HBN. En este 2017, cuando se cumplen 400 años del nacimiento del gran pintor Bartolomé Esteban Murillo, un aniversario que la ciudad natal del artista se está preparando para conmemorar, bien cabría recordar a un onubense que se convirtió en el mayor experto del mundo en la genial obra del autor barroco. Nos referimos al historiador del arte valverdeño Diego Angulo Íñiguez, un hombre que dedicó su vida a poner en valor la riqueza patrimonial de nuestro país, desarrollando una impecable trayectoria que, aún hoy, más de 30 años después de su desaparición, sigue muy latente.
Angulo tenía diversas facetas, pero quizá a la que más consagró su vida fue a la de docente. Los que hayan estudiado Historia del Arte, Bellas Artes y otras carreras relacionadas con estas ramas seguro habrán tenido en sus manos el manual Historia del Arte en dos tomos que el valverdeño publicó en 1954 y que ha sido libro de cabecera para distintas generaciones de estudiantes. También dedicó otra gran parte de su vida al madrileño Museo del Prado, del que llegó a ser director entre 1968 y 1970.
Curiosamente, el primer impulso del onubense fue estudiar Derecho, no en vano su padre, Diego Angulo Laguna, era notario, pero pronto acabó dejando esta carrera para hacer Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla, donde estudió con el catedrático de Historia de la Literatura y de las Artes Francisco Murillo. Sus inquietudes lo llevaron posteriormente a la capital alemana, donde amplió sus conocimientos, a la par que elaboraba su tesis doctoral, titulada La orfebrería sevillana. El trabajo lo finalizó en 1923 en Madrid, donde se alojaba en la Residencia de Estudiantes y tuvo como maestros a Manuel Gómez Moreno y Elías Tormo.
Fueron estos dos expertos quienes pusieron en contacto a Angulo con el Centro de Estudios Históricos, siendo en la revista auspiciada por esta entidad, Archivo Español del Arte (1925), donde el onubense publicará sus primeras investigaciones. En aquel momento, Angulo ni siquiera intuiría que años más tarde, en 1949, sería él quien dirigiría aquella publicación, decana de las letras españolas, hasta que se jubilara en el 72. Con él al frente, la revista se reactivó, dando cabida en sus páginas a monografías como la de José Antolínez o Pedro de Campaña y manuales que han sobrevivido al paso del tiempo.
Por otro lado, su ligación al Museo del Prado también fue temprana, e igualmente gracias a uno de sus maestros, Elías Tormo. Nada más regresar de Berlín pasó a formar parte de la Comisión Catalogadora del prestigioso centro madrileño, cuya misión era actualizar el catálogo de Federico de Madrazo. Comenzó entonces una vinculación que se mantuvo hasta sus últimos días, pues con los años Angulo llegó a ser miembro del Patronato del Museo, logrando también el cargo de conservador adjunto a la Dirección, luego fue nombrado vicepresidente del Patronato y, finalmente, director en 1968.
Bajo su mando, la institución adquirió nueva vida, promoviendo un amplio abanico de actividades que lograron hacer al centro artístico más divulgativo. Así lo admite el propio Museo del Prado, que en su página web recoge algunas de aquellas iniciativas que puso en marcha el onubense:
Se organizaron una serie de depósitos temporales en ciudades universitarias, que presentaron una reducida muestra de los distintos estilos y escuelas. Se multiplicaron las conferencias populares sábados y domingos, creadas por él desde el Patronato años antes; se reorganizaron las colecciones con sentido de lógica histórica y cronológica, poniendo en valor conjuntos antes poco valorados como los lienzos rubensianos de la ‘Torre de la Parada’ y se organizaron exposiciones didácticas como la dedicada al centenario de Pieter Bruegel o a los grabados de Goya junto a sus dibujos preparatorios aprovechando la donación de Tomás Harris, que ofreció al Prado las series grabadas. A su iniciativa se debió, para conmemorar los ciento cincuenta años de la inauguración del Prado, la exposición de la Pintura italiana del siglo XVII, celebrada en el Casón del Buen Retiro. También se presentó una exposición dedicada a las adquisiciones de los últimos diez años por compra, donación o legado. En esos tres años se adquirieron obras importantes como el ‘Retrato ecuestre del duque de Lerma’, de Rubens, ‘La Gloria’, de Mattia Preti, el ‘Bodegón’, de Hiepes, o el ‘Retrato’, de Jan Mostaert. Entre los donativos destacan los dos ‘Floreros’, de Arellano, de la condesa de los Moriles, la tabla de ‘San Cristóbal’ de José Luis Várez Fisa, y los ‘Desposorios’, de Morazzone y otros varios.
Diego Angulo sólo estuvo al frente del Museo del Prado menos de tres años, hasta 1971. Dimitió esgrimiendo motivos de salud, aunque la verdad era que se negaba a doblegarse ante la irremediable pérdida de autonomía que sufriría la institución tras el nacimiento del Patronato Nacional de Museos. Sin embargo, continuó acudiendo a las reuniones del Patronato del Prado, demostrado su interés y sentimiento de pertenencia a este templo del arte.
De hecho, el valverdeño siempre sintió debilidad por los museos en general, siendo esa sed de saber la que lo llevaba de uno a otro, llegando a visitar todos los que encontraba a su paso.
Como se ha dicho al principio, quizá sea su vocación por la enseñanza y la investigación los rasgos que más llegaron a caracterizar a este intelectual, quien a la corta edad de 24 años ganó la cátedra de Teoría de la Literatura y las Bellas Artes de la Universidad de Granada. Serían sus comienzos como profesor, una profesión que acabaría envolviéndole.
De Granada pasó a Sevilla, ocupando la cátedra de Arte Hispano Colonial, creada en marco de la celebración de la Expo Iberoamericana de 1929, y posteriormente el puesto de director del Laboratorio de Arte de la ciudad y de docente en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos hispalense, creada por la República. Se abría entonces un periodo intenso en la vida de Angulo, un periodo en el que el valverdeño viajó por Europa y América recabando datos y adquiriendo libros para sus investigaciones y para el Laboratorio sevillano. Ejemplares que le sirvieron luego, por ejemplo, para concebir La Historia del Arte Hispanoamericano.
Años más tarde se mudó a Madrid, donde se hizo cargo, primero, de la cátedra de Arte Moderno y Contemporáneo de la Complutense y, más tarde, de la cátedra de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo de la Universidad Central, en la que culminó sus días como docente y en la que dejó, según fuentes del Museo del Prado, «honda huella y muchísimos discípulos, preocupados por formar especialistas en campos nada cultivados entre nosotros, como la indumentaria, la orfebrería o la pintura barroca italiana, los primitivos flamencos, la pintura francesa y la barroca flamenca».
Asimismo, el valverdeño también fue secretario y director del Instituto Diego Velázquez del CSIC y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de la Historia, llegando a dirigir esta última.
Como investigador, Angulo dejó publicados decenas libros y numerosos artículos en prensa sobre temáticas tan variadas como la arquitectura mudéjar sevillana, el arte barroco español e hispanoamericano, pintura española renacentista, o títulos como Cuarenta dibujos españoles o Historia de la pintura española. Pero entre su vasta bibliografía, sobresalen la infinidad de páginas que dedicó a documentar y analizar la obra de Murillo, convirtiéndose en su tiempo en el mayor experto del mundo en el pintor andaluz. De hecho, uno de sus trabajos sobre el sevillano: Murillo, su vida, su obra, su arte, publicado en 1979, fue premiado por el Institut de Picturologie de París con el Elie Faure.
La figura del genial pintor estuvo presente en la vida de Angulo hasta su muerte, pues había dejado dicho que quería que su entierro fuera como el de Murillo. Así lo relata el gaditano Luis Suárez Ávila, quien conocía al onubense desde su infancia pues solía veranear en el Puerto de Santa María, donde vivía la familia de Suárez.
Dejó dicho que su entierro y funeral fueran como los de Murillo. Y así lo organizamos, en la Santa Caridad de Sevilla, con el muñidor, el crucero, los faroleros, los doce pobres con hachones, la tumbilla con los porteadores, todos vestidos con hopas azules y tocados con sombreros negros y borlas de seda, a más de muchos curas y frailes, capilla de música y sochantres. Tal como Murillo.
Luis Suárez narra con esta palabras en el blog Gente del Puerto cómo fueron aquellos momentos, además de recoger la pequeña crónica del funeral que le dedicaba al historiador el diario ABC de Sevilla:
Al funeral acudieron sus discípulos, amigos y compañeros académicos, entre los que se encontraban Jesús Aguirre, duque de Alba; el teniente alcalde Manuel Fernández Floranes; el director del Museo del Prado, Alfonso Pérez Sánchez, y el presidente de la Academia de Bellas Artes, José Hernández Díaz, que acompañaron a la viuda, doña Pilar Romero Galé, hasta el panteón familiar del cementerio de San Fernando, donde fue enterrado el primer especialista mundial en Murillo. Don Diego Angulo residía habitualmente en Madrid, desde donde se trasladó hasta El Puerto de Santa María –lugar de su veranero habitual– el pasado verano en compañía de su esposa para pasar las vacaciones. El 10 de agosto de 1986, el profesor fue trasladado a Sevilla, donde empeoró, falleció y fue enterrado el 9 de octubre del mismo año.
Un suma, Diego Angulo fue un promotor y defensor del arte, al que dedicó toda su vida de muy diversas formas, recabando por ello numerosos premios y reconocimientos nacionales e internacionales. Un onubense que rompió una brecha en favor de la enseñanza y el conocimiento profundo, dejando una estela que aún hoy cruza el firmamento de quienes estudian Arte en España.