César Recuero. Si usted, amado lector, tiene como yo la dicha de estar viendo crecer a sus hijos y de ver cómo empieza a salirles la pelusilla encima de los labios, probablemente sepa qué puñetas es eso de Minecraft. Si no lo sabe, tampoco importa. Yo se lo explico.
Minecraft es la fiebre a la que se han entregado en este último año nuestros púberes. Se trata de un videojuego para ordenador, con versiones también para consolas y tabletas, que ha logrado enganchar a una gigantesca legión de críos. Pregunte, pregunte y asómbrese… Sin ir más lejos, un personaje denominado Vegetta, ha alcanzado la escalofriante cifra de 61 millones de visitas (sí, sí, 61 millones, ha leído bien) en el canal de Youtube en el que publica vídeos de partidas de Minecraft.
Lo extraordinario del fenómeno es que el juego en sí es llamativamente pobre. Los gráficos tienen la misma calidad que los primeros PCs. De hecho, eso es lo que mueve nuestras entrañas a quienes crecimos con el Spectrum: figuras de cabeza cuadrada, escenarios construidos a base de píxeles como puños, sonidos irreconocibles… hasta los muñecos de un futbolín tienen más expresividad. Y por si fuera poco, Minecraft no tiene ningún tipo de argumento.
¿Cómo es posible? ¿Qué ha pasado para que las wiis, xboxes y playstations estén acumulando el polvo? Cuesta entender que este jueguecillo tan simplón haya podido desbancar a los últimos lanzamientos de la poderosísima industria del ocio digital, cuyos títulos son verdaderas superproducciones, con más rótulos de crédito que toda la saga de La Guerra de las galaxias junta.
¿Qué demonios ha ocurrido? Pues es muy sencillo. Es la imaginación, que creíamos perdida entre tanta tecnología pero que, por fortuna, no lo está. Cualquier día de estos volvemos a las carpinterías a pedir tacos de madera para que nuestros niños imaginen camiones.
1 comentario en «Minecraft. No todo está perdido»
esta muy buena la casa voy a intentarla esta re linda de cuantos ladrillos son por q son divino