdiera, y quien a los pocos meses después le comentara a través de su madre un detalle que le dejó algo sorprendido.
Todo venía a raíz del homenaje dedicado a Isi, la primera periodista trasplantada hepática embarazada de Europa. Mi tía siguió el acto cada vez que lo repetían en la pequeña pantalla y al escuchar una y otra vez el nombre del hijo de la homenajeada, y ya después sabiendo que estuvieron viviendo por un tiempo en la calle Juan de Robles de la localidad me dice: «sobrino tengo algo creo de una persona que me gustaría devolvérselo porque, por más vueltas que le he dado a la cabeza, estoy convencida que es de ella y me gustaría quedarme tranquila».
Resulta que hace casi 30 años mi tía Sole venía entonces a San Juan del Puerto los fines de semana al tener su residencia en Huelva. Y en la calle Juan de Robles, una de las trasversales a Toneleros, donde tenía y tiene ahora su casa, una de las mañanas en las que fue al despacho de pan de Trini Benítez García, encontró en la acera una pulserita dorada de un bebé en cuyo interior venía la reseña «Yoshua». Claro, ella ni nadie de la familia sabría de quien se trataría, más siendo un nombre de un niño tan poco corriente.
Lo que son las cosas. Mi tía que lo guarda todo o casi todo y con un cariño especial, nunca supo de quién sería aquella esclavita convertida en regalo u obsequio por el nacimiento de aquel nuevo ser. Es más, sabedora de aquella “apropiación indebida” que vino algunos años después de que ella misma tuviera dos muy similares, las de mis primos Manolo y Francisco Javier, los cuales, también tenían cada uno la suya ya que era muy común regalarla a los nacidos de la época.
Lo cierto y verdad es que han transcurrido 30 años para que Sole supiera por el nombre que recordaba una y otra vez en aquel acto televisivo y luego la dirección transitoria donde vivía la familia de Isi de que muy posiblemente la pulserita fuera de su hijo. De ahí el interés que a partir de ese momento ha tenido en devolvérsela a su dueño. Si en cambio, el nombre que apareciera fuese más común, nunca hubiera podido saber de quién sería.
El pasado septiembre, al comentarle la bonita historia a Yoshua Trijueque Sayago, le afirmaba de que a buen seguro sería un regalo de sus padres hecho con todo el cariño del mundo y que por circunstancias ella se la encontró una mañana al ir a comprar el pan. Como digo, Yoshua quedó perplejo e ilusionado a la vez con la noticia. Agradeció que nos hubiéramos puesto en contacto con él diciéndonos que venía a Huelva por temas profesionales con regularidad y que le encantaría conocer a Sole y agradecerle en persona el regalo.
A finales de febrero, Yoshua me recuerda de que no se ha olvidado del tema y que varias operaciones le han tenido bastante mermado. Y no fue hasta ayer, cuando me confirmaba de que estaría por San Juan del Puerto sobre las siete de la tarde. Automáticamente me puse en contacto con mi tía Sole y finalmente se produjo el encuentro.
Al recibir aquella pequeña cajita en la que mi tía había dispuesto para guardar sin tiempo aquel metal sin dueño -y que si no se hubiera celebrado aquel acto protocolario permanecería en su poder sin sentido ni esperanza alguna sabe Dios cuánto tiempo-, Yoshua, lo primero que hizo fue acercársela a sus labios para darle un sentido beso, a buen seguro, en nombre de aquel bebé que fue y que hoy es un reputado abogado para manifestar seguidamente “el nombre está puesto correctamente”. Como dejando entrever que sus progenitores jamás se equivocarían en escribirlo.
Y en medio de aquel clima tan emotivo, notaba en la atmósfera a Isi agradecida por tanto y por todo.