Miguel Mojarro
Marcelo, sentado a la puerta del Casino de Jaral, contempla los preparativos de la fiesta que se celebrará en pocos días. En esas fechas de cita anual con el ocio de lujo, el Casino tiene lugar preferente como protagonista en muchos de los actos. Por algo es el lugar principal y el único con espacio para bailes y actuaciones.
En esas está Marcelo, cuando se acerca Genaro calle abajo, con aspecto de cansancio anticipado.
- Buenos días. ¿Ya estás de “observación”?
- Estaba viendo cómo están montando la Caseta del Ayuntamiento. Esa sí que es grande …
- Es que disponen de espacio en paseo. Y dinero, que ya lo pagamos nosotros …
- Pero mucho más es el que cobran a los feriantes que montan tenderetes.
- A mi me gusta terminar en el casino para la cena. Y la última charla.
- En estas fiestas siempre me acuerdo de un año, ya hace muchos, que tuvimos “movida” no prevista. Tú no estabas, porque no era el fin de semana y estabas en trabajo en Sevilla.
- ¿A qué llamas movida no prevista?
- A una pelea de las que ya no se ven.
- ¿Hubo una pelea en las fiestas?
- SÍ, pero dentro del Casino.
- ¿En el Casino … ?
- Tú no los conoces, porque ya han fallecido. Eran dos socios de los de siempre, pero de distinta posición social. Uno era jornalero de la aceituna y el otro propietario de unas tierras cerca de Trigueros. Éste último era cliente de mi padre, que le traía cosas de Sevilla, en la época en que mi padre era cosario.
- ¿Eran socios habituales los dos?
- Sí, de siempre. Incluso jugaban alguna vez a las cartas. Pero el más pudiente tenía un talante algo arrogante y a veces se pasaba. Hasta que pasó lo que pasó.
- ¿Me dirás de una vez qué fue?
- Pero me invitas a café …
El chantaje estaba claro y era inevitable. Dos cafés, sentados a la puerta y los recuerdos por lo bajini, que no es cosa de pregonar los trapos sucios.
- Pues ocurrió lo que se esperaba, dados los hábitos del “pudiente”, por llamarlo de alguna manera. Tenía la costumbre de sentarse siempre en una butaca que estaba junto a la ventana a leer el periódico. Eso no es malo, pero cuando se convierte en hábito tiene sus riesgos.
- ¿Siempre en la misma butaca?
- Sí y ese fue el problema.
Pausa, sorbo de café, saludo a unos que pasaban por la calle y codazo de Genaro reclamando el final de la narración.
- Un día, el jornalero, que era joven por entonces, se sentó en la butaca habitualmente ocupada por el otro socio, el pudiente.
- Ya imagino la escena …
- Cuando llegó éste, se le queda mirando a su lado y le increpa en el tono habitual en él: “Esa butaca es la que yo uso”.
- Ja, ja, ja, … – Rie Genaro suponiendo lo que viene después –.
- Se montó una buena. Discusión subida de tono, insultos y algunos tortazos mal dados. Hasta que otro socio intervino y los separó. El jornalero se marchó a la calle y el otro se sentó en “su butaca” con aires de suficiencia.
- ¿Y no se tomaron medidas?
- Hubo una reunión de Directiva, a la que pertenecía el pudiente, pero sin su presencia. Así se pudo debatir el tema sin incomodidades.
- ¿Y que se acordó?
- Pues dos meses de expulsión a ambos por altercado en el interior del Casino. Se usó el Estatuto como referente … como tú dices muchas veces.
- Eso está bien, que para eso está. ¿Y quedó la cosa ahí?
- ¡Nooo …¡ Pero eso te lo cuento mañana, que nos están esperando Paco y Venancio para la partida.
- ¿Me vas a chantajear mañana con otro café para contarme lo que falta?
- ¡Claro … ¡
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