A.R.E. Mucho se ha hablado este 2016, que ya va de paso, del IV Centenario de las muertes de Cervantes y Shakespeare, dos de los grandes genios de la literatura universal. Pero también este año se celebran otras efemérides a las que se les ha prestado escasa atención… Una de ellas es el centenario del nacimiento del dramaturgo Antonio Buero Vallejo (29/9/1916), un maestro de las letras españolas que nos legó grandes clásicos.
Afortunadamente, la onubense Ruth Rubio, en un alarde de buena memoria, ha sabido rescatar del olvido esta conmemoración y ha querido rendir homenaje a Buero Vallejo llevando a las tablas una de sus obras más conocidas, La Fundación, una representación que, tras triunfar en Madrid, llega directamente a Huelva, al Gran Teatro de la capital, este 25 de noviembre.
Se trata del primer trabajo de dirección propiamente dicho de esta puntaumbrieña licenciada en Comunicación Audiovisual; un sueño cumplido, pues ya desde pequeña su deseo era dirigir actores. Pero el camino andado hasta llegar a este momento dulce ha sido largo y, como todos los que llevan al desarrollo personal, no exento de obstáculos.
Mientras estudiaba, Ruth hizo prácticas en el departamento de Comunicación del CSIC, donde aprendió mucho sobre redacción y divulgación científica. «Nuestro trabajo consistía sobre todo en acercar la ciencia a todos, que es una materia que usa un lenguaje muy especializado, y tratar de entenderla y de comunicarnos con los especialistas de dentro del CSIC para hacerla pragmática e interesante para todos. Aparte, me dieron mucha libertad en cuanto al tema audiovisual y me guiaron mucho», explica Rubio.
También como parte de su formación, la onubense hizo una estancia como estudiante Erasmus en el Centro Contemporáneo de Música de Irlanda, un centro nacional que se dedica sólo a los artistas emergentes irlandeses que componen música contemporánea. Aunque inicialmente todo pintaba muy bien, pues Ruth tendría que editar sonido de conciertos en directo y trabajar codo con codo con la SGAE irlandesa (IMRO), a la hora de la verdad el contacto directo con la parte audiovisual fue escaso y le tocó realizar labores de organización de archivo y documentación, entre otras tareas que no casaban con las expectativas de la joven.
Cuando acabó la carrera, Rubio se planteó hacer un máster, pero tras pedir consejo a uno de sus profesores, éste la animó a lanzarse al «abismo laboral y a aprender a dirigir actores dirigiendo». Y eso hizo, se lió la manta a la cabeza y se marchó a Madrid para convertirse en ayudante de dirección de teatro. Llamó a varias puertas y una se le abrió, la del director José Martret, con quien empezó a trabajar como ayudante en la obra Macbeth International Group, que se representaba en el espacio escénico La Pensión de las Pulgas.
«Para mí los años más importantes de mi formación son los que no figuran en ningún título; las ayudantías de dirección de teatro», reconoce la puntaumbrieña, y añade: «el estar en un ensayo y otro, tomando nota, aprendiendo, con unos directores y otros, a la par que intentando formarme por mi cuenta leyendo métodos, que no entendía en su mayoría al principio».
Más tarde, Rubio fue ayudante de dirección de Cecilia Ligorio y llevó la dirección escénica de la ópera El sueño de violeta, de Dahooud Salim, en 2014. Pero su gran oportunidad le llegó hace un año, cuando Martret le propuso participar en el ciclo Nuevos Directores en Escena y Ruth aceptó el reto. Así nació la nueva versión de La Fundación, de Buero Vallejo, un trabajo del que su directora nos habla, entre otras cosas, en esta entrevista:
– Ruth, háblame de tus vínculos con Punta Umbría.
– Es el pueblo en el que he crecido, donde, de alguna forma, empecé a gestarme como “proyecto de ser humano”, por así decirlo. El instituto fue una etapa que me marcó mucho. Porque fue muy catártica, porque cuando eres adolescente empiezas a asentar los cimientos de la mujer que vas a ser, supongo. Los primeros amigos de verdad, los primeros problemas de verdad y mis primeros referentes de verdad tienen todos protagonismo en el escenario de mi pueblo. Así que volver a Punta Umbría es siempre revivir todo aquello y volver a la raíz de todo.
– ¿Cuál ha sido desde niña tu sueño profesional?
– De niña tuve muchos sueños profesionales loquísimos. El primero fue ser domadora de delfines. Luego quise ser detective. Luego tuve otro sueño más loco y romántico todavía que era estudiar Filología Hispánica (cada vez que me cruzo con una filóloga siento cierta envidia sana). Y ya luego intenté concretar esas ganas de escribir en ‘hacer guiones’. En el instituto me leí El lobo estepario y me dije a mí misma que un día haría una película (lo cierto es que me lo leí para impresionar a mi profe de Literatura). Me vine muy arriba e hice una carpetita en el ordenador, que aún conservo, en la que metí una foto de Adrian Broody, para que no se me olvidara que él iba a ser mi protagonista, y otra de Elena Anaya. Dentro del propio libro tengo anotaciones de cuando tenía 14 años, con ideas de la adaptación de la novela al guión. Ahora lo veo y me da mucha ternura. Supongo que ahí había algo de cuando empezó el gusanillo de querer hacer una película o dirigir actores.
– Creo que antes de irte a Madrid trabajaste en varios medios de comunicación de Huelva ¿no es así?
– Trabajé en una televisión local de Huelva de cámara, montadora, control de continuidad, conductora… Lo que viene siendo una becaria – ninja – mujer – multidisciplinar – explotada-de-forma-alegal de toda la vida, vaya. La experiencia estuvo bien para saber que no me quería dedicar a la tele en mi vida. Lo único bueno que me llevo de esa experiencia son las tardes con mi compañera improvisando noticias en agosto por la provincia en una furgoneta que la tele había comprado a unas monjas. Yo tenía meses de carnet. ¡Imagínate! Ese mismo verano también estuve de fotógrafa en un periódico. Mi primer reportaje fue a un solomillo seco en un restaurante pijo y no había forma de sacarle la buena cara a aquello. Iluminara como lo iluminara, ángulo que cogiera, ¡no había manera! Y yo por dentro pensaba “cinco años de carrera para angustiarme porque este solomillo rancio no es fotogénico, ¿qué estoy haciendo con mi vida?”. En fin, por esto pasamos todos. Y precisamente por eso, siempre que pasemos por esto no hay que callarse.
– ¿Cómo es que fuiste profesora de violín?
– Sigo siendo profesora de violín, de hecho. Estudié el Grado Medio en la especialidad de violín y también Canto unos años con una beca en el Programa Andaluz de Jóvenes Interpretes. Hoy día el violín es lo único que de forma más o menos regular me da trabajo. Trabajo esporádicamente en escuelas de música como profesora de violín y de canto y de esa forma puedo compaginar mis trabajos con el de hacer teatro. De una forma un tanto precaria, desde luego, pero bueno. Es un trabajo agradecido, porque estás con los niños durante todo el curso y los ves crecer, avanzar y motivarse y, pese a ser muy cansado, es un trabajo que luego llena mucho. No quiero dedicarme a ello, pero de momento, hasta que no pueda dedicarme sólo al teatro, me mantiene.
– ¿Qué te llevó a mudarte a Madrid?
– Primero mi experiencia en Irlanda. Después lo que comentaba de que acababa de terminar la carrera y decidí que no iba a hacer un máster, sino ayudantías para aprender la dirección de actores como si fuera un oficio. Y luego porque en Andalucía tenía muchas menos posibilidades de dedicarme al mundo del audiovisual o el teatro. En Madrid tengo la sensación de que, aunque haya más competencia, hay también más movimiento y más permeabilidad entre los distintos grupos que nos estamos moviendo. También hay más espacio para la ‘cultura de guerrilla’.
– ¿Cómo lograste trabajar en el espacio teatral madrileño La Pensión de las Pulgas?
– Nada más llegar a Madrid yo no conocía a nadie y escribí a mis tres directores de referencia. “No me conoces de nada pero quiero aprender a dirigir actores, estoy buscando un maestro”, algo así escribí. Y uno de ellos me respondió y, tras unas semanas asistiendo a ensayos, luego con el tiempo acabé siendo su ayudante de dirección. Y así fue como empezó mi andanza en La Pensión de Las Pulgas, como ayudante de dirección de José Martret en MBIG (Macbeth International Group). Una vez allí ya empecé a hacer trabajo de técnica en la sala y conforme iban pasando por allí compañías empecé a hacer otras ayudantías y otros trabajos de técnica. La Pensión de las Pulgas cerró ya en julio de este año.
– ¿Qué trabajos han sido los más destacados que has desarrollado en la capital española?
– El primero la ayudantía de MBIG con José Martret, que fue lo más serio que hice en teatro y nada más llegar. Cuando de repente me vi compartiendo espacio-tiempo con actorazos como Fran Boira, Daniel Pérez Prada, Pepe Ocio… no sabía dónde meterme. Me acuerdo de la primera vez que me quedé sola con una actriz. Estábamos mi compañero de batallas, también ayudante de dirección de MBIG, Raúl Prados, y yo, solos, con Inma Cuevas. Yo estaba muerta de miedo. Estábamos trabajando un monólogo de la obra con ella. Inma Cuevas es una actriz enorme. Yo pensaba: “¿En serio? ¿Y qué le digo yo ahora a esta mujer?”. Muchas veces pienso que si aquella primera experiencia no hubiera sido como fue, si Inma no hubiera escuchado con tanto amor y generosidad, ¡como si realmente tuviéramos algo que decirle!, no tendría probablemente este poso que tengo ahora a la hora de dirigir. Este tipo de experiencias marcan.
Luego La Fundación es el trabajo que más me ha marcado de los que he realizado en Madrid porque ha sido mi primer montaje como directora, porque he podido estrenarlo dentro de La Pensión de las Pulgas, el espacio donde he ido creciendo, dentro del ciclo de Nuevos Directores en Escena.
– ¿Es La Fundación tu último trabajo?
– No, lo último que he hecho ha sido Grumos, una obra de danza-teatro que he estrenado en la sala Microteatro Por Dinero. Era un monólogo para una actriz, un bailarín contemporáneo, una violinista y un bote de Cola Cao. Nos ha marcado mucho porque montábamos todo un drama en tres metros cuadrados, en la sesión golfa de esta sala tan pequeña, y llenábamos todo el ambiente de polvo de Cola Cao, nosotros en pijama. Además teníamos que hacer cinco pases seguidos, desde las once de la noche hasta la una de la mañana, con el público sentado a dos palmos. Era un viajazo.
– ¿Qué se te pasó por la cabeza cuando te encomendaron versionar La Fundación?
– Bueno, no me la “encomendaron” como tal. Fue más bien una sugerencia de José Martret, que se planteó hacer el ciclo de Nuevos Directores en Escena con los que éramos ‘la cantera’ de La Pensión de las Pulgas. Mis compañeros Raúl Prados, Pablo M. Bravo y yo. Nos daban la libertad de elegir una obra para dirigir, ellos nos cedían el espacio y nos daban la oportunidad de formarnos allí durante el proceso de ensayos, con la asesoría de Raquel Pérez, Luis Luque y el propio José Martret.
– ¿Es la primera obra que diriges?
– Sí. Había dirigido antes, pero dentro del circuito universitario y fue un simulacro de dirección para mí, casi. Una versión de Ansia, de Sarah Kane, que codirigí con Clara Morales. ‘Codirigir’ por llamarlo de alguna manera, porque fui yo la que tuve que aprender de Clara, más que nada. Fue un proceso bonito y me recuerdo creciendo mucho con ella, estaba recién llegada de un grupo de teatro y venía con un montón de ejercicios frescos que poníamos en práctica en los ensayos que a mí se me hacían un mundo y un descubrimiento constante. Digo que fue un simulacro porque a cualquiera que le diga que hice un amago de empezar a dirigir algo con Sarah Kane me diría que es empezar la casa por el tejado.
Así que digamos que sí, que La Fundación es lo primero que dirijo. Y, pese a no tener nada que ver con Ansia, tuve la misma sensación que con Ansia, que se me quedaba grande. Pero al menos era un texto que tenía tierra y cimientos y ya no era empezar la casa por el tejado.
– ¿Cómo enfocaste realizar esta versión?
– Fue la parte más larga del proceso. Me tiré cinco meses con el texto. Lo primero que hice fue enfocarlo desde el punto de vista de la producción. No me podía permitir tener 11 personajes ni hacer una obra de dos horas y media por mucho que me gustara tal cual el texto original. Entonces tuve que hacer una versión lo más fiel posible al texto, quitar algunos personajes secundarios y fusionar dos personajes principales (Tulio y Lino), que fue realmente lo más complicado, junto con intentar no cargarme los ritmos y la tensión dramática del texto original.
– ¿Ha sido difícil el trabajo de dirección?
– Sí. Y lo sigue siendo, es un trabajo que no termina nunca, además. Incluso una vez estando montada la obra. Pero tengo la suerte de tener un gran ayudante de dirección, Raúl, que es una figura que suele pasar siempre muy desapercibida, pero que es de una importancia vital. Durante el proceso de ensayos, sobre todo al principio, tiene siempre que estar en las sombras, pero luego aporta distintos puntos de vista, siempre a favor de la propuesta de dirección. La ayudantía es un trabajo muy complicado. También tengo la suerte de tener unos compañeros en el elenco de actores que son muy generosos y me lo han puesto más fácil. Hicieron -y siguen haciendo, nunca paran- muchas propuestas de personaje dentro de lo que es mi premisa inicial y es una gozada. Se lo gozan mucho y creo que ya saben más de sus personajes que el propio dramaturgo.
– ¿Cómo te sientes tras el gran éxito que estás cosechando? ¿Te lo esperabas?
– ¿Gran éxito? Según se mire. La Fundación no ha sido ni mucho menos un éxito de masas. Ojalá la gente fuera por la calle gritando frases de La Fundación y ojalá Buero abarrotara nuestros teatros. No, no creo que nuestro montaje haya sido lo que se entiende a priori por un “gran éxito”. Pero sí que es cierto que, de alguna forma, sí que lo siento como un “éxito”, aunque sea a pequeña escala. Como dice uno de los personajes de La Fundación, “nos atrevimos a imaginarlo y aquí estamos”. Con eso me basta. Para mí el éxito fue lo que nos pasó, por ejemplo, el día que vinieron unos adolescentes a ver la función y una chica al salir del teatro dijo emocionada: “Salgo de esta obra con ganas de hacer cosas”. O, por ejemplo, haber sido los únicos que han montado a Buero el año de su centenario. Desde la pequeñez, “como modestísimos soldados”, que dijo Buero, pero íntegros, reivindicando al maestro.
– Ahora la obra llega a tu tierra natal. ¿Nervios? ¿responsabilidad? ¿qué sientes?
– ¡Sí! ¡Es la primera vez que salimos de Madrid! ¡Y claro que estoy nerviosa, mucho! ¡Es como jugar en casa! ¡Y seguro que es muy bestia! ¡El Gran Teatro es el primer teatro que pisé cuando ni sabía qué era un teatro! ¡Así que imagínate! Va a ser muy especial, volver a casa con algo nuestro. Reencontrarme allí de repente con mis amigos de la adolescencia, con mis maestros, mi familia… Todavía hasta se me hace extraño imaginarme allí y todo. Da mucho vértigo.
– Si deseas decir algo a tus paisanos…
– Que se animen a ver a nuestro Buero Vallejo, que se sumen a este viaje con estas bestias sobre el escenario defendiendo la esperanza trágica bueriana, que es también la de nuestro tiempo.
Muchas gracias Ruth.
2 comentarios en «La puntaumbrieña Ruth Rubio se consagra como directora teatral con ‘La Fundación’»
Vi la obra en un pequeño espacio en Madrid y es una maravilla. Ojalá tuviera la oportunidad de verla en un gran teatro como el de Huelva. ¡No se lo pierdan!
I was privileged to see it in Madrid, it is truly engaging and thought-provoking. Definitely a «must-see» play, especially with the current political climate taking hold of the world (although the play is not political). Bravo Ruth!