Antonio J. Martínez Navarro. Cuando regresaba la procesión era Casa Alpresa lugar de parada obligada de costaleros, orfebres anónimos de la Semana Santa en Huelva. Esos costaleros eran, y son, las cariátides que sostienen todo el peso y ritmo de las procesiones onubenses.
En la “madrugá”, en el silencio absoluto de la creación, bajo el cielo profundo de terciopelo negro de Onuba, en la calleja estrecha de la Botica, cuando los naranjales abren sus azahares como pupilas desveladas y es toda la noche un aroma, cuando se han ido los foráneos y, quedan junto a las imágenes, apiñados, los de siempre; los que se veían en todas partes, cuando hay en el ambiente un bienestar de intimidad, de casa, surge la saeta procedente de los balcones de Alpresa.
Apoyados en el herraje, en mangas de camisa, al aire de la noche abierta sus gargantas “El Cañitas”, “El Muelas”, “Carnicerito de Huelva” o Paco Isidro tienden un hilo de oro engarzado en la aguja de plata de un ¡ay! que va bordando un capricho morisco de luz.
La fama de Alpresa hizo participar a este establecimiento en ecos sociales de distintas variaciones; así, en 1936, la murga carnavalera “Los Pilotos Marinos”, que dirigía el genial “Mingorance” y que tenía como letrista, a uno de los mejores en esta especialidad, que en las calendas de Huelva ha existido, el excepcional “Macao”, lanzó al viento esta coplilla:
“Patio cubierto de flores
y bañado por la luz,
estilo moro andaluz
y de los más seductores.
A todos causa sorpresa
por su mucha simpatía
rebosante de alegría
esta es la casa de Alpresa.
El patio del embeleso,
esto es una maravilla,
las copas de manzanilla
siempre le saben a beso”.
Sobre la bondad de don Federico se insertaba en el diario “Odiel” del 2 de enero de 1938, la siguiente noticia:
<<El dueño del Restorán Alpresa (Federico) ha celebrado el Año Nuevo de una manera magnífica.
El típico patio del Restorán lo convirtió ayer en comedor de las niñas de la Casa del Flecha. Y en dicho patio se reunieron cuarenta de aquellas niñas, a las cuales se les sirvió un almuerzo modelo de esplendidez y de bien preparado: Todo un almuerzo de categoría. Esto no lo decimos nosotros; esto lo dicen ellas –las niñas- y el camarada Ramón Orta, exigente hasta la exageración, cuando se trata de atenciones para “sus” niñas que no son otras que la de la Casa del Flecha, de la cual él es el tesorero. Por teléfono, nos dio cuenta del agasajo de Federico y por teléfono, hubo de perdonarnos que no fuéramos a acompañarle.
También estaba en el Restorán el presidente de la citada Casa del Flecha, camarada Federico Mayboll.
Sirviendo a las niñas, a la mesa, estuvieron las camaradas del Auxilio Social, Pili Sánchez, Maruja Sousa, Mercedes Silván, Carola Pardo, Isabel Jurado, Carmen Granell, Rafaela Monís y Paquita Rodríguez.
Las niñas quedaron satisfechísimas, los directivos de la Casa del Flecha muy agradecidos y Federico Alpresa gozó mucho con su acción.
Salud para repetir y que nosotros lo veamos>>.
Federico Alpresa fue un gran aficionado a la crianza y pelea de gallos. Además de tener un palenque en su establecimiento, tenía una magnífica gallera. Acerquémonos, a través del “Diario de Huelva” del jueves, 16 de enero de 1931, a la calle Isaac Peral para presenciar varias “quimeras” en las que Alpresa participaba con sus pollos:
<<Primero. Dos pollos, 3-6-17, uno colorado de Alpresa con otro jabao de Riquelme, ganando el de Alpresa las 30 pesetas apostadas en regular pelea.
Segunda. Dos pollos de 3-14-16, uno colorado de Alpresa, con otro cenizo de “El Loro”. Esta pelea fue tablas.
Tercero. Dos pollos de 3-7-17. Uno de San Juan, colorado con otro de la misma pluma de “El Loro”. Después de una buena pelea, ganó las 25 pesetas el del “Loro”.
Cuarta. Dos pollos de 3-4 y medio, 16. Uno jabao de Villegas con otro colorado y tuerto del “Loro”. En pelea fulastrona ganó el de Villegas las 15 pesetas apostadas.
