Juan Carlos Jara. Incienso y ciriales; túnicas y capirotes que apuntan al cielo; flores y respiraderos; aromas cofrades al viento, fresco e imprevisible, de un inicio de primavera. Entre la muchedumbre, en brazos de su padre, una pequeña niña con la cara marcada por la ilusión y comenzando a vivir una tradición y unos momentos únicos que venimos construyendo durante muchas generaciones.
Y en su mirada limpia, pendiente del movimiento de bambalinas, cientos de preguntas no siempre fáciles de responder y que muestran el comienzo de una vida en esta tierra, que vive tantas cosas de forma apasionada. La leve sonrisa dibujada en su rostro constituye una de las imágenes más importantes de nuestra Semana Santa, que encuentra en los niños a unos magníficos receptores de sus mágicos momentos.
La Pasión, la Muerte y la Resurrección se asoman a nuestras calles en la representación anual de los últimos días de la vida de Jesús. Y Huelva dibuja, con las dosis de fe y creencia que cada uno añade individualmente, esas escenas imborrables que quedarán para siempre en su memoria. Su corazón de niña ya late con fuerza cada Domingo de Ramos mientras fija su mirada en el caminar rítmico y pausado de una chicotá de nuestra tierra.