El proyecto de las torres de almenara y la desembocadura de los ríos Odiel y Tinto (II)

Isla Saltés.
Isla Saltés.

Antonio Mira Toscano y Juan Villegas Martín. El proyecto de las torres y sus fluctuaciones. Desde el acceso al trono de Felipe II a mediados del siglo XVI el problema de la vigilancia y defensa costeras aparece como uno de los principales asuntos de la política estatal.

La inicial preocupación por la fortificación del litoral mediterráneo, gravemente amenazado por las incursiones de la armada turca y por la actividad corsaria radicada en los refugios norteafricanos, fue dejando paso en el último tercio del siglo XVI a un mayor interés por la costa atlántica y con ello por el litoral de la Baja Andalucía. Influyeron en este desplazamiento del foco de atención el relativo apaciguamiento del problema otomano tras la victoria de 1571 en Lepanto y el incremento de la piratería sobre el litoral atlántico, poniendo gravemente en peligro a las flotas de Indias, que en el tornaviaje se concentraban frente al Cabo de San Vicente y pasaban frente al arco costero suratlántico para dirigirse a Sanlúcar de Barrameda.



Por otra parte, desde la anexión de Portugal en 1580 la Corona castellana mirará mucho más al Océano, haciendo de Lisboa su gran puerto atlántico, y atrayendo hacia toda esta fachada las necesidades de la defensa.

A pesar de la imagen de fortaleza y poder difundida por la monarquía filipina, la realidad del sistema defensivo del reino no era muy satisfactoria. Las inspecciones generales realizadas entre 1570 y 1571 (Thompson 1981: 30) arrojaron balances muy negativos, evidenciando la debilidad general de la costa española, ante lo cual se decidió emprender acciones urgentes para remediarlo. Ya el 12 de junio de 1574 el duque de Medina Sidonia, perteneciente a una de las casas con mayores intereses económicos y defensivos en las costas andaluzas, había señalando la necesidad de construir 17 torres entre el estrecho de Gibraltar y la desembocadura del Guadiana.


Puerto de Huelva

Las dudas sobre a quién correspondería el pago de tales edificaciones –estimado inicialmente entre 500 y 600 ducados por torre– se planteaban ya desde el primer momento, asunto que se arrastrará largamente durante todo el proceso constructivo. Poco después, en 1576, el capitán general de la Artillería, Francés de Álava, giraba visita al litoral andaluz para inspeccionar por orden de la Corona las construcciones existentes y determinar el emplazamiento de las que habrían de construirse. El rey y sus ingenieros pretendían sembrar el litoral de torres de vigilancia desde las cuales pudiera divisarse la llegada de los enemigos. Estas edificaciones, integradas en un sistema
coherente e interrelacionado, tendrían una doble función: de una parte, deberían corresponderse visualmente, para así poder transmitirse el aviso de peligro. Ello se verificaba encendiendo fuego sobre el terrado de la atalaya en el momento de percibir la misma señal en la torre contigua.

La palabra “almenara”, que se aplica actualmente a estas atalayas, alude precisamente a la señal luminosa o al lugar donde se hace esta, designando también en la época al hecho mismo de la transmisión del aviso. En ese sentido la podemos ver en los informes que indican que, si las construcciones no cubren todos los tramos de costa, “no pasa el almenara y así no se entienden los abisos” (Cámara Muñoz 1990: 80). A esta función principal de transmisión de señales se sumaba la propiamente defensiva que tenían las torres artilladas. Se procuró que las situadas junto a barras, puertos y desembocaduras de ríos lo fueran, como veremos en varios casos de la zona del estuario del Tinto-Odiel. Pero tanto las dotaciones artilleras como la propia construcción de las torres llegaron tarde y mal, y la seguridad del litoral español nunca quedó totalmente preservada.

Como consecuencia de las ya citadas visitas e informes del duque de Medina Sidonia y de Francés de Álava, en 1577 tienen lugar los conocidos trabajos de Luis Bravo de Lagunas. Se trata de la plasmación concreta y sobre el terreno del proyecto real. Con la colaboración técnica del maestro mayor de Granada, el ingeniero Juan Ambrosio Malgrá, Bravo de Lagunas irá ordenando a cada cabildo y a cada señor territorial las torres o atalayas que les corresponden, ubicadas en los lugares en los que se ha previsto que puedan ejercer mejor su doble función. Ya hemos adelantado lo ordenado por el comisionado de Felipe II al cabildo de Huelva, pero analicemos ahora, con una visión un poco más amplia, lo previsto por Bravo de Lagunas para la totalidad del espacio afectado por la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel.

