Hablar de SANGRE es decir Jueves Santo, cuando a las puertas de la Iglesia Prioral esperamos a que tras la ojiva del arco de vetusta piedra se dibuje el sufrimiento superlativo de Jesús cuando es flagelado.
Y el misterio que concibiera el maestro León Ortega se siluetea sobre los celajes de un cielo que corona el horizonte en el que la Sierra se hace cuenca minera.
Y suenan los compases de “la saeta” para recordarnos que en la revirá acompasada y elegante de la cuadrilla debemos ver el cariño con el que hemos de corresponder a Jesús mientras sufre por la humanidad.
Y esa columna robusta se erige como monolito a los males que acucian al mundo y hacen derramar sangre innecesaria por causa del odio, la vanidad, y las miserias que el hombre cubre con piel de cordero para justificar las guerras y la muerte de los semejantes.
Cada vez que matamos o simplemente nos mostramos indolentes ante las barbaries que cada día nos muestran los medios de comunicación, apretamos más y más las cuerdas que lastiman a Cristo.
En su rostro podemos ver el sufrimiento de un escultor que padeció en sus propias carnes el odio de quienes lo condenaron a muerte en nombre de Dios.
Pero Dios no pudo consentirlo y su intercesión a través de la fuerza incontestable de la HUMILDAD de las Hermanas de la Cruz evitó que un cristiano seguidor de San Francisco fuera ejecutado en su nombre.
Antonio León Ortega, golpeado por la vida, encontró en la imaginería la mejor manera de honrar a Dios, y por eso sus cristos rezuman el amor de un creyente, y un apóstol que predicaba con la madera y en cuyo corazón jamás existió el rencor ni el odio.
Créanme que llevo a gala ser hermano de dos cofradías cuyos titulares fueron tallados por León Ortega y ambas rezan bajo la advocación Cristo de la Sangre.
La Preciosa Sangre de Cristo es la que cada Martes Santo sale a las calles de Huelva desde que un grupo de jóvenes, entre ellos mi padre, decidieran constituir la Hermandad de los Estudiantes en 1949.
Esa misma Hermandad que depositó sobre su féretro su bandera para demostrar que el espíritu inquebrantable de sus hermanos sigue vivo y aquella ilusión de crear una nueva hermandad no fue un simple juego de niños.
Desde que abrió los ojos al mundo también aprendido de su padre, que ser hermano de la Hermandad de la CRUZ era algo inherente a la familia desde tiempo inmemorial.
Cofrades del Cristo de la SANGRE del castillo de ARACENA y del Cristo de la SANGRE de los estudiantes de HUELVA estuvieron para despedir a José María.
Su muerte propició un encuentro fraternal de sus hermanos de Huelva y Aracena. Esto le habrá hecho sonreír ufano y admirado desde los grises y naranjas de aquellas nubes que tantas veces pintó con absoluta devoción.
Sus últimas pinceladas fueron de rojo SANGRE y dibujan a dos nazarenos que nos miran de forma incisiva y nos dicen que la Semana Santa es algo que debemos transmitir a las nuevas generaciones con apasionamiento.
El nazareno del primer término abraza un libro de reglas que son las que a modo de tablas de la Ley debemos seguir los cristianos. En esa figura de silueta difuminada veo a Jesús Penitente que nos muestra los mandamientos del buen cristiano y cofrade.
En el nazareno de segundo término veo a José María, que extenuado por la debilidad física, observa al Padre Eterno y le entrega hasta la última brizna del pigmento carmesí que destilaba su viejo y cansado pincel.
Me regaló esos últimos trazos de agua y SANGRE para que hoy yo diera testimonio de su fe auténtica y su gratitud a Dios por haberle concedido ochenta años de vida terrenal, llenos de amor al prójimo.
Acuarela impregnada de la Preciosa SANGRE de un Cristo, al que pide que lo guíe e ilumine con la intensidad del rayo divino que vemos cada Jueves Santo en el rostro de Nuestra MADRE DEL MAYOR DOLOR.
Fragmento del pregón de la Semana Santa de Aracena de 2017.
Alberto Germán Franco Romero