Juan Carlos León Brázquez. Cien años no son nada para Antonio Granados Valdés (Nerva, 11 de diciembre de 1917), quien en su casa madrileña atesora los recuerdos de un siglo de vida, con la memoria intacta en los recovecos de quien tuvo que sortear numerosas veces al destino. Apaga las velas de sus cien años, como cualquier niño rodeado de algunos de sus incontables amigos, que han querido acompañarlo en día tan señalado.
De Portugal, de México, de Murcia, de Madrid y de su Nerva natal son algunos de los que han compartido tarta y vino de Oporto en un breve encuentro en su casa madrileña, volviendo a echar mano de su memoria para recorrer los hilos de tan intensa existencia. Nació Antonio en una Nerva pegada a la mina, donde trabajaba su padre ordenando el entonces intenso tráfico de trenes, en un año convulso y revolucionario. Y desde joven le daba al balón, hasta el punto de que su padre lo metió de aprendiz de barbero para retirarlo de las calles y así no gastar zapatos. Años después estuvo a punto de fichar por el Real Betis de Patricio O´Connell (el entrenador que lo hizo campeón de liga en 1935), pero la Guardia Civil se lo impidió al detenerlo por prófugo. Lo llevaban detenido (enero de 1942) a un Batallón de castigo en Algeciras cuando se escapó saltando del tren y en vez de irse a las oficinas del Betis se fue a un banderín de enganche en La Legión, donde estuvo cuatro años. Y eso que ya había pasado por Regulares de Ceuta, en donde vivió el golpe militar de 1936. Su primo, el Teniente Tomás de Prada Granados, fue asesinado el mismo día 17 de julio y él, tras ser detenido y torturado fue a parar a la Prisión militar del Hacho, en Ceuta. No lo mataron, pero tras sumarísimo Consejo de Guerra, donde constaron sus acciones contra el golpe militar y sus antecedentes socialistas, regateó a la muerte a cambio de una condena a cadena perpetua, posteriormente conmutada y que terminó quedando en cinco larguísimos años de cárceles (El Hacho, Puerto de Santa María y El Dueso).
No solo había conspirado contra el golpe militar, a pesar de ser un simple soldado de Regulares, sino que ya antes, en 1934, siendo menor de edad, tuvo que hacerse cargo de la agrupación socialista de Nerva, ya que sus dirigentes fueron detenidos y encarcelados por promover huelgas y actos revolucionarios frente a la compañía británica, la Rio Tinto Company Limited. Nunca abandonó su militancia socialista (hoy en la Agrupación Socialista de Chamartín) desde la que vivió en directo los convulsos años republicanos. En Nerva se interesó desde muy temprana edad por la cultura y recibió clases de los pintores Fontenla y Labrador a la vez que devoraba libros. Llegó incluso a recibir unos libros que le pidió al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, “con el sello presidencial”, recalca.
Tras su paso, primero por la cárcel y después por La Legión, recaló en Gijón, ya que en Huelva continuaban las persecuciones políticas a gente con pasado socialista y republicano. Desde su trabajo como decorador en una fábrica de cerámica volvió a tomar clases de pintura con el asturiano Evaristo Valle y conoció a su mujer Tina, quien lo animó a que se fuera a Madrid para que su paisano nervense, Daniel Vázquez Díaz, ejerciera su reconocido magisterio sobre tan interesado alumno, logrando participar, en 1950, en una exposición colectiva en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y al año siguiente fue incluido en la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte.
Su maestro Evaristo Valle elogió su incipiente trabajo “porque hay amor al natural, dibujo y acierto en el color”. Cuando empezaba a ser conocido recibió una invitación del Gobierno venezolano para exponer en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Antes de partir tuvo en el Ateneo de Madrid su ultima exposición en España, con la asistencia y elogios de su maestro Vázquez Díaz, Pancho Cossio, Camón Aznar, Gaya Nuño y Lafuente Ferrari, entre otros.
Le costó salir de España por culpa de los antecedentes penales no prescritos, pero una firma falsa en su pasaporte sirvió para que pudiera embarcase rumbo a Venezuela, donde se instaló tras su éxito expositivo, hasta el punto de que fue contratado como profesor de dibujo analítico en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, y se le confió la dirección de la División de Extensión Cultural de dicha Facultad, entre 1957 y 1978, año en el que tras su jubilación regresó a España en plena transición democrática. Retomó su actividad artística, dirigió y editó numerosas revistas culturales, escribió varios libros y volvió a reencontrarse con las tertulias del Café Gijón. Hoy la ceguera le ha frenado toda su actividad, pero desde casi su 1,90 metros de altura sigue al día la actualidad española; reclama a Maduro el pago de su pensión venezolana y recibe en su casa a cuanto amigo esté dispuesto a compartir las historias de su dilatada vida.
Agradece la triple exposición reciente en Nerva, en homenaje a su centenario, donde se reunieron sus pinturas, dibujos y grabados donados al Museo Vázquez Díaz de Nerva. Y su participación en Moguer en la colectiva de artistas de la cuenca minera Mar de Pintor, en homenaje a Juan Ramón Jiménez. Ahora, es el soplo de un triplete de velas, el que marca un centenario de quien mantiene una memoria de rica vida dedicada a su compromiso social y al arte.
El último cuadro de Juan Ramón pintado por Vázquez Díaz. Antonio Granados Valdés no pudo recuperar el cuadro, pintado al óleo, que Vázquez Díaz hizo a Juan Ramón Jiménez en 1931. La historia nos la cuenta el propio Granados. El gobierno español promovió en Caracas una muestra antológica de pintura española que fue inaugurada por el propio presidente de la República de Venezuela, Marcos Pérez Jiménez. Entre las obras que viajaron al país caribeño se encontraba el retrato de Juan Ramón Jiménez realizado por su amigo, el pintor nervense Vázquez Díaz. Aquel retrato, sin encomendarse a nadie, fue vendido al gobierno venezolano, por una cantidad irrisoria, por el poeta astorgano, Leopoldo Panero, uno de los comisarios de la exposición. Vázquez Díaz se indignó con aquella venta hecha a sus espaldas y trató de recuperar el cuadro, para lo que pidió a su amigo y alumno Granados Valdés, quien vivía en Caracas, que tratara de recuperarlo, ofreciendo a cambio otro cuadro de mayor importancia. Granados habló con las autoridades artísticas, pero se negaron al trueque o a recuperar el dinero, ya que le dijeron que “el cuadro pertenecía al Estado venezolano y nunca saldría del país”. Hoy se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Caracas.
Vázquez Díaz, quien había dibujado y pintado a Juan Ramón Jiménez en varias ocasiones, dio por perdido el magnífico retrato, por lo que ese mismo año -1955- decidió volverlo a pintar a pesar del tiempo transcurrido. Le pidió a Francisco Garfias que le hiciera de modelo y fue así como, con algunas variantes sobre el retrato venezolano, pintó por última vez a Juan Ramón. Es el cuadro que conserva el Museo de Huelva.