Mi bandera

Jesús muestra la imagen real de lo que eran los piratas.

Los ataques piratas afectó a todo el litoral, incluida Huelva capital.

A. Redondo Rey. Nunca fui un gran amante del género literario y cinematográfico de fantasía. Quiero decir, he engullido suficientes libros y películas como para saciar mis ansias de evasión de un mundo que cada vez entiendo menos.  Sin embargo, nunca he hallado en este género la conexión, digamos que especial, que permite el sumergimiento del espectador/lector en una trama, hasta el punto de casi ahogarse en ella, así como el surgimiento inexplicable y real de, breves pero intensas,amistades y enemistades con los personajes que en ella habitan,y que sí he hallado en otros géneros.



A pesar de ello, recuerdo que en la socorrida obra de J.K Rowling, en su versión cinematográfica principalmente, se mostraba una capa que velaba hasta invisibilizar a todo aquel que la usase. ¿Se imaginan las cosas podríamos hacer con aquel instrumento en el mundo real?  Yo sí, pero supongo que no les importará que me aferre a conservar el encanto que subyace en todo enigma. El caso es que desde que vi por primera vez aquella capa desee tenerla, aún a sabiendas de que solo era imaginable en un mundo mágico, pero hoy…

Pero hoy, observo con pesar que aquel manto mágico, que para abreviar llamaremos «bandera», existe. ¿Por qué lo observo con pesar, si sus poderes son fantásticos?, preguntarán. Les contestaré con franqueza: el resultado de su presencia en nuestro mundo, no era el idílico que mi cabeza cavilaba, ni mucho menos.


Puerto de Huelva

Sucede que nuestra capa no solo invisibiliza a personas buenas que quieren hacer cosas buenas, sino que, además, como la luna, tiene una cara oculta que esconde los males de la sociedad. Esconde pero no destruye. Por eso, hoy me duele ver como las banderas tapan la corrupción, tapan el desempleo, tapan el terrorismo machista, la sanidad robada, las inversiones públicas insuficientes, una deficiente educación y mil males. Una gasolina que yerma los campos y que coadyuva en el incendio provocado por una cerilla lanzada por quienes se creen con el derecho de hablar en nuestro nombre. Aquellos mismos que, con su culo en la distancia, procuran enfrentarnos para perturbar cualquier reverdecimiento social. 

Hoy todos somos cómplices. Hoy las banderas son usadas como parapeto por aquellos terroríficos seres que hacen desaparecer nuestro bienestar mientras, como ratas advenedizas, acrecientan el suyo. Hoy las banderas hieren a los inocentes. Hoy las banderas son balas. 

Hoy España me duele.

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