Ciertamente, el proyecto defensivo tenía en especial consideración la barra de Huelva y el estuario, pero aunque está claro que este espacio debía protegerse, no lo parece del todo desde qué puntos exactos debía hacerse. No olvidemos lo que ya hemos señalado sobre la compleja estructura física y jurisdiccional de la desembocadura de ambos ríos. ¿Qué debía edificarse según la planificación de 1577? Una declaración firmada por Juan Ambrosio Malgrá, que había visitado los sitios y dado las trazas de las torres y atalayas, indica que, en la zona que estudiamos, debían construirse torres en los lugares conocidos como “el ancón de Morla, la isla de Saltés [y] la Punta de Umbría” (Sancho de Sopranis 1957: 49). Aunque la declaración del maestro mayor de Granada no lleva fecha, parece claramente relacionada con su visita onubense y la de Bravo de Lagunas en el verano de 1577.

El primero de estos lugares, la ensenada o ancón de Morla, se encontraba bastante desplazado hacia el Este con respecto a la parte central del estuario, pero ya hemos indicado que, por efecto de la prolongación de los bajos hacia esta zona, la entrada de la barra de Huelva se encontraba en aquel lugar, lo que lo convertía en un punto fundamental para el control de las embarcaciones en su acceso a la ría onubense. Aunque el topónimo dejó de usarse aproximadamente desde finales del siglo XIX, creemos que puede identificarse con alguno de los parajes actuales situados entre el Morro y el Picacho, en Mazagón. Tenemos noticias sobre este lugar desde el siglo XIV; un “çerro de Molrra (sic)”, ubicado no muy lejos del “Arenilla que es en el camino de las lagunas de Palos”, aparece ya citado en la documentación en 1333 (Anasagasti Valderrama y Rodríguez Liáñez 2006: 419). También se cita dos años más tarde un “pino de Morla”, que se usará en sucesivas ocasiones como mojón en los deslindes entre Palos, Moguer y Niebla (Anasagasti Valderrama y Rodríguez Liáñez 2006: 422). El lugar parece ofrecer una elevación sobre una pequeña ensenada costera cuya principal virtud estratégica consistía en controlar la barra onubense. La entrada se encontraba en la época ceñida por grandes bancos arenosos que situaban “la canal a la banda de levante muy arrimada a tierra”12; por todo ello era lugar más que conveniente para ubicar una de las torres.

La isla de Saltés, de tan dilatada historia en época islámica, era a finales del siglo XVI un territorio casi desértico. La villa antigua y su poblamiento habían ido extinguiéndose en los tiempos posteriores a la conquista cristiana, hasta perder su jurisdicción separada a finales del siglo XIV para entrar en la órbita de Huelva. Aunque el castillo de Saltés estuvo en pie al menos hasta 1404 (Pardo Rodríguez 1980: 161), no parece que en el tiempo de la visita de Bravo y Malgrá los restos de esta fortaleza pudieran ser aprovechables para el nuevo proyecto defensivo.

Nadie entonces, ni por parte de los enviados de la Corona ni por la de los cabildos cercanos, hace en ningún momento la más mínima alusión a la vieja alcazaba ni sugiere nada sobre una posible reutilización. Sin embargo sabemos que al menos hasta 1654 estos restos estaban visibles, pues en la toma de posesión de la isla correspondiente a la citada fecha se daba cuenta de haberse hallado “unos paredones que se reconoció dellos ser ruynas de edifiçio antiguo y castillo”. No obstante, planificar, como se hizo en 1577, una torre de almenara en la isla era confirmar el alto valor estratégico del paraje y continuar la antigua tradición defensiva del mismo, aunque es significativo que el nuevo emplazamiento elegido no fuera ya el del antiguo castillo. La prolongación de la isla hacia el Sudeste, en virtud del intenso proceso sedimentario, había alejado aquel antiguo enclave de la orilla marina, haciendo crecer nuevos espacios insulares –la Cascajera y el Manto– más apropiados para las necesidades de vigilancia del siglo XVI.

Antonio-MiraEn efecto, sería la Cascajera, territorio intermedio entre la parte más consolidada de la isla y los bancos arenosos del Manto, y enclave desde el que podía controlarse el acceso marítimo por las barras de Gibraleón y Huelva, el lugar elegido para levantar la nueva edificación, aunque, adelantémoslo ya, nunca llegó a construirse esta torre en la isla Saltés.

Finalmente, la tercera de las torres trazadas por Malgrá se destinaba a la Punta de Umbría, lugar en el que, como ya hemos dicho, era habitual colocar desde antiguo vigilancia a pie.

Este lugar permitía el control de la barra de Gibraleón y el canal de acceso a dicha villa, a cuyo término pertenecía. La torre allí proyectada establecería perfectamente conexión, visual y artillera, con su vecina de la isla de Saltés.

Llama la atención que en la declaración del maestro mayor granadino no aparezca para nada la punta de la Arenilla. Se diría que el haber proyectado una torre en la Cascajera y otra en Morla alejaban la necesidad de otra en aquella punta perteneciente al término de Palos. Pero la documentación conservada nos muestra que pocos planes son definitivos en estos primeros momentos del proyecto y que el emplazamiento de la punta de la Arenilla no sólo no había sido completamente descartado, sino que, como demuestra la historia posterior, habría de tener mucho futuro.

En efecto, si observamos lo que el comisionado real Bravo de Lagunas ordenaba a la villa de Palos en su visita del 11 de julio de 1577 veremos que les pedía construir cuatro torres entre el río del Oro, donde limita Palos con Almonte, y la punta de la Arenilla (Mora-Figueroa 1981: 100). Aunque la orden es un tanto imprecisa, parece que debemos entender que una de las cuatro debía ser construida en la propia punta de la Arenilla, lo que no es conforme a lo declarado por el ingeniero Malgrá. En realidad, las dudas estaban a la orden del día, como se verá en el caso de Huelva, y los proyectos se iban modificando a medida que lo demandaban las circunstancias.

Otra de estas cuatro torres sería, sin duda, la de Morla; las otras dos, seguramente la del río del Oro y una que se proyectaba en Mazagón, todas ellas con “el artillería, muniçiones y guardas que convengan” (Mora-Figueroa 1981: 100). Palos, que poseía un extenso litoral, recibía en función de ello un alto número de edificaciones, ante lo cual alegó pobreza de la villa y ausencia de bienes que arrendar o vender para financiar las obras. También Moguer, sin costa abierta al mar, estaba afectada por los pagos de estas cuatro atalayas, como le hacía saber Bravo a su cabildo en su reunión del día 12 de julio; y también los moguereños alegaron contra esta obligación. En su caso, argumentaban que la guarda y defensa del litoral no les correspondía, por estar la villa lejos del mar y protegida por varias leguas de tierras arenosas, carecer de playas y mantener otras obligaciones defensivas propias de una villa de tierra adentro (Mora-Figueroa 1981: 101-102). En resumen, y a falta de ver en qué quedaban todas las alegaciones formuladas, el proyecto inicial revela que dos de las cuatro torres señaladas en la costa palerma, las de Morla y la más que probable de la Arenilla, se vinculaban directamente a la seguridad del estuario y beneficiaban sobre todo a Huelva, a pesar de lo cual serían del cargo de los vecinos de Palos y Moguer, así como de sus dos señores, el conde de Miranda y el marqués de Villanueva.

Volvamos ahora a las construcciones ordenadas por el comisionado real al cabildo de Huelva. Su visita a esta villa se inició el 16 de julio de 1577 (Sancho de Sopranis 1957: 30), dedicando los primeros días de su estancia al reconocimiento de los lugares, pues ha “visto por su vista de ojos los sitios y disposición desta villa y de su río, puerto y barra della”. Bravo, que dice venir “por horden y mandato de Su Magestad visitando esta costa de la mar del Andalucía, puertos y lugares marítimos”, se reúne con los capitulares onubenses el día 20 del mismo mes, en las casas de uno de los regidores, Francisco Vélez, que es donde se alojaba. Su exposición nos habla del peligro que acecha a la zona, donde los piratas desembarcan frecuentemente con sus galeras, tanto en la costa como en los puertos, cosa que hacen con “desvergüença y demasiado atrevimiento”.

Para conjurar estos peligros ordena al cabildo en nombre del rey la construcción, como se ha dicho más arriba, de dos torres de almenara, en Punta Umbría y la Cascajera. Sin embargo, al analizar estas órdenes nos encontramos con algún problema de interpretación en los documentos. Existen dos versiones del acta de dicha reunión; una es la conservada en el Archivo Municipal de Huelva, la otra es un traslado de la misma, firmado por el escribano de la villa y conservado en el Archivo General de Simancas (Mora-Figueroa 1981: 102). Mientras que en este segundo documento los lugares en que se ordenan las construcciones son la Punta de Umbría y la Cascajera, en el del archivo onubense se indican la Punta de Umbría y el “sitio del Arenilla”, con la particularidad de que posteriormente se ha tachado el nombre de la “Punta de Umbría” para sobrescribir el de “Caxcajera”. Ignoramos realmente a qué pueden responder estas diferencias, aunque apuntaríamos a la existencia más que probable de dudas sobre la idoneidad de los emplazamientos. La elección de estas ubicaciones se justifica en ambos documentos con la misma expresión: “que la una es en la tierra firme de levante y la otra de poniente y por en medio della pasa el río y barra”. Tal cosa, en puridad, solo sería aplicable a los sitios de Punta Umbría y Arenilla, por no hallarse propiamente en tierra firme la Cascajera. Hay por lo tanto, cosas que no están claras, revelando estas diferencias documentales la existencia en la época de un clima de vacilaciones sobre el emplazamiento de las torres de la desembocadura, así como sobre las opciones disponibles para cubrir adecuadamente la barra de Huelva.

(Continuará)

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