Antonio José Martínez Navarro. La Navidad de antaño en esta Huelva que se nos muere ahogada bajo la insolencia de los pisos altos se caracterizaba, quizás, por una mayor significación religiosa, por los condicionantes económicos de aquellos tiempos y por unas relaciones humanas más afectivas.
Con respecto a las bebidas se imponía la adquisición a granel de vinos y licores. En la mayoría de las bodegas se vendía el vino bautizado y confirmado. Para no caer en este engaño, nuestros ascendientes se desplazaban a las bodegas Hierro, ubicada en la calle San José; a la de Josele, en la Plaza de la Soledad (muy conocido por las tórtolas que allí tenía); a la de Ventura Vázquez y a la de Gonzalo, sita en la calle Hernán Cortés. Vinos y licores de marca, tentaciones perennes de bolsillos apurados, también los había, y junto a los tradicionales, que siguen teniendo vigencias en estos días del tercer milenio, destacaban los brandies “Las Tres Cepas” y “Tres Copas”, el formidable vino fino de González Bypass, de nombre “Imperial de Toledo”, el “Sauterne” y la apreciada marca local “La Morenita”, mezcla de moscatel y coñac. Una costumbre que arraigó fue la de ponerle a determinadas bebidas nombres de triunfadores en el arte de los “Litri”. Así, existía anís “Machaquita”, anís “Litri”, anís “Chamaco” o aguardiente “Bombita”. En este apartado no podemos olvidar el aguardiente “La Hormiga”, el anís “Onuba” y “El Racimo”.
Con respecto a los productos típicos de estas fiestas, como turrón, peladillas, etc., ocurría lo mismo. En ese sentido merece la pena recordar que el alicantino Mondedeu, afincado a esta ciudad en el primer tercio del siglo pasado, se estableció primero en La Placeta y más tarde en la calle La Aceña (vulgo Señas), a partir de 1936 fabricó turrones, peladillas y dulces.
La Navidad antiguamente era más popular que hoy día. La gente se echaba a la calle y, formando rondallas con guitarras, acordeones, zambombas, almireces, panderetas, bandurrias y otros instrumentos, se llevaba toda la noche recorriendo las calles cantando nuestro típico fandango. Eran famosas las serenatas que le daban a Manuel Camacho, dueño del Bar “El Tupi”, en Nochebuena y a la entrada de año.
Como curiosidad merece destacarse que a las puertas de las diversas iglesias, para evitar alteraciones, montaba vigilancia una pareja de la guardia municipal. Delante de las citadas puertas, se reunían grupos numerosos para cantar villancicos con botellas, cacerolas, cántaros y otros “instrumentos musicales” de estas especiales características. Era habitual, en la primera mitad del siglo pasado, ir a la Misa del Gallo, bien a la Parroquia Mayor de San Pedro, donde el tenor onubense Ruiz Castañón ensimismaba al público con sus famosas coplillas o villancicos navideños:
“Nenita, nana,
nanita, ea,
que Jesús tiene sueño,
bendito, sea…”.
bien en la iglesia de la Merced, oficiada durante muchos años por el padre Jesús González del Cid y, más tarde, por el padre Fernando Barriga, ambos capellanes del Hospital Provincial. A esta misa acudía el pleno de las Hermanas de la Caridad.
También se celebraban la tradicional Misa del Gallo en la iglesia de la Concepción, capillas de los Padres Agustinos (hasta el año 1931), Asilo de Ancianos Desamparados, Hermanas de la Cruz, de San Vicente de Paúl…
Antiguamente Huelva era espléndida en esa tradición navideña que suponen los belenes, teatro religioso, intimista y miniaturizado, que alcanzaba la sublimidad, por ejemplo, en el instalado en la calle Puerto por la esposa de don Nicolás Gómez. Era visitado por media Huelva. Los belenes onubenses se caracterizaban por sus grandes dimensiones, como el que se preparaba (a partir del año 1911) en la iglesia de las Hermanas de la Cruz o el del Colegio de San Vicente de Paúl, de las Hermanas de la Caridad, en la Cuesta del Carnicero (actual Paseo de Buenos Aires). Todos ellos eran admirados por muchos niños que iban en procesión de uno a otro.
A partir de los años treinta del siglo pasado, era notabilísimo el Nacimiento de don Pablo Rodríguez, sacerdote de la iglesia del Sagrado Corazón y, a partir del año 1962, el que se instalaba, e instala, en la Parroquia de Nuestra Señora del Rocío, en la Isla Chica.
Por último, merece ser recordado en este sentido Juan Castro, jefe de almacenes y Obras del Excmo. Ayuntamiento de Huelva y encargado de la instalación eléctrica de las calles onubenses en estas fiestas navideñas, que elevó la ornamentación de estas entrañables fiestas a escala artística. Juan Castro era un volcán creador que causaba cada año la admiración de los onubenses con sus conocidos belenes, montados delante de la fachada del Ayuntamiento. Eran estos esquemáticos, alegóricos, llenos de sensibilidad. Todavía se recuerdan el Belén Marinero o el Belén Serrano.
Como algo entrañable que va tomando arraigo en nuestra ciudad desde 1971, destaquemos a los niños campanilleros que cantando por nuestras calles y plazas y las de algunos pueblos de la provincia anuncian el mensaje de paz, amor e igualdad que porta la Navidad. Todos los pequeños quieren salir de pastorcitos por la gran ilusión que les hace rememorar la venida del Niño Jesús.
También destacaban los belenes vivientes y cambiantes: Su originalidad estriba en que los personajes, vestidos a la usanza bíblica, se movían y coordinaban acciones. Ambas ideas, el cortejo de pastores y el portal o belén, estaban concebidas y realizadas por los Hermanos Obreros de María que tan magnífica labor vienen realizando desde 1970 o 1971 en pro de la infancia acogiendo y educando a niños desamparados. Así pues, la Navidad de tiempos antañones era más religiosa, se sentía más el Divino Hecho, pero más bullanguera porque la gente se echaba a la calle toda la noche o bien formaban las llamadas fiestas vecinales.
En fechas más recientes, las fiestas de la Navidad de 1990 fueron espléndidas en iluminación: En esta celebración más de sesenta mil lámparas iluminaban las calles y plazas de la ciudad. El presupuesto municipal para esta fiesta ascendió a quince millones de pesetas.