Juan Carlos Jara. El falso está ahí, a tu lado. Se mueve a tu alrededor sin que apenas lo percibas. Pulula a sus anchas, sin miramientos y sin vergüenza, y amenaza con ofrecerte un abrazo -o un beso, si se tercia- vacío, sin contenido. Se siente cómodo mientras nos sonríe, frente a frente, o mientras nos vende a nuestra espalda; cuando nos apoya en el camino, sin verdad, o cuando nos empuja a la cuneta. Siempre encuentra a quién sonreír.
Nunca me gustaron los falsos. Se podría decir, incluso, que los detesto. Acompañarse de hipócritas nunca tiene buen final y conlleva un buen disgusto que me niego a aceptar como algo inherente a nuestra vida. El falso te la juega cuando menos lo esperas y te acaba llevando al desengaño y a la soledad que nunca permite un buen amigo. Te deja con cara de tonto.
El falso critica y censura ante ti los comportamientos poco adecuados de los demás, pero abraza a éstos -o los besa, si se tercia- cuando los tiene frente a frente. Quienes tienen varias caras se vuelven protagonistas en todos los lugares: en una reunión de comunidad, adulando al más moroso; en el trabajo, apoyando al que nunca cumple su cometido; en una noche festiva, resaltando la hermosura de la amistad… Y siempre después de haber sido el principal crítico de los ahora elogiados.
Poner falsos en tu vida no es plato de buen gusto. Te ofrece momentos comprometidos e inoportunos mientras, incluso, los contemplas alardeando de hipocresía, presumiendo de llevarse bien con todos. ¿Buscas un falso? Mira a tu lado, quizás lo tengas más cerca de lo que crees. Yo, sin duda, prefiero perderlo de vista a esperar su triste abrazo.