Sin saber quién eres

Ramón Llanes. Del aljibe del alma te sale un rezo hacia no sabes dónde, es posible que hacia la mar entera, hacia el silencio, hacia tu costal. Te elevas, levantas el rezo con una pena a remediar, te calzas o te descalzas, te limpias una lágrima tímida y caminas por el adoquín roto que ayer te sirviera de alfombra, vas observando el misterio y llevas el varal metido en los huesos, eres honor; estoy al otro lado de la acera y lo siento, me llegan tus emociones, no te veo la cara y percibo un llanto sordo como gemido ahogado, como pasión y dolor al mismo tiempo.

Es no sé qué día de penitencia, humillo de sahumerio, velorio e incensario, calma, ansiedad que te aligera la esperanza por un algo que esperas, quizá por haberte creído parte de la ofensa, tus sandalias arrastran flores sin mustiar, arena descosida y asfalto viejo, también oración; peregrinas mientras te observo desde la acera perdida de mi ignorancia y me lastimas un poco la conciencia. Siempre había pensado que tú no existías y ahora te tengo ante mis ojos, para ti el dolor, para mí la sorpresa.


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Es ya otro día más de penitencia, una música de amarguras inunda la noche de primavera, hace medio calor, huele a cera quemada y a tristeza; huele a santidad, a procesión, a ti; huelo a ti con el sudor pegado al color de la túnica, me hueles a penitente sin causa y me pasas de largo por el alma al grito de la levantá. Empiezo a comprender que existes. Había llegado otra vez cuando se ocupaba de la calle un silencio rotundo, cuando las caras de los otros también derramaban súplicas y te mantenías erecto en tu emoción, coleccionando las sensaciones de los demás desde tu escondite, sabiéndote mejor tratado que ellos y prometiéndote cumplir, a pié, más de diez mandamientos. Porque eres honor, sí, pero también inmisericorde y templo. Aquel de la mirada absorta, semi-expectante, era yo. Y mientras tú proponías un relámpago por algo, te quería conocer o tocarte, y siempre estabas y nunca pude, no sabía de tu necesariedad.

Al cansancio añades luego una gota líquida de agonía, tu expresión serena y cubierta la delatan, no sabes quiénes son los espectadores, estás en tu rezo, a veces ido, a veces vuelto al rito del pecado, a veces proscrito o defensor de humanidades que no son tuyas, te crees obligado a salvar, mientras te miro desde la acera, me rozas la sensibilidad, y me salvas, porque siempre pensé que no era necesaria tu existencia; ahora, ya ves.


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