Quinto. Dos pollos de 3- 2 y medio- 16. Uno colorado, tuerto y gallino, de “El Loro”, con otro colorado de Carvajosa. Esta pelea fue tabla.
Sexta. Una pelea de 3-15. Uno de Aguirre, colorado con otro jabao de Villegas, ganando el de éste en singular pelea las 15 pesetas de la apuesta.
Séptimo. Dos gallos de 3.7.15. Uno colorado de Villegas con otro jabao gallino de Benabat. Después de una pelea superiorísima y emocionante, ganó el de Benabat las 10 pesetas apostadas.
El próximo domingo, otras buenas peleas entre los aficionados de Moguer y de Huelva>>.
Casa “Alpresa” era el restaurante de todos los estamentos sociales de Huelva. Veamos algunos ágapes que se celebraron en el célebre establecimiento:
Diario “Odiel” del 2 de abril de 1938:
<<Con motivo de su reciente ascenso a capitán, nuestro camarada Machuca será objeto de un agasajo el próximo domingo. Consistirá en una comida para la que puede recogerse la tarjeta al precio de 10 pesetas en el Restorán Alpresa>>.
Los primeros camareros que tuvo Alpresa fueron Carreño y Curro Laínez (padre); después, su hijo, también llamado Curro, que por ser pelirrojo le llamaban “El Colorao”. Más tarde, en el mostrador estuvo el hermano pequeño de uno de los ya mencionados, Pedro Carreño, que así se llamaba el hermano menor de aquél. Era un chaval muy joven que siempre estaba ensayando pases taurinos y citando toros imaginarios. Como quería ser torero, Federico habló con Pepe Belmonte que iba mucho a su establecimiento, ya que era compadre de Antonio Rengel. Pepe Belmonte se lo llevó a varios tentaderos y Carreño se hizo famoso novillero. Poco después, en 1929, un toro de Miura lo mató en Écija. Enrique Fábregas y Martelo también estuvieron en la plantilla de Casa “Alpresa”. En el mostrador citemos a Antonio Marmolejo y a Felipe Guerrero, éste en calidad de encargado.
La cocina alcanzó un refinamiento insólito gracias a las extraordinarias cocineras Antonia y a su hermana Amalia; ésta última, más tarde, contrajo matrimonio con Federico. Un aprendiz de cocina necesitaba tantas recomendaciones para formar parte de la plantilla de Alpresa como un funcionario de Madrid para tener un empleo en el Ministerio de Gracia y Justicia. Esta satisfacción la tuvo Paco, el pinche de esta entidad.
De mandadero estaba un hombre mayor, amigo y paisano de Federico, al que llamaban “El Pili”. Más tarde, entró un chaval de doce años, sobrino de Federico, que se llamaba Pepe y al que los clientes llamaban “Pepito”. Este pequeño, cuando la cocina cogió fama con el menudo, el salmorejo y los guisos de pescado, llevaba la comida a los “abonados”, esto es, gente que contrataba la comida para que se la sirviera a diario en su casa. Entre estos, citemos al Sr. Molina, teniente coronel de la Guardia Civil; a Joaquín Barroso, armador; al Sr, Quintero Morales, el hijo del que fuera alcalde de Huelva Quintero Báez; a Francisco Pérez de Guzmán; a la Guardia Civil que montaba guardia delante de los bancos. Estas entidades abonaban sus comidas; a José Ruiz y muchísimos más.
Para que degustaran la comida caliente, se llevaban éstas en fiambreras y a toda velocidad.
Los viernes, sobre todo por las noches, aumentaba considerablemente el número de peticiones de comida a domicilio, ya que los que las pedían se iban al campo a pasar el fin de semana o a las cacerías.
Alpresa montó un establecimiento confortable con un comedor en uno de los varios interiores. La mantelería era fina, la vajilla de buena calidad.
Al restaurante acudían puntualmente a comer una serie de señores que estaban “abonados”. Pertenecientes a este grupo tenemos a los hermanos Salas, Pepe de Indalecio, contratistas; a Guillermo Ranclé, que por tener este apellido de difícil pronunciación le llamaban por su gentilicio, esto es, “El Alemán”¸ a José Estévez, ingeniero de Obras Públicas; a Arturo, director del banco Español de Crédito; al teniente coronel José Santiago, a Tomás Salcedo, Luis Carrascal, Antonio Álvarez y José Salvador, todos ellos ejercían la doctrina de Hipócrates; a Adrián Caballero, Inspector de Timbres en la Delegación de Hacienda… Además de estos fijos, eran muchos los provincianos que se acercaban a degustar la excelente comida que se preparaba en “Alpresa”.
Su sobrino José Escobar Vázquez, “Pepito el de Alpresa”, como le llamaban y le llaman, no sólo fue un maestro en sugerir los menús y en armonizar los caldos, sino en la forma de comportarse con la clientela.
Comer costaba cuatro pesetas en los años cincuenta, de las que 0,50 pesetas era para el servicio del camarero que atendiera.
La calidad de sus comidas ha quedado como legendaria. Veamos uno de sus menús: Como entremeses ponía una fuente con aceitunas, remolacha, picadillo, mantequilla dura, una rodaja de jamón y sardina en aceite o filete de caballa. Consumiendo todo este repertorio se hacía innecesario pedir el resto del menú.
De primer plata se servían huevos o pescado de la calidad de los primeros han quedado cono gastrónoma leyenda los “huevos a la flamenca” (en una cazuela de barro jamón, chorizo, dos huevos al plato guisantes, gambas y pimiento morrón)). Como plato digno de codearse con las grandes creaciones que en la cocina han sido citemos los “Huevos al Rancho Grande” (dos huevos, tomate, salchicha, albóndiga y un plátano, todo ello frito. Se le añadía un poco de picatoste). También eran muy solicitados los huevos fritos con jamón.
En la época en que por norma se servía sólo se servía el plato único (los años posteriores a la guerra civil) los “Huevos al Rancho Grande” era el más pedido ya que la variedad hacía que se completasen unas cosas con otras.
El segundo plato consistía en guiso de carne, entrecots o brochetas de solomillo. En lo referente a pescados, las grandes especialidades de “Alpresa”: “Corvina a la marinera”, “Rapé encebollado” o “Raya en pimentón”. También gozaba del beneplácito del público el pescado a la plancha.
Por último el postre, a elegir entre frutas variadas, higos con nueces o “milhojas” de José Miguel. Estos dos últimos postres eran los preferidos de Federico, que los promocionaba ofreciéndoselo a la clientela con especial interés.
Al mediodía, la barra de Casa “Alpresa” era lugar frecuentado por los tratantes y capataces de ganado, conocedores de todos los secretos de la Sierra, chacineros, etc.., llegados de todos los puntos de la provincia y que mediante contratos “de palabra” cerraban sus ventas con compradores procedentes, en muchas ocasiones, de allende nuestras fronteras provinciales.
También se contaba entre sus clientes contratistas de obras de la categoría de Indalecio Salas o Morales, o tratantes de fincas como Fernando Cárdenas, etc.
Para vender sus cajas de gambas o de pescado acudía puntualmente el Sr. González Blanco, posteriormente concejal de nuestro Ayuntamiento.
Había clientes que se encargaban de que no faltara la alegría. Así eran muy celebrados por sus chistes Manuel Buenafé; el trío compuesto por los hermanos Liborio y Rafael Hierro y Manuel Cassá de los Toribios; “Te con Leche”, propietario de un coche de caballo, y José Fernández Sánchez “El Fondas”.
En los años treinta, José Estévez escribió a Federico Alpresa agradeciéndole las atenciones que éste tuvo con él. La misiva nos hará conocer mejor el ambiente que encerraba tan entrañable bar. Poco más o menos decía así: “… Después de ocho años destinado en Huelva como ingeniero de Obras Públicas, quiero mandarte estos renglones para testimoniarte mi agradecimiento y decirte que han sido los años más felices de mi vida, ya que la acogida y el cariño con que se me ha recibido y tratado en esa tierra es muy difícil que se hubiera producido en otro sitio.
Cuando mis compañeros de oficina me llevaron a tu casa, al pasar el umbral blanco lo primero que escuché fueron las notas de una guitarra tocando por fandango de Huelva.
En el pequeño corredor quedé ensimismado ante las facultades del cantaor que entonaba la coplilla, pregunté quién era y me dijeron que Antonio Rengel. Mis amigos me pasaron al comedor y me presentaron al que corría con los gastos de la fiesta, don Joaquín Barroso. Después hicieron lo mismo con Antonio Rengel y con el guitarrista Rafael Rofa. Allí estuvimos un buen rato hasta que fuimos al mostrador y nos presentamos.
Vd. me dijo: ¿viene destinado a ésta?
Me acuerdo que mis amigos me habían puesto en guardia contra ti diciéndome: “Ten cuidado con Alpresa, que es muy gitano, muy enterao”.
Y me lo demostraste cuando me dijiste: “Yo te voy a cobrar 150 pesetas al mes por el almuerzo compuesto por entremeses variados, dos platos, a elegir entre huevos, pescado o carne, vino blanco, tinto o cerveza, y postre; pero con una condición: que el día que usted no almuerce aquí me lo tiene que pagar. La cena no se la pongo porque al venir usted a esta, con las copas y tapitas seguro que no tendrá luego ganas de cenar”.
En una semana que entraba en tu casa conocí a todas las autoridades de Huelva, a todos los señores rocieros y a media provincia. Tuve más amigos en Huelva que he tenido en el resto de mi vida.
Me hicieron hermano de la Virgen del Rocío; tu amigo don Vicente Martínez cuando venía la fiesta me mandaba el caballo; don José Espinosa me regaló los utensilios de montar; me hice socio para la caza de la perdiz, a la que íbamos con Buenafé, Robles y muchos que tú sabes…
Salíamos a una hora muy temprana y minutos después habíamos perdido de vista esa población de mis amores. Tras un viaje que nunca me resultaba ni pesado ni monótono llegábamos a nuestro destino. Allí entre salpicaduras de barro a trechos, y nubes de polvo a todo pasto, aturdidos por el cascabeleo de algunos rebaños que nos encontrábamos y los gritos del mozo que los llevaba, subíamos cuesta arriba resguardándonos de las caricias del sol y esperando las de la brisa tardenera, que de vez en cuando nos traía los perfumes de los frutales y el olor sano de los campos segados y las rastrojeras doradas.
Tras una mayor o menor captura de piezas llegaba la hora solemne de las copas.
Hay jamón y huevos – informaba Buenafé, y ¡a comer se ha dicho…!
Después, la hora de la siesta que nadie cumplía, ya que más bien era el rato de los chistes. ¡Qué inolvidables horas pasábamos…!
Quiero extender mi agradecimiento a todos los empleados por las atenciones que tuvieron conmigo y sobre todo a Antonia y a Amalia, porque cuando me acercaba a la cocina me regalaban la mejor de sus sonrisas y me daban a probar un poco de cada especialidad. Terminaba ya almorzado y le decía al encargado: ¡Felipe, dame un café solo, porque ya he comido!
En fin, ¡para qué seguir…! estoy seguro de que nunca volveré a vivir esos momentos que pasé en esa ciudad, en la que he dejado un reguero de amigos…”.
Como una evocación risueña de la economía de un pasado irrepetible sigámosle los pasos a cuatro tertulianos que han entrado en Casa “Alpresa”. El más decidido de ellos le pide a Pepito media botella de manzanilla. Tienen la posibilidad de elegir marcas tan acreditadas como “Albero”, “La Ina”, “Garvey”, “Tío Pepe”, “San León” o “La Gitana”. El portavoz se decide por este último caldo. A los pocos minutos Pepito se lo sirve acompañándolo de un plato grande de aceitunas o habas “enzapatás”. Entran, con la media botella de vino, cuatro tapas de carne y otras cuatro de pescado, con una canastilla llena de trozos de pan o roscos. Se pide la cuenta y la respuesta es sorprendente: 7,50 pesetas. Total que por 1,85 o 1,90 pesetas, algunos no tenían necesidad de cenar en casa.
Otro de los atractivos de este establecimiento era sus peleas de gallos. En su “Batayola”, que se podía decir que era como una especie de plaza de toros de madera de dos metros y medio de diámetro, con gradas para los que querían asistir a estas peleas, palenque de bonitos azulejos, se dieron las últimas peleas en Huelva en 1962 o 1963. Poco después, se cerraba este célebre establecimiento y, el 24 de febrero de 1976, fallecía Federico Alpresa Hernández.
Por su seriedad sin límite, en lo que a calidad de la minuta se refiere, por su esmerado servicio y por su encantador patio ajardinado, Casa “Alpresa” ha quedado en la memoria de muchos onubenses como templo de voluptuosidad gastronómica y lugar incomparable de brillantes reuniones.