Antonio José Martínez Navarro. Para biografiar la Plaza de las Monjas no nos va a hacer falta tantos documentos o datos obtenidos en el archivo municipal (historia fosilizada), si no hacer hablar a la misma Plaza, quien juzgará y describirá a sus gentes, sus monumentos, sus reformas y su actualidad.
Dejémosle la palabra a plaza tan singular:
“No estoy seguro del cómputo cronológico. En cifras y en tiempos mi memoria palpita, pero casi podría asegurar que tuve mis primeros momentos de existencia cuando se elevó el convento de las Agustinas, en los terrenos anexos y en unos lugares donde mucho más tarde se establecieron las caballerizas del Palacio de los Duque de Medina-Sidonia y mis dilectos hijos Diego Díaz Hierro y Antonio José Martínez Navarro contaron que en mi espacio se celebraron espectáculos taurinos y la fiesta de Moros y Cristianos.
Ya, con más fidelidad, otros recuerdos parten de mediados del siglo XIX, fecha en la estaba mi arbolado que daba pena.
En 1851 la Plaza de las Monjas era la tercera parte de lo que es en la actualidad.
En aquellas fechas, no existían jardines públicos en Huelva, por lo que los escasos árboles existentes en la villa se elevaban en la citada Plaza que era el único paseo de la villa y se respiraba su aire puro, paseo siempre animado por gentes que iban y venían, para constatar, hablando con unos y otros, que si reinaba cierta inquietud por los acontecimientos de la mayoría de edad de la reina Isabel II o sí había naufragado cierto barco con matrícula en la incipiente capital. Pero, sigamos con mi arbolado. Así, según leemos en Oficios y Minutas de 1851, el escándalo fue mayúsculo interviniendo el mismo Gobernador civil:
<<Habiendo observado que por falta de vigilancia se obstruyen y quebrantan las ramas de los árboles de la Plaza de las Monjas, y siendo indispensable evitar a todo trance estos abusos, espero que en el día me proponga Vd. crea necesario para la custodia de los referidos árboles pues así lo exige la buena regla de policía urbana. Dios… Huelva, 11 de abril de 1851. Mariano Alonso…>>.
Y como diez días más tarde no se había arreglado el asunto de los citados árboles, don Mariano Alonso, Gobernador civil intervino enérgicamente en el asunto:
<<Teniendo noticias que por la falta de vigilancia, continúan destruyéndose los árboles de la Plaza de las Monjas, a pesar de lo que manifieste a Vd. en oficio fecha 13 del actual, he resuelto en prevenir que bajo su más estrecha responsabilidad, cuide de que el guarda nombrado al efecto esté constantemente en la citada Plaza, a fin de evitar se cometan dichos abusos que estoy resuelto a castigar severamente como atentatorio a la conservación del ornato público. Dios… Huelva, 21 de abril de 1851. Mariano Alonso…>>.
Hasta tal punto llegó el asunto de los árboles de la Plaza de las Monjas, que se dispuso un guarda para su vigilancia:
<<Los celadores de P. y V. no deben ocuparse en otras atenciones que las que presenta en los reglamentos del ramo y de ninguna manera en las de la Policía Urbana que son puramente municipales a las que corresponda el guarda de los árboles de la Plaza de las Monjas. Así que dispondrá Vd. que desde el día de mañana se custodien por el tiempo necesario por un guarda cuyos gastos se aplicarán al capítulo de imprevistos. Del cumplimiento de esta orden me dará Vd. el competente aviso. Dios… Huelva, 13 de abril de 1851. Mariano Alonso…>>.
En Oficios y Minutas de 1852, nos hace saber la solución que encontró mi dilecto hijo, don Mariano Alonso, para conservar el arbolado:
<<Para conservar el arbolado de la plaza de las Monjas, conviene que desde el día de mañana disponga Vd. su riego, esperando tendrá efecto este servicio con toda oportunidad y cubriéndose el gasto por secciones de lo que está presupuestado. Dios… Huelva, 6 de julio de 1852. Mariano Alonso…>>.
Los carabineros era un grupo muy particular. Así, nadie podía sancionarlos como observamos (Legajo número 229 del A. M. H.) en el escrito de su jefe al Alcalde de Huelva en el que defendía a dos de sus hombres que habían cogido flores en el jardincillo de la Plaza de las Monjas y que habían sido penados con 30 reales de vellón, los disculpa y le dice que no siga adelante con la multa. Eso sí, la sanción que le impone el Jefe de los Carabineros quizás fuese de más consideración que la del propio alcalde:
<<En vista de la atenta comunicación de V. S. fecha 21 del actual en la que se sirve participarme que por contravenir el bando de la autoridad superior de la provincia, cogiendo flores en el Paseo de la Plaza de las Monjas tuvo Vd. a bien imponer la multa de 30 reales a los carabineros Antonio Ramírez y José Rodríguez, debo decirle, que si bien reconozco en V. S. la facultad que la ley y prescripciones de la ordenanza municipal se sirvan mandar, le conceden para multar a los individuos de cualquier jurisdicción que sean que falte a los bandos de policía y buen gobierno, no me es posible cumplimentar su justa disposición a razón de que los mencionados carabineros se hallan cabalmente sufriendo descuentos que apenas les quedan un resto para sus más perentorias atenciones; y así que después de reprenderles severamente su falta, hija más bien de ignorancia, que de espontaneidad e intencionalidad le es impuesto ocho días de arresto, en la seguridad que V. S. en virtud de las razones expuestas se servirá aviarlas las dichas multas por lo que dejo contestado su apreciable escrito. Dios…Huelva, 28 de abril de 1858. Enrique de Pargas…>>.
A partir de abril de 1871, tuvo especial cuidado de los árboles que me contenía mi simpático hijo José Conde, guarda durante unos años de mi Plaza (Legajo, número 237 del A. M. H.):
<<José Conde. Huelva, 14 de abril de 1871. El Ayuntamiento en sesión de anoche y por diputación nominal tubo (¡) a bien nombrar a Vd. en el destino de guarda del Paseo de la Plaza de las Monjas con el sueldo anual de 500 pesetas. Lo que participo a Vd. para su conocimiento y satisfacción debiendo tomar posesión de su destino a la brevedad posible. Dios…>>.
Entre los hijos que me han cuidado, aunque no con mucho esmero, debo recordar a Antonio Delgado Ortiz, quien recibiera un oficio del Ayuntamiento que le decía:
<<Habiendo Vd. abandonado la custodia del Paseo de la Plaza de las Monjas y dado lugar a que se quiten impunemente las flores de los árboles, he acordado que desde hoy (¡) quede suspenso del sueldo y de empleo. Dios… Huelva, 9 de abril de 1876…>>.
En verdad, que uno de los hijos (aunque venido de fuera) que trató de hacer más por mí fue don Francisco de Asís Pastor, que aprovechando el nuevo cambio de munícipes le indicaba al Alcalde lo siguiente (Legajo, número 248):
<<Persuadido del estado de las arcas municipales de esta capital en los últimos meses del pasado año económico, ha podido disculpar el lamentable estado de descuido en que ha venido el empedrado público y general, y especialmente el de algunas calles más céntricas y pasageras (¡) de esta ciudad. Mas llegado el caso de la renovación municipal y con ello el nuevo egercicio (¡) del presupuesto actual, creo ser la oportunidad de dirigirme por la mediación de V. S. al Ayuntamiento de su digna presidencia, excitando su celo hacia tan necesarias mejoras, puesto que cuenta con medios hábiles para poderlos iniciar y llevar a cabo. De lo que indudablemente más se hace sentir es la del arreglo del paseo único de esta ciudad titulado la plaza de las Monjas; sus calles circunvaladoras, en algunos puntos, son una verdadera exposición para los transeúntes; y en cuanto al paseo su reducida extensión fácilmente y a poquísimos costes fiscales están remediados, con el aumento de algunas luces en su parte céntrica y con rellenar sus pavimentos con arena fina de mar y el riego necesario para hacer desaparecer la gran polvareda que se levanta por el frecuente paseo de la concurrencia que allí afluye especialmente por las noches.
Persuadido del espíritu de reforma y del laudable celo de que principie dando prueba el nuevo Municipio, en su iniciativa encomiendo la mejora de los servicios públicos que les están confiados, si bien debo llamar su conferencia sobre el paseo que dejo apuntado por ser el más imperioso dada su actualidad; prometiéndome en su virtud que esa Corporación se servirá tomar en consideración mis indicaciones y acudir a su remedio en la forma más conveniente. Dios… Huelva, 12 de julio de 1879. Francisco de Asís Pastor…>>.
Tres días más tarde, según el mismo Legajo, le contestaba el primer edil que el presupuesto municipal no estaba precisamente para “tirar cohetes”:
<<Ilmo. Sr. Gobernador civil de la provincia. 15 de julio de 1879. El Ayuntamiento se ha instruido de la orden de V. S. de 12 del actual, número 491, recomendando actividad, celo y eficacia en todo cuanto se relaciona con el importante servicio de policía urbana y especialmente en las mejoras que necesita el único paseo de la ciudad, situado en la plaza de las Monjas. Previa discusión se acordó: Se manifieste a V. S. que apenas nombrada la Comisión de ornato, por cuya iniciativa, y bajo de su responsabilidad, llevó a efecto las reparaciones que el riego del indicado paseo: que el Ayuntamiento tiene rectos propósitos en todo cuanto se refiere a las mejoras materiales que la ciudad necesita; teniendo el disgusto, por ahora, de limitar su deseo dentro de las consignaciones que aparecen en el presupuesto. Todo lo que elevo a la consideración de V. S. para que le conste y a los fines que consideren convenientes. Dios…>>.
Al terminar el siglo pasado tenía forma cuadrada. Luego me estilizaron y pasé a la rectangular tras mi agrandamiento a costa de un patio de los Palacios del Duque de Medina Sidonia. Por aquel tiempo, atendía cuando me llamaban “Plaza de la Constitución”. El bautizarme como Plaza de las Monjas me vino por la leyenda que afirmaba que formé, durante una etapa, parte de la huerta del Convento de las Agustinas.
En mi época de principios del siglo XX era bonita por los cuatro costados, como dice el fandanguillo famoso, con una hilera de bancos, un paseo central… Fue en este período cuando ante mi aceptación como lugar donde los enamorados se abrían el arco de sus pensamientos, se me pone como piel una solería de cemento, y uno de mis queridos hijos, el insigne arquitecto Francisco Monís Morales, corrigió el desnivel de más de un metro que tenía y que me molestaba horriblemente.
En esos días “se echa la casa por la ventana”. ¡Un día es un día, qué caramba! y el contratista de obras Guillermo Morrison Spencer me instala encima unos preciosos bancos de hierro forjado, vistosas farolas, pequeños jardines, etc. y voy de asombro en asombro cuando veo más tarde que aquellas autoridades ahorrativas suman a lo anterior la erección de un templete para la música. ¡Ah!debo añadir que, a pesar de las mejoras, Morrison “me caía gordo”. ¿Motivos? El primero y más congruente, porque era él obeso de cuerpo y gordo de énfasis al adoctrinar, lo demás son “pecata minuta”.
En este punto de mi biografía quiero recordar los renglones, escasos para los que me merezco, que mi excelente hijo Francisco Montero Escalera me dedicó en su libro titulado “Un siglo en la historia de Huelva”. Juzguen ustedes y verán que no tiene desperdicios:
<<…En los primeros años de este siglo (se refiere al XX, añadimos nosotros), el antiguo Palacio de los Duques de Medina Sidonia fue sustituido por el soberbio edificio, propiedad del Sr. García Ramos, conocido vulgarmente por “La Casa de la Bola” y en el que, por su parte posterior, se halla instalado el Gobierno Civil. Adosados a la fachada del Palacio se hallaban instalados unos grifos que surtían de agua, del Chorrito o de la Fuente Vieja, a los habitantes de la parte baja de la ciudad.
Anexas al Palacio estaban instaladas las caballerizas. En ellas se celebraron combates a caballo y torneos caballerescos, así como corridas de toros, en ellas actuó más de una vez, el famoso “Mequi”, padre del que luego fue matador de toros Miguel Báez Quintero “Litri”; en una ocasión un onubense, a quien llamaban Matojo, venció con su jaca la bravuconería de un andarín que apareció por la ciudad desafiando a diestro y siniestro para una singular pelea entre el hombre y la bestia…>>.
Como una es larga de oído, me enteré que el arquitecto municipal, que llevaba la voz cantante en el asunto lógicamente, dictaminó en el expediente para la adquisición del Corralón del Palacio, que la misma valía 170.000 pesetas. No obstante, don Antonio García Ramos, choquero de pura cepa, rebajó la cifra anterior hasta 150.000 pesetas, pagaderas en un año, en atención a la mejora a que se destinaba el Corralón.
Pero, ¡en fin! vamos a darles el protagonismo a mis queridos hijos. De los años veinte recuerdo, como si aún los estuviera viendo a Aurelio Gómez Pinto, inspector de buques e intérprete completo, que lo mismo traducía las lenguas graves que los idiomas musicales latinos; a los ilustres abogados Rafael López Cansinos y Francisco Pizarro Cortés; al aceitero y vinagrero José Ignacio Fernández Costa; por cuyo local vi desfilar a muchas amas de casa en busca de estos valiosos ingredientes; a Josefa Infantes, en el número 13, cosa que no hacía mella en la expendedora. ¡Qué me gustaba oler el pan recién salido del horno, el aroma que despedían a jara las panaderías de José Vázquez Valoría y más tarde, Restituto Santos Largo, ambas en el número 12.
Encima del altillo, similar al existente en la calle Jesús de la Pasión, que estaba situado delante del actual número 4, se contaba con la presencia de la popular Eladia, señora de Emilio López, dedicada a la actividad de modistería y sombrerería. Entrar en aquella casa-comercio era ver un enjambre gorjeante de muchachas bonitas que se probaban los sombreros más excéntricos con la mayor naturalidad del mundo.
El altillo era, particularmente por la tarde, un hormiguero de chiquillos que ejecutaban en sus barandas todas las piruetas habidas y por haber, y seguramente, habrá entre los muy mayores algunos onubenses que recuerden sus juegos y peripecias en aquel inolvidable altillo.
De las dos empresas que abastecían de agua a la capital, una, propiedad de los herederos de Antonio de Mora Claros, tenía sus manantiales en La Ribera, a pocos kilómetros de distancia, y la conducción se efectuaba por tubería de hierro. Su sede estaba en mi Plaza, en el número 9 para mayor exactitud. ¡Cuántas veces vi entrar por esa puerta, con el aire señorial que lo caracterizaba, a su representante Andrés de Mora y Claros!
Y para que no falten otros datos, en el número 8 residía el agente del Ayuntamiento, Juan Pera Bayo (más tarde propietario de la línea establecida en Huelva de autobuses urbanos), en el número 5 Fermín Huinci, con su venta de calzados y alpargatas, al lado el excelente farmacéutico Pedro Garrido Perelló con sus “inmejorable Aceite de Ricino, Gasa Yodo fórmica “Burgogne” y Balones de oxígeno”, que así los anunciaba en los medios locales de difusión; el dentista José Cumbreño; en el número 1 el ingeniero José Ochoa y cerca de él, el procurador afamado Ricardo Domínguez Moreno.
¡Ah! el conocido Pásaro tuvo también, en aquella época, su zapatería en mi Plaza.
Teniendo en cuenta que yo suelo recordar y expresarme con cierta zumba y sin pelillos en la lengua, no me gustaba que ensuciaran mi piel con el aceite que rezumaba el coche de José Vizcaya Muñoz, ni con el polvo que producían la carga y descarga del carbón de las carbonerías de Josefa Fernández Vaca y María Martín Ramos.
Por aquel tiempo recibí con los brazos abiertos el montaje de la Administración principal de Correos, que contaban con oficinas capaces y apropiadas para los diferentes servicios y adornaba su fachada
La verdad es que las noches veraniegas me resultaban encantadoras. ¡Qué frescura y qué ambiente tenían! Ambas cosas me impedían reconciliar el sueño hasta altas horas de la noche.
Y no digamos cuando a finales del siglo XIX e iniciales del XX se celebraba sobre mi piel la típica verbena de la Plaza de las Monjas. Me iluminaban a la veneciana dejándome más guapa que a un San Luis. Y hasta mi llegaban la banda de música y la Estudiantina Onubense que interpretaban bellas melodías de nueve a once de la mañana.
Mis jardines los cuidaba el prestigioso Brioso. Más tarde, su hijo Pepe, ambos fallecidos hace muchos años. Coincidentes con ellos olía a “dama de noche” o jazmines, nótese que hoy no huele a nada.
Casi todas las casas que veía a mí alrededor eran bajas pero no coincidentes en la altura, y a la luz de la luna menguante, sus siluetas resultaban difíciles, por su total anarquía, de saber dónde acababa una y empezaba otra. Me evocaba un paisaje arábigo de los tiempos del Profeta.
Institución por aquellos años fue el célebre guardia municipal “Cojo Mértola”, al que los niños se le enredaban de tal forma entre sus piernas, una de ellas de palo, que no lo dejaban de andar. Los espantaba, pero volvían como las moscas al panal, hasta que al fin comenzaba a repartir bofetones que caían en algunos rostros infantiles. Este hombre surtía de aguardiente, ponche, zarzaparrilla y gaseosas a los parroquianos de sus dos puestos de venta de agua y diversos.
También se destaca el cochero Ocaña, al que rodeaban los chiquillos en marcial bandada para que los paseara, por quince céntimos, desde la Plaza al Muelle y viceversa.
En aquellos años era el paseo predilecto de la ciudad, por el que daban vueltas, observándose unos a otros, entre ceremoniosos saludos, los miembros conspicuos de la sociedad onubense de la época. Los hombres, bien trajeados; ellas, bonitas con sus trajes a la moda, dejaban la fragancia de sus perfumes y el recuerdo de sus sonrisas, graciosamente coquetas, en el aire de mi Plaza.
Toda mi zona era, y estoy convencida que sigue siéndolo, un Eldorado de la clase media-alta, así había casas con portería como la de García Ramos, la que utilizaban la Compañía de Azufre y cobre de Tharsis como oficinas, etc.
El tiempo no proporciona ningún orden a la memoria, sino que mezcla, a través de los años, visiones, experiencias y personas, por ello, con perdón por omisiones o errores, quiero traer a escena los queridos hijos que vivían en mí alrededor en la década de los treinta.
En el edificio antiguo, en la actualidad Banco de España (sólo de nombre, ya que perdió su actividad mercantil con la llegada del Euro), conocí el primer taller de encuadernación de Guillermo Martín, que después, con motivo del nuevo edificio, se trasladó al número dos de esta Plaza. A continuación, en los bajos, el procurador Manuel Fuentes; en los altos, el estudio del arquitecto Luis Saavedra.
Después, la panadería de Restituto Santos Largo, a última hora dirigida por su tía conocida como Rosarito “La Panadera” y en la parte superior el Pagador del Puerto y prestigioso abogado Manuel Garrido Pérez. Cerca la vivienda del juez Abraham Ruiz Mantero, habitada después por José Valencia que instaló en ella su taller de joyería. Otros inquilinos que indistintamente vivieron en una y otra fueron Carlos Núñez, excelente cirujano y médico de la Plaza de Toros de la “Merced” y los señores de Heras. A continuación el Habilitado de Clases Pasivas Federico Delgado de la Corte, oficina en la planta baja y vivienda arriba.
Limítrofe, la casa de los hermanos Diego y Dolores García y a la izquierda la del notario Agustín SarasaIzurgandía. En la parte interior vivían los hermanos Cordero y Manuel, Fiel de Arbitrios, que tenía representación y depósito de una conocida marca de vinos de Bollullos Par del Condado. Todos estos vecinos vivieron, la mayoría, muchos años dentro de mí.
Siguiendo con el otro lateral, la espaciosa barbería de Mariano García, una imprenta, la Sastrería de Rodes, la vivienda del dentista Santiago Cumbreño (le pusieron la “Vivienda del duro”, porque ese era el precio de una extracción, o el “Palacio del Dolor”, por motivos obvios). Era una casa preciosa, con bonitos herrajes. Le seguía la de Benito Cárdenas y la del procurador Ricardo Domínguez. En la casa inmediata vivían la pediatra Carmen Gutiérrez y Atilano Prieto Mateo, director durante muchos años de la Sucursal en Huelva del Banco Español de Créditos que estaba a continuación en la planta baja. En el piso mencionado y segunda planta, el célebre oculista Ramón Garcés.
Pasando a otro lateral, estaba y está la conocida “Casa de la Bola” ya mencionada. En la parte baja, en la esquina estuvo instalado el primer Banco Hispano Americano, posteriormente el Instituto Nacional de Previsión y cuando se instaló éste, sobre 1943, al número 5, las oficinas de Renfe y después el Registro de la Propiedad. En el número siguiente estaba la Sastrería de Toro.