Miguel Velasco Márquez. Es siempre un estímulo enfrentarse a un film de Steven Soderbergh en los tiempos cinematográficos que corren. Autor de cintas endiabladamente trepidantes como Traffic u Oceans eleven, el americano vuelve a verter en su nueva obra toda su paranoia galopante convirtiendo su nueva apuesta en una suerte de terapia personal mediante la cual encarrilar demonios internos.
Mucho ha llovido desde ese soberbio debut, con Palma de Oro incluida en Cannes, que supuso Sexo, mentiras y cintas de vídeo, desde entonces tanteó la cara más dura de la droga en Traffic, nos enfrentó a la lucha extrema de una mujer contra las multinacionales en la descafeinada Erin Brockovich y nos brindó un entretenidísimo juguete en Oceans eleven. El siempre inquieto director nos presenta, en ésta ocasión, a una sociedad dependiente de fármacos y las responsabilidades médicas que estos acarrean.
Nos muestra la historia de Emily (Rooney Mara) y Martin (Channing Tatum), una prospera pareja neoyorkina cuyo mundo se viene abajo ante el intento de suicidio de Emily. Incapaz de superar su depresión, Emily acepta seguir una nueva medicación recetada por su psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks (magnífico Jude Law) pensada para calmar la ansiedad. Pero el fármaco comienza a tener inesperados efectos secundarios que amenazan con destruir la vida de todos los implicados en la trama.
Estamos ante un thriller dirigido con pulso de hierro que cuenta con un guión ejemplarmente audaz dotado de giros constantes que hacen que la trama vaya noqueando al espectador milimétricamente en cada escena logrando crear una asfixia sin parangón en el género actual.
Logra plantear Soderbergh cuestiones sobre la moral de las compañías farmacéuticas, dibujando a éstas como máquinas de hacer dinero capaces de manipular nuestras emociones mediante químicos, todo ello sin dejar de lado un brutal ataque formal sobre la sociedad de consumo.
Todo el peso de la trama recae en la dependiente Rooney Mara, consiguiendo crear una galería infinita de matices y contradicciones que hace que su personaje resulte finalmente estremecedor. Zeta Jones y Channing Tatum logran convencer sin destacar en demasía por culpa de unos personajes desdibujados e incapaces de crear empatía en el espectador, pese a ese lastre, defienden sus interpretaciones con gran solvencia. Jude Law se descubre en un registro nuevo para él consiguiendo una interpretación tan inquietante como sobresaliente.
Es cierto que el final no está a la altura de unos primeros 45 minutos vibrantes y primorosos, y que Soderbergh flaquea en algunos puntos importantes del metraje (escenas lentas y superfluas, actores de reparto desaprovechados) pero no es menos cierto que pese a su gatillazo final se esconde cine lleno de garra, inteligente y auténtico y, sobre todo, siempre dispuesto a sorprender al espectador y descolocarlo planteando continuos debates emocionales e intelectuales. Y eso, con el cine que podemos ver semanalmente en nuestras carteleras, se merece una ovación.
Ficha técnica
Película: Efectos secundarios. Título original: Side effects. AKA: The bitter pill. Dirección: Steven Soderbergh. País: USA. Año: 2013. Duración: 106 min. Género: drama, thriller. Interpretación: Jude Law (Dr. Jonathan Banks), Rooney Mara (Emily Taylor), Catherine Zeta-Jones (Dra. Victoria Siebert), Channing Tatum (Martin Taylor), Vinessa Shaw (Dierdre Banks). Guión: Scott Z. Burns. Producción: Scott Z. Burns, Lorenzo di Bonaventura y Gregory Jacobs. Música: Thomas Newman. Fotografía: Peter Andrews. Montaje: Mary Ann Bernard. Diseño de producción: Howard Cummings. Vestuario: Susan Lyall.
Soderbergh en estado puro