Evelyn Morales, psicóloga del Centro Kambalaya. «Mi hijo va muy mal en el cole», «Mi hija tiene problemas de comportamiento», «Ya no sé qué hacer para conseguir que cambie»…
Son muchos los padres y madres que acuden a Kambalaya buscando una solución para sus problemas, buscando un pequeño rayo de luz que les deje ver que todo puede cambiar. Cuando comienzo a indagar en la problemática puedo ver patrones que se repiten una y otra vez.
Vivimos en un mundo en el que hacemos «lo mejor» para los niños, en el que lo que prima es que «se prepare para tener un buen futuro o para ser una buena persona»; y teniendo en cuenta esto, no dejamos de mandarles mensajes llenos de obligaciones y razonamientos, por no decir contradictorios.
Los niños no entienden de razonamientos ni de obligaciones, los niños quieren ser niños, quieren jugar, ensuciarse, pasar tiempo con sus familias y aprender de ellas.
Cuando escucho a los padres y las madres explicarme cómo se sienten ante las diferentes situaciones, frecuentemente echo de menos escuchar también cómo se sienten los pequeños… qué creen que puede estar pasando para que se comporten como lo hacen…
Tanto niños como adultos tenemos un mundo emocional tan amplio como complejo, y esto hace que cada comportamiento esté impregnado de muchas de nuestras emociones. Todo comportamiento lleva una intención positiva para nosotros mismos, por lo que todo lo que hacemos o dejamos de hacer busca conseguir alguna cosa o evitar alguna otra.
A menudo nos centramos en el comportamiento de los pequeños, sin ni siquiera plantearnos qué está pasando en él para llegar a actuar así, qué necesita conseguir, o ni tan siquiera qué estamos poniendo los adultos para que esto suceda.
Pongámonos en su lugar: «quiero jugar y no tengo tiempo con los deberes y las extraescolares», «quiero pasar tiempo con papá y mamá y no tienen tiempo para mí», «me castigan sin apenas escucharme y saber lo que siento», «desde que llegó mi hermanita nada es igual»…
Aunque desde nuestra parte adulta damos por hecho que la vida es como es y ellos tienen que adaptarse, y que nada justifica ciertos comportamientos… nada más lejos de la realidad, ellos no pueden entenderlo igual.
Po ello, como terapeuta, propongo que escuchemos a nuestros hijos, que les prestemos atención, que guardemos unos minutos al día para estar con ellos y nos preocupemos por lo que sienten… pongámosle límites a la vez que entendemos sus frustraciones, y sobre todo, sobre todo dejémosles ser niños…
Ante grandes problemas pequeños cambios, que a la vez se convertirán en grandes soluciones.
La perfección no existe, ¿quieres que tu hijo sea perfecto o que sea un niño feliz?
Evelyn Morales, psicóloga del Centro Kambalaya.