Redacción. La Pastelería, ubicada en el céntrico Paseo de Los Reyes, antes Cánovas del Castillo, es a sus 96 años uno de los emblemas más significativos de Isla Cristina. Un amplio local que se fue modernizando, pasando del blanco y negro al color, pero por el que se nota el paso de los años. Abrió sus puertas en 1919, bajo el reinado de Alfonso XIII, sobreviviendo a varias crisis, guerras con sus pos, dos dictaduras y nueve Papas. Desde sus hornos han salido millones de pasteles de todos los colores, sabores y tamaños que han endulzado, no solo los hogares isleños, sino los de toda la provincia e incluso de otras. Bizcotelas, borrachos, petisúes, milhojas, piononos, almendrados, cuernos de hojaldre rellenos de crema pastelera que, junto a sus tartas de hasta quince pisos, presidían las mesas de bodas, bautizos y comuniones, de entonces y de ahora.
Fue un isleño quien la fundara en 1919 y nunca antes había tenido relación con el negocio, ya que era empleado del ayuntamiento. Manuel Pavón Mesa era un hombre leído que compaginaba su profesión con la devoción, la repostería, y junto a su esposa idearon recetas que cumplirán el centenario en el verano de 2019. Por entonces la guerra civil española se llevó a filas al único aprendiz que tenía el horno, ocupando su lugar un doceañero José Biedma Viso, sobrino del dueño, a pesar de las reticencias de su padre, que quería darle una carrera. Por las mañanas creció entre azúcares, natas y merengues y por las tardes entre papeles y tinta negra, ya que recibía clases particulares para continuar con sus estudios, fue la condición que su padre impuso.
Pepe Biedma terminó conociendo todos los entresijos del negocio, gracias a sus ganas de aprender y algo de ayuda del dueño de la confitería sevillana La Campana, que veraneaba en las playas isleñas y entabló amistad con los Pavón. El joven aprendiz refinó sus conocimientos adquiridos de forma autodidacta en el famoso horno hispalense durante medio año, lo que aplicaría a las recetas de la que terminaría siendo su pastelería. En 1948, su tío y propietario decide retirarse y le cede el testigo del negocio, ese que se hiciera famoso, además de por sus dulces, por no cerrar nunca.
En 1980 decide traspasar el negocio y es el empresario Joaquín Martín Colume el que le toma el relevo y quien decide renovar por entero el negocio. Nuevas y modernas máquinas, más rápidas y adaptadas a las legislaciones sanitarias, lo que le permitió innovar recetas, “adaptadas a los nuevos tiempos y gustos”, así como diversificar la venta a otras poblaciones y provincias, aumentando considerablemente la facturación, completando la nueva visión del negocio con una cafetería.Y aunque Joaquín continúa yendo por el obrador a diario, ahora es su hijo, Alberto Martín, quien está al frente. Recubierto de harina, entre los aromas característicos a canela, vainilla o coco, el joven continúa una tradición que va a cumplir el siglo de vida.