Ramón Llanes. Cuento con los dedos los días de sol que nos faltan, cuento los ratos de luz oculta, me he quedado en uno; ahora que a poco hace que el año ha comenzado y ya son tres las faltas que le puse a la luz. No he podido contar las gotas de agua caídas, fueron tantas que me perdí. Ahora me queda por contarle a cada día su resultado de bienestar. Los niños cuentan las bicicletas que pasan, las bocinas que suenan; los hombres cuentan el dinero y poco más, los animales no saben contar, que yo sepa, pero saben cuándo tienen hambre y cuándo alguien les acaricia. Las noches cuentan los grados de oscuridad y las estrellas que se caen, la luna cuenta su órbita. Todos hemos aprendido a contar algo, todos contamos la batalla del tiempo, la miseria, la agonía o la soberbia; todos contamos los cuentos que llevamos grabados desde que nos impusieron el orden. A más que quisiéramos no podríamos olvidar todos los cuentos. Al día de hoy quizá todos los cuentos estén contados más desde la opulencia que desde la armonía. Al día de hoy me ha faltado emitir por este costado del aire, el cuento del hombre pobre, lo había comenzado justo delante de esta hoja, luego me resultó imposible ponerle título, luego me robaron las letras, se fue la inspiración; la conformidad me inyectó esta manera de formatear los cuentos, de forma que han quedado todos fuera de la disciplina de la memoria y solo he sido capaz de traerme unas letras cursivas, escritas en un blanco sin bordes, que, juntas, componen lo que he quedado en llamar «sin título», como enigma sin gracia para este viernes consentido en ser el espejo de la semana azul que ahora acaba, como todas.
Ramón Llanes. 15.1.